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El ilusionista al descubierto

Filip Ćustić, que se autorretrata en las redes como un dios del Photoshop, arruina con su exposición en la galería Bibli las expectativas que puede haber generado

La obra de Ćustić ‘ego hiperrealista + juguete de viento’. | | MARÍA PISACA GÁMEZ

Artista multidisciplinar, conocido mundialmente por su trabajo para el disco de Rosalía El Mal Querer (por el que él ganó un Grammy Latino al Mejor Diseño de Empaque), y por sus colaboraciones con marcas de moda como Gucci, Kenzo o Dior, Filip Ćustić (Santa Cruz de Tenerife, 1993) tiene, pese a su juventud, un extenso currículum. Destaca por sus llamados «cuadros virtuales», en los que trabaja la patafísica y lo que llama «objetismo». Según indica la nota de presentación de la muestra Filip Al(l)one, que acoge estos días la galería Bibli,«su trabajo explora qué significa el ser humano en nuestro presente y futuro inmediato, así como el impacto de las tecnologías digitales en nuestra conciencia y sentido de la identidad». Su obra, dice el artista, tiene influencias científicas y de la Bauhaus.

Esta, su primera individual, responde a lo que, en términos del propio Ćustić, es una «etapa psicológica». El artista continúa con sus «adivinanzas visuales» pero parece ahora inclinarse  hacia la introspección, lo cual pretende unir a la soledad y al hecho de «duplicarse» para «verse desde fuera (…) porque supone verse de una forma más objetiva». Esto ya lo mencionaba el año pasado en el contexto de la pandemia en su entrevista para Harper’s Bazaar.

En la sala hay dos «cuadros virtuales», dónde Ćustić se «duplica», tratados con Photoshop y con aspiración, según el artista, «hiperrealista». También hay dos obras videográficas con el formato característico de las redes sociales, una de ellas un tiktok en una pantalla vertical. Además hay varias esculturas donde simula su autoclonación. Con ellas hace un trampantojo para que el espectador, según pretende, se pregunte: «¿Es humano o no?».

Los materiales que utiliza están bien seleccionados, ya que la silicona, la resina y el Photoshop son medios que pueden resultar eficaces para lograr el fin que proclama el artista: el «hiperrealismo».

En una entrevista para Metal Magazine, Ćustić dice que se guía por la intuición y que esta a veces le hace perderse. Creo que en esta exposición se ha perdido del todo: el hiperrealismo exige una meticulosidad excepcional, algo de lo que carece una obra a la que le faltan trozos de pintura y que, en algún caso, está pegada con cinta adhesiva, como ocurre con ego hiperrealista + juguete de viento. Tampoco parece muy hiperrealista el selfie materializado: x=y=z, con maderas mal cortadas y unidas con un pegamento visible. Tanto la máscara como la mascarilla, con las que Filip Ćustić pretende «clonar» su rostro, arruinan las expectativas que generaba cuando difundía su obra por las redes sociales. Sus fotografías, que parecían increíblemente bien editadas en internet, en el espacio galerístico resultan no ser así. ¿Valió la pena imprimirlas?, ¿perder esa sensación onírica que tenían, multiplicada gracias a la pérdida de calidad sistemática de las fotos en Instragram?, ¿tirar a la basura aquella experiencia estética?

Algunas obras de Ćustić, como la performance que hizo en Bibli, podían cumplir su propósito de «hipnotizar al espectador». Pero el ilusionista ha quedado al descubierto. Tras la visita a la galería ya no resultan interesantes.

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