eldia.es

eldia.es

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Bibliotecas escolares: las grandes olvidadas del sistema educativo

Teresa Acosta Tejera

Se acaba el año y se diluyó la oportunidad de conmemorar en octubre el Día de las Bibliotecas. Este año el lema elegido fue bibliotecas: leer, aprender, descubrir. Lema que nos invita a seguir reivindicando la trascendencia que tienen las bibliotecas, públicas y escolares, no solo para la lectura, sino para los procesos de enseñanza y aprendizaje, para el fomento de la participación de toda la comunidad educativa y, por supuesto, para la apertura de la escuela al entorno en el que se ubica cada una de ellas.

Necesitamos bibliotecas escolares que bullan con la misma intensidad que lo hacen los patios durante los recreos, bibliotecas que conecten con la cultura del barrio, que cohesionen a su gente ofreciendo su espacio y sus recursos como lugar de encuentro y de cultura compartida, bibliotecas que construyan puentes, que convoquen y alienten relaciones, es decir, bibliotecas escolares que sean el ágora de la comunidad.

Las bibliotecas del siglo XXI deben ser motores esenciales en el ámbito de la enseñanza formal para conectar la educación con los retos que nos propone la Agenda 2030, pero además tienen un papel destacado en la educación no formal promoviendo proyectos sociales, solidarios y participativos vinculados a la realidad en la que están ubicadas. De igual manera, las bibliotecas son esenciales en el ámbito de la educación informal ya que invitan a la ciudadanía a conocer y a deleitarse con su acervo, a compartir en familia: ¡La cultura estrecha afectos!

A pesar de todas sus potencialidades, las bibliotecas escolares siguen estando huérfanas en nuestro sistema educativo. Observamos como desde la LOE (2006), seguida de la LOMCE (2013) y ahora en la LOMLOE (2020) se mantiene el Artículo 113 referido a las bibliotecas escolares. En él se explicita la responsabilidad de las administraciones educativas para garantizar que cada centro educativo disponga de una biblioteca y a dotarlas progresivamente; sin embargo, esto nunca se ha hecho realidad.

Además de las leyes educativas, la ley que nos hemos dado recientemente (2019) en nuestra comunidad, Ley de la Lectura y las Bibliotecas de Canarias, incide en que la administración educativa «garantizará la creación y desarrollo de bibliotecas escolares en todos los centros de enseñanza pública no universitaria», indicando además que «el Gobierno de Canarias creará el fondo canario de bibliotecas escolares», que, como es lógico deberá reflejarse en los presupuestos de la Comunidad.

Si hemos acordado por consenso la importancia de las bibliotecas, en especial para mejorar las tasas de éxito educativo que tanto necesita nuestra tierra: ¿Qué ocurre con las bibliotecas escolares que no consiguen ocupar las agendas presupuestarias ni el discurso político?

Me inclino a pensar que las bibliotecas escolares nunca han calado en el ADN de las administraciones porque no han sido consideradas vitales ni estratégicas. Quizás, el foco se esté poniendo demasiado en atender aspectos que, aunque imprescindibles y necesarios en el andamiaje educativo y que, por supuesto, deben estar cubiertos, por sí solos no garantizan la mejora de la calidad educativa, ni son los únicos motores que elevan el ascensor social de las personas. Si de verdad aspiramos a que nuestra sociedad avance mediante la nivelación y equilibrio de oportunidades, urge reflexionar, dialogar y defender la importancia de la biblioteca escolar, como viene reiterando IFLA/Uesco desde 1999, fecha de publicación de su Manifiesto sobre la biblioteca escolar.

Hemos visto, con mucho pesar, como durante estos tiempos de pandemia muchas de ellas se han convertido en lugares de aislamiento del alumnado en caso de sospecha de contagio por la Covid-19, triste realidad… Desde luego, ha habido centros que no han tenido más remedio porque carecen de los espacios necesarios para desarrollar con plenitud todas las actividades de su proyecto educativo. Por tanto, apremia no solo reclamar espacios apropiados para las bibliotecas escolares sino espacios que bajo ningún concepto se puedan sacrificar.

No obstante, podemos encontrar destacadas excepciones en las que las bibliotecas escolares son auténticos entornos de aprendizaje. Ello es posible gracias a direcciones que ejercen un liderazgo pedagógico –frente a otras centradas únicamente en la gestión–, una dirección que cree en la participación, que permite y facilita la apertura de las puertas de la escuela a su entorno, que distribuye tareas entre el equipo, que dota de tiempos y que detecta y potencia las necesidades de formación –imprescindible en este campo–. Por tanto, liderazgo, equipo, formación, participación y una misión común y compartida para que las bibliotecas escolares ocupen el lugar que les corresponde.

Pero no siempre encontramos estos apoyos, por ello, es imprescindible visibilizar y valorar el compromiso de docentes que, a pesar de la falta de tiempos y espacios adecuados, con mucho esfuerzo personal y, como todo en la vida, con mucha pasión por su trabajo, persisten para que este recurso vital que abre puertas y ventanas al mundo y que, por encima de todo, fomenta la equidad educativa, sea el centro neurálgico alrededor del cual giren las acciones de toda la comunidad educativa.

¡Apostemos por consolidar nuestras bibliotecas escolares!

Compartir el artículo

stats