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Isaías Lafuente Periodista y Escritor / autor de ‘Clara victoria’

«Llamar periodismo a algo que no lo es nos está creando un problema»

Isaías Lafuente (1963, Palencia). E. D.

Ganador del Premio Nacional de Periodismo y de un Ondas, Isaías Lafuente (1963, Palencia) acaba de publicar ‘Clara Victoria’, un ensayo que profundiza en la conquista del sufragio por parte de Clara Campoamor. «Durante muchos años los profesores nos ocultaron los logros de una mujer deslumbrante», reprocha el exdocente, periodista y escritor.  

¿Cómo es Clara Victoria?

Es un libro que abre un debate en torno a los días en los que Clara Campoamor logró el sufragio para las mujeres. En él cuento las horas críticas que se sucedieron entre el 30 de septiembre y el 1 de octubre, y posteriormente el intento que se dio el 1 de diciembre de 1931. El hecho lo contextualizo con los precedentes del movimiento sufragista que se dieron en España y en el resto del mundo.

¿Por qué Clara Campoamor?

Es un personaje deslumbrante. Yo no sé cuándo fue la primera vez que empecé a oír hablar de Clara Campoamor, pero sí los días en los que no escuché absolutamente nada sobre esta gran mujer. No supe nada de ella en los ocho años de EGB, ni en los tres de Bachillerato, ni en COU y tampoco en la Universidad, a pesar de que en la carrera de periodismo teníamos la asignatura de Historia. Durante todo ese tiempo no me hablaron de ella y tampoco de lo que pasó con el sufragio. Esa ignorancia es compartida por muchas personas de unas cuantas generaciones de este país.

Algunas de las conquistas que han logrado las mujeres se sustentan sobre procesos tan decisivos como el que usted refleja en este ensayo.

Hasta antes de ayer las mujeres no ocupaban el lugar que se merecían en la historia porque ni siquiera estaban y, encima, las pocas que había quedaban enterradas en las biografías de hombres que se llevaban los laureles en lo político, lo literario o lo social. Eso se empezó a romper en España en los años 30, pero enseguida se frustró con cuatro décadas de dictadura que devolvió a las mujeres a los sótanos más oscuros, que era donde Franco creía que debían estar: en las cocinas, cuidando a sus hijos o encerradas en los conventos.

¿Queda mucho camino por recorrer en materia de igualdad?

La igualdad legal entre el hombre y la mujer en España, salvo cuatro cosas que hay que mejorar, está consolidada. En eso somos un país puntero, aunque más tarde caigamos en la cuenta de que las leyes van por un lado y la realidad por otro, que es lo que provoca los cuellos de botella entre sexos que se perciben con claridad en las estadísticas. La ley se suele convertir en un papel mojado cuando se intenta implementar.

Docente, periodista, escritor... ¿Su vida está «envuelta» por las palabras?

Ja, ja, ja... No tengo claro de dónde me viene la vocación por la palabra, pero sí que hay una pista más o menos fiable: a los 18 años mi madre me regaló un anillo y pedí cambiarlo por un diccionario. Ahí surgió una atracción que procuro cultivar en la medida de mis posibilidades porque es algo que necesito para desarrollar mi profesión. De la misma manera que un cirujano tiene que tener limpio y esterilizado el bisturí antes de operar, los periodistas debemos tener muy pulcra nuestra principal herramienta de trabajo: la palabra.

¿Las nuevas generaciones están «destruyendo» el lenguaje?

Yo soy respetuoso con la norma y procuro aplicarla, incluso, con las normas que discuto. Lo que sí tengo claro es que la lengua es algo vivo que se va modificando y, por lo tanto, en cada una de esas transformaciones hay personas que hablan o escriben desde la norma que consideran que esos cambios van a suponer el final del idioma o una catástrofe. Eso nunca ha ocurrido.

¿Podemos estar tranquilos?

Sí, absolutamente tranquilos. Es un error creer que las redes sociales, internet o los medios audiovisuales son armas diseñadas para aniquilar el lenguaje. Sobre todo, porque la lengua es un código que fabricamos los hablantes. La nuestra se empezó a fabricar en el año 1.000 y la Academia llegó 700 años después, es decir, que los académicos no han fabricado nuestro idioma. Eso lo logró un puñado de personas que se rebeló contra el Latín. Si fuéramos más puristas seguiríamos declinando.

¿Usted es un periodista con alma de historiador o un periodista que cuenta buenas historias?

Mi objetivo no es acercarme a la historia desde la perspectiva de un historiador, entre otras cosas porque no lo soy, sino con la misma intención con la que me aproximo a la realidad presente: usando las herramientas que nos da el periodismo y haciéndome esas preguntas que forman parte del análisis cotidiano. Sea en forma de libro o de crónica, al final existe un producto periodístico que en el caso de Clara Victoria tiene mucha historia.

¿No echa en falta las Cinco W (5W) en este periodismo?

Sí. A este periodismo le falta reflexión y tiempo para buscar todas las respuestas, aunque también es verdad que llamar periodismo a algo que no lo es nos está creando un problema. Para hacer el mejor producto hay que aproximarse a la verdad todo lo que podamos y la inmediatez que marcan las redes sociales muchas veces nos hace correr más de la cuenta. Los famosos cebos funcionan muy bien en ese mundo virtual, pero son antiperiodísticos porque lo único que buscan son unos cuantos clips. Un periodista debe saber anunciar en un titular la información que tiene en su poder y eso genera algunas controversias, en las que yo procuro no entrar, entre el papel y la web.

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