Corría el año 49 a.C. cuando el emperador Julio César encargó la elaboración de un nuevo calendario que vendría a sustituir el hasta entonces vigente y corregir el desfase de las jornadas acumuladas por los errores en el cómputo de días desde la implantación del calendario lunar. El calendario juliano contemplaba un año de 365 días dividido en 12 meses, y se incluía un día adicional cada cuatro años para compensar el desfase por la revolución no sincrónica de la Tierra en torno al Sol. La expresión «año bisiesto» (del latín: bis sextus diez ante calendas martii) quiere decir ‘dos veces el sexto día antes del primero de marzo’ y se refería al día complementario inserido entre el 23 y el 24 de febrero o lo que es lo mismo, contar dos veces el sexto día antes de calendas de marzo (esto es, del 1º de marzo). Así funcionó hasta que en 1582 el papa Gregorio XIII instauró el actual calendario gregoriano conservando la presencia de un año bisiesto (bisextus) de 366 días cada cuatro años, pero situó este día adicional al final del mes de febrero (29 de febrero). [El cómputo del año actual se resume en este refrán antiguo que dice así: «Treinta trae noviembre, abril, junio y setiembre; veintiocho trae uno, los otros a treinta y uno. Febrero veintiocho, y los de bisiesto cada cuatro años, veintinueve»].

El año bisiesto ha estado ligado tradicionalmente a una especie de leyenda negra que lo relaciona con acontecimientos infaustos. Por eso existe la creencia bastante extendida de que los años bisiestos aberruntan mala suerte. Buena prueba de ello está en este viejo refrán castellano que advierte: «Año bisiesto, año siniestro» o este otro dicho de Fuerteventura que aconseja: «En los años bisiestos, la paja y el grano en un cesto».

Una anécdota que relaciona el matrimonio con el año bisiesto es la leyenda que cuenta que santa Brígida de Kildare se lamentó ante san Patricio, patrón de Irlanda, de que los jóvenes se mostraban remolones a la hora de afrontar la promesa de matrimonio. Por tal motivo, pidió al santo patrón que permitiera que las jóvenes núbiles pudieran proponer matrimonio a sus novios. Se dice que san Patricio, tras examinar la rogativa, accedió a conceder el derecho de que las mujeres podían proponer matrimonio a los hombres cada 29 de febrero o día bisiesto. [¿Podría estar aquí el origen remoto del dicho?]. Lo cierto es que en diversas culturas se trata de evitar a toda costa el año bisiesto para contraer matrimonio porque —se dice—trae mala suerte.

El refrán «en año bisiesto, se casan los tiestos» busca la rima entre los términos «bisiesto» y «tiestos» como recurso mnemotécnico para facilitar —como tantos aforismos— la asimilación, transmisión y permanencia en la memoria de la comunidad hablante. Y donde bisiesto se refiere, como hemos dicho, al año de 366 días que se repite cada cuatro años; mientras que tiesto, en el español de Canarias, se le dice ‘a una persona despreciable, por su comportamiento informal o malintencionado’ o también puede referirse ‘a una mujer de mala reputación’. Son sinónimos o cuasisinónimos de tiesto: granuja, sinvergüenza, balandrón, desgraciado, calamidad, «carajo (de) la vela», pieza o «buena pieza» (en esta última locución se emplea el adjetivo buena en un sentido irónico). En cuanto a la segunda de las acepciones mencionadas (mujer de mala reputación) son sinónimos: penco, pellejo, rebenque, rejo, arretranco, trasmallo o velillo.

El dicho se emplea más bien como «insulto amistoso» y viene pronunciado en tono jocoso o irónico, circunscribiéndose casi siempre a ambientes familiares o entre amigos con ocasión de los comentarios al anuncio de un casamiento o como «recordatorio» de un matrimonio contraído en año bisiesto. Cuando se refiere a personas extrañas a la familia o al círculo de amistades, el tono a veces se recrudece pasando de la ironía al escarnio. Este sentido más incisivo se puede expresar con el significado que muestra la abierta convicción de que la gente de condición despreciable contrae matrimonio sobre todo en años bisiestos. A falta de constatación empírica de la veracidad de tal aseveración o de una explicación cabal que motive esta preferencia (¿o fatal atracción?) que lleva a los tiestos a contraer matrimonio en años bisiestos, y por aquello de que «refrán viejo nunca miente», no nos queda otra que dar por cierto este antiguo dicho de origen impreciso que asegura: «¡En año bisiesto, se casan los tiestos!».