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La noche más deseada

Goyas para los creadores más comprometidos en la gala más icónica de la industria nacional

La noche más deseada ED

La trigésimo sexta edición de los premios Goya, celebrada la noche del pasado sábado en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, cumplió, como en ediciones precedentes, con su objetivo fundamental: distinguir a aquellos cineastas y a aquellas películas que, según la opinión mayoritaria de los miembros de la Academia, se han hecho acreedores a sus codiciados galardones. Sin embargo, ello no ha sido óbice para que, una vez más, hayan surgido, entre vítores, lágrimas, aplausos y largas y tediosas intervenciones de muchos de los galardonados, ciertos desencuentros protagonizados por algunas de las figuras más sobresalientes de nuestro cine, como es el caso de Pedro Almodóvar y su formidable Madres paralelas que, pese a los buenos resultados que le auguraban los críticos —salvo la previsible y cansina excepción conocida por todos— y la excelente repercusión que ha tenido fuera de nuestras fronteras, se fue de vacío ante la perplejidad de la comunidad cinéfila nacional y de la numerosa grey de admiradores que se agrupa en torno a esta película en la que Almodóvar, lejos de insistir en sus tradicionales paradigmas, se atreve a navegar por aguas aún más turbias que las que ha surcado con sus trabajos anteriores.

Pero, a diferencia de otras ocasiones, el desaguisado de los académicos no ha logrado trascender más allá de la mera anécdota por una razón la mar de evidente a los ojos de cualquier observador imparcial: en mayor o en menor medida, las cuatro candidatas restantes también reunían las condiciones objetivas que le hubiesen permitido alzarse igualmente con el premio y nadie se hubiera escandalizado. Así pues, y en honor a la razón, asumamos que El buen patrón, de Fernando León de Aranoa, ganadora del Goya a la Mejor Película, no solo ha logrado generar las simpatías del gran público desde su estreno comercial el pasado mes de octubre sino lo que aún es más significativo de cara a una eventual posición ventajosa ante su candidatura como mejor película del año: el entusiasmo que se desató entre la crítica tras su exhibición en el pasado Festival de San Sebastián y los premios José María Forqué y Feroz a la mejor película recibidos recientemente, dos factores que han contribuido, sin duda, a allanar mucho su camino hacia el éxito.

La excelente cosecha del año 2021 en lo que respecta al cine de raigambre social ha tenido su fiel reflejo en la mayoría de los apartados que han integrado este año la terna de los Goya. La tendencia, bastante generalizada, a apostar por historias teñidas de un marcado carácter crítico y por trabajos que concitan la reflexión del espectador sobre asuntos tan cercanos a nuestro entorno como el terrorismo, la inmigración, la explotación laboral, la memoria histórica, la miseria moral en el seno familiar, la misoginia o la marginación infantil, se perciben sin el menor titubeo en títulos como Libertad, de la joven debutante Clara Roquet; Maixabel, de Icíar Bollaín; La hija, de Manuel Martín Cuenca; Mediterráneo, de Marcel Barrena y en la citada Madres paralelas, de Almodóvar, provistas todas, en mayor o menor medida, de una carga inconmensurable de realismo y de representatividad en la sociedad en la que nos hallamos inmersos y de las que podemos extraer muchos apuntes críticos sobre el estado de las cosas en un país preñado de agudas e inquietantes contradicciones.

Lo mismo podríamos decir acerca de los galardones correspondientes al mejor actor y a la mejor actriz, que recayeron, respectivamente, en un Javier Bardem pletórico de matices y de elocuentes muestras de maestría interpretativa encarnando a Julio Blanco, el despótico, aunque inolvidable personaje central de El buen patrón, y en Blanca Portillo encarnando a la protagonista de Maixabel, la viuda del exdirigente socialista Juan María Jáuregui, asesinado por ETA en el año 2000, ante cuyo alarde de ductilidad y de dominio emocional no cabe otro adjetivo más certero que el de prodigioso. A través de sus respectivos personajes, ambos alcanzan esa cumbre tan difícil de escalar en donde la actuación se convierte en un acto supremo de asunción integral de una vida que ha de trascender a la mera función mecánica de la representación para entrar directamente en el corazón y en el cerebro del espectador.

En este mismo apartado también competían intérpretes de la talla de Emma Suárez en su complejo papel de la madre de una reclusa en el drama carcelario Josefina, la opera prima del conocido cortometrajista Javier Marco; la veterana Petra Martínez con su admirable trabajo como inmigrante en La vida era eso, del debutante David Martín de los Santos, y la hipergalardonada Penélope Cruz dando vida a Janis, la mujer embarazada que busca equilibrio y visibilidad en su perturbada existencia de Madres paralelas, posiblemente la mejor interpretación de toda su carrera y por la que se ha convertido de nuevo en candidata al Oscar de Hollywood.

Además de Bardem, en el capítulo de los actores protagonistas también figuraba Javier Gutiérrez por su irreprochable labor como un educador de menores en un estupendo thriller cargado de imágenes malsanas, que el intérprete consigue elevar a niveles expresivos propios solo de un maestro de su categoría. Ganador del Goya de su especialidad por sus trabajos en La isla mínima (2016), de Alberto Rodríguez, y en El autor (2018), del propio Martín Cuenca, Gutiérrez, pertenece, desde su ya lejano debut en El otro lado de la cama (2002), de Emilio Martínez Lázaro, a la élite de los grandes intérpretes españoles surgidos en los umbrales del siglo XXI.

Luis Tosar, otro habitual en la quiniela de los Goya desde sus inicios en 1999 con la espléndida Flores de otro mundo, de Icíar Bollaín, repite por quinta vez su experiencia con la directora madrileña, introduciéndose en esta ocasión en la piel de uno de los miembros de ETA que participó en el atentado que costó la vida a Juan María Jáuregui, tras cuyo arrepentimiento, años después, le permitió mantener largas y emotivas conversaciones con la viuda de la víctima a la que le manifestó su remordimiento a través de un episodio que, sin duda, ha contribuido al esclarecimiento de una de las etapas más oscuras y sangrientas de la Transición española. Ganador en tres ocasiones del Goya, Tosar construye a un personaje difícil, complejo y controvertido con esa enorme capacidad para la interiorización que ha caracteriza su ya larga carrera como actor en tantos filmes memorables.

La presencia entre los candidatos del catalán Eduard Fernández tampoco ha sorprendido a nadie pues, a fin de cuentas, se trata de un actor con otros tres goyas en su haber y con un currículo profesional que recoge trabajos de la enjundia dramática de En la ciudad (2003), El hombre de las mil caras (2016) o El método (2005).

En Mediterráneo, Fernández se transforma en Oscar, el indómito socorrista que visita la isla de Lesbos para atestiguar el estado de indigencia y marginalidad en la que sobreviven millares de inmigrantes liberados in extremis de ser absorbidos por las aguas del Mediterráneo. Como es habitual en un intérprete tan camaleónico, intenso y expansivo, su interpretación en este filme se transforma en un auténtico vendaval de emociones que nos traslada automáticamente al lado más conflictivo de este alborotado mundo contra el que nos ha tocado lidiar.

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