En marzo de este año sorprendía la noticia de la donación de parte de la colección de pintura flamenca de Hans Rudolf Gerstenmaier (1934-2021) al museo de Bellas Artes de Valencia. La jugada del alemán cogió desprevenidos tanto al propio museo valenciano, que nada sospechaba de tan generosa donación; como a otros centros nacionales que en su fuero interno también ansiaban una parte de tan selecta como curiosa colección. El misterio rodeaba completamente la donación, pues no había trascendido el número de piezas ni cuáles serían, entre las atesoradas, las que recalarían en el museo. Lo único que se supo es que sólo sería de pintura flamenca. Esto le venía como anillo al dedo al museo, y así lo manifestó su director, Pablo González Tornel, en varias entrevistas tras conocerse la noticia.

El Museo de Bellas Artes de Valencia tiene unos fondos extraordinarios de pintura de los siglos XV y XVI, en especial los relacionados con la vanguardista escuela valenciana de ese periodo y la pintura italiana y española del siglo XVII, pero estaba un poco falto de pintura flamenca de este último momento a pesar del extraordinario Retrato ecuestre de Moncada de Anton van Dyck, - sólo por esta obra y el Autorretrato de Velázquez ya está más que justificada la visita al Bellas Artes de la ciudad del Turia-. Ahora, con la llegada de la donación Gerstenmaier el museo tendrá una muy buena representación de la pintura flamenca de finales del siglo XVI y XVII. Desde la singular Crucifixión de Adriaen Thomasz Key, pintor más conocido por sus retratos que por sus escenas religiosas, a los paisajes de Joos de Momper y las naturalezas muertas y flores de Jan van Kessel y Gaspar Verbruggen. Sus obras reúnen tres de los géneros artísticos que le dieron a la escuela flamenca de pintura su reputada fama y popularidad, como apunta Francisco Pacheco, maestro de Velázquez, en su libro sobre el Arte de la Pintura.

Entre todas las piezas, quizá la que causa mayor expectación entre todo el legado es la conocida como Virgen Cumberland. Realizada sobre tabla, el sentido esmaltado de los colores y la entrañable cotidianeidad de los dos personajes responden a las características más genuinas de esta escuela: el gusto por la representación de la realidad circundante y el acabado preciosista de sus obras. Si a esto se une que esta composición fue ideada por el pintor con mayor prestigio en Europa en el siglo XVII, hacen de la pieza en sí, una joya. Peter Paul Rubens plantea esta escena de la madre con su hijo desnudo en pie en primer plano en el ala izquierda del Tríptico Michielsen, actualmente en el museo de bellas artes de Amberes. Frente a la escena del tríptico, la pintura de Valencia da mayor amplitud a la figura de la Virgen, reduciendo el espacio en altura y bajando su mano derecha al lado de los pies del Niño. Las diferencias entre ellas demuestran que la versión valenciana no es una mera copia, sino una interpretación del artista que muchos otros siguieron. Rubens en esta imagen presenta un icono de la maternidad. Un arquetipo que trasciende cualquier interpretación religiosa. Es una madre amparando a su hijo en sus primeros pasos. De hecho, posiblemente el pintor usó los rasgos de su primera mujer, Isabella Brant, y de su hijo Albert, para sus rostros.

Independientemente de estas anécdotas en torno a la Virgen Cumberland y las pinturas flamencas que han recalado en el Museo de Bellas Artes de Valencia, lo más interesante de toda esta noticia son dos aspectos. El primero es la importancia que las colecciones privadas y los coleccionistas de nivel tienen dentro de nuestro país y, el segundo, es la generosidad que les es propia, dejando a centros públicos parte de sus colecciones. El museo de Valencia ya vivió esto con el legado Orts Bosch; el museo de Asturias también se ha visto beneficiado con las colecciones Plácido Arango y condesa viuda de Villagonzalo; y el de Bilbao, museo mucho más acostumbrado a que la élite vasca le donara parte de sus obras, ha recibido en las últimas semanas una pintura de Artemisia Gentileschi. El Arte con mayúsculas ya no se concentra en las grandes capitales gracias a los grandes coleccionistas. Ahora, en provincias, como se decía antaño, se puede uno deleitar una tarde de domingo con los grandes artistas de la Historia del Arte.

Valencia tiene ahora un lugar donde Rubens, Van Dyck y los más significativos pintores de la escuela flamenca en sus diversos géneros se aúnan para dar una imagen concisa de lo que supuso en el siglo XVII. Sólo les quedaría dejar un hueco para una obra de Jordaens.