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Canarismos

¡Te conozco, mascarita!

¡Te conozco, mascarita!

Las máscaras son casi tan antiguas como el hombre. Pintarse la cara, deformarla o disfrazarla parecen formar parte del comportamiento humano desde la Edad de Piedra. En distintas tradiciones toman especial protagonismo en las ceremonias chamánicas, en las que representan y combinan figuraciones de animales (reales o fantásticos) junto a rostros humanos. El uso de máscaras zoomorfas a menudo tiene un significado totémico y mágico en la que el sujeto disfrazado asume la representación de fuerzas naturales, espíritus o la fuerza del propio animal. Para la mayoría de los pueblos primitivos las máscaras trascienden del mero objeto artístico o decorativo, y son consideradas instrumentos rituales; y están ligados la mayor parte de las veces a la danza, la música, los cantos y los atuendos.

Estos «rituales de enmascaramiento» —no muy diversos de las celebraciones carnavaleras de nuestros días— provocan una suerte de transformación simbólica de la persona en el ser, ya sea animal o humano, que representa la careta. Hasta el punto de que se produce, a niveles sutiles, una clara identificación entre el sujeto portador de la máscara y lo representado en ella. Con mayor evidencia podemos advertir un fenómeno parecido en el travestismo ocasional, tan común durante los carnavales. Esta transfiguración que se produce a través del «enmascaramiento» se materializa «con todo el vacilón que se montan las mascaritas» escenificando, parodiando, imitando y gastando bromas, que a veces hace que el sujeto que representa un rol determinado se entregue a él de tal modo que haga parecer inseparable la percepción de lo real y lo teatralizado.

La similitud de la «mascarada» con una representación teatral nos lleva a uno de los orígenes culturalmente más mediatos de las máscaras, a su función y significado. En el teatro griego los personajes eran caracterizados con grandes caretas de facciones y gestos resaltados con las que cubrían sus rostros. Estas máscaras tenían también la función de megáfono, con el que se amplificaba la voz durante la recitación. A ello obedece la etimología de la palabra «persona» (del latín persona, literalmente: ‘para sonar’, y esta del griego prósopon), que designaba tanto a ‘la máscara del actor’ como al ‘personaje’ [y de aquí deriva ‘persona’, ‘personalidad’, etc.]. Así es como la persona, el ser humano, guarda desde antiguo una relación con el transformismo y las máscaras. Y en este contexto, la máscara es apariencia, simulación engañosa y «mentira», pues no solo podemos ser burlados y engañados con palabras, sino también a través de objetos y atributos. Pero generalmente, la máscara se relaciona con esa fiesta pagana de origen incierto que es el Carnaval. En los países de tradición cristiana está relacionado con la liturgia religiosa, de hecho, el Miércoles de Ceniza pone fin a las celebraciones carnavaleras y da inicio a la Cuaresma (cuarenta días previos a la Pascua), un periodo de penitencia en el que la ortodoxia de las reglas impone el veto de la carne. La interdicción «carnal» comprende tanto el no comer carne como el abstenerse de los placeres carnales. Por ello, en cierto modo, el carnaval se percibe como una suerte de catarsis colectiva donde la actitud licenciosa, la relajación de las normas de comportamiento y la propensión a los deleites carnales se imponen de manera generalizada propiciadas por el «enmascaramiento» que hace entregarse a la desinhibición (como si a nivel subconsciente se tomase una revancha por el tiempo de abstinencia que está por venir).

Con tales precedentes, quizá se entienda mejor el sentido de la expresión «te conozco, mascarita». Se trata de un dicho usual en las Islas y en algunos países de América, y equivale en castellano al «te conozco, bacalao». Se suele expresar en tono de revelación o de sospecha y con cierto retintín. En sentido estricto quiere decir: «aunque te ocultes detrás de una careta, sé quién eres (y de que pie cojeas)». Se emplea como una especie de advertencia para dar a entender que se conocen las intenciones y el modo de actuar de alguien. Generalmente tiene un sentido negativo, pues el significado de la máscara es aquí el de guardar las apariencias y ocultar las verdaderas pretensiones. Se dice, pues, de la persona hipócrita, falsa, que simula o hace ver lo contrario de lo que se es, lo que llama al engaño, a ocular o enmascarar la realidad. Alguien que «cuando menos te lo esperas te pega una quintada». En sentido figurado puede entenderse como desenmascarar, descubrir, delatar. En sentido propio suele emplearse con el donaire festivo característico del carnaval para poner al descubierto la identidad de una mascarita a la que se reconoce o finge reconocer: «Te conozco mascarita». Pero también puede escucharse en forma interrogativa pronunciada indistintamente por el sujeto disfrazado dirigiéndose a quien no lo está, o viceversa, como una especie de sonsonete carnavalero: «¿Me conoces, mascarita?»

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