El histórico periodista de la Cadena SER, Iñaki Gabilondo, abrió ayer en A Coruña el ciclo de conferencias La falsa verdad, ¿hay antídoto? que organiza la Fundación Paideia.

Se retiró de la radio, de forma oficial, hace un mes. Hoy está aquí hablando de la verdad. ¿Se siente uno más libre para hablar cuando toma distancia con el medio?

Yo no estoy notando nada distinto a lo que he sentido siempre. Llevo muchos años siendo requerido para dar opinión sobre temas de la profesión, y tampoco tengo ninguna especial sensación de cierre definitivo de nada, voy a seguir viviendo como he vivido, moviéndome por ahí. No me veo pasando el resto de mi vida sentado viendo como llueve, pero sí me produce un poco de pellizco dejar de estar en la radio. Lo primero que hice en mi vida fue dirigir una radio, lo segundo dirigir otra radio y lo tercero dirigir otra radio. Empecé en esto en el año 1969. Me da un poco de pellizquito, sí.

Visita A Coruña para hablar de fake news, posverdad, manipulación. En aquel año 1969 en el que empezó, ¿era más fácil buscar esa verdad oculta entre el ruido?

Nunca ha sido más difícil que ahora. Sobre todo porque las mentiras han existido siempre, como los cuentos chinos y los globos sonda, pero ahora han recibido una envergadura que nunca habían conseguido, ni tan rápido. En un clic cambia todo. Lo que hace más difícil todo es la globalización, que disemina lo malo, lo bueno y lo regular por todo el planeta. Antes vivíamos en un mundo más estable, que a lo mejor era mucho peor, pero más estable, más lleno de certezas. La inestabilidad se ha institucionalizado.

Con la perspectiva del tiempo, ¿le parece que esas certezas de antes no lo eran tanto?

No, pero existían. Cuando eras un chico joven, durante la dictadura, tenías unas certezas. Hasta que cayó el muro de Berlín, el mundo se dividía entre capitalistas y comunistas, y había una cierta claridad de las cosas. Ahora es un juego, vivimos en una sociedad más cruzada, más llena de todo. A través de Internet ha habido un estallido total, de todo lo que el mundo es capaz de hacer, de todo lo que ha almacenado en el pasado. Todo junto delante de tus ojos. Los elementos que constituían los cimientos de tu vida, poco a poco, ahora son más complejos y difusos.

Una pregunta a la que nadie sabe dar respuesta. Esas tecnologías, a la hora de buscar esa verdad, ¿son enemigas o aliadas?

Las tecnologías son herramientas. ¿Para qué sirve un cuchillo? Para partir el pan entre tus hermanos y para rebanarle el pescuezo a otra persona. Las tecnologías son neutras, capaces de lo mejor y lo peor. Es justamente una de las particularidades que convierten este mundo en un mundo muy difícil. Internet es el mayor escenario de la libertad y la peor amenaza contra la libertad que ha existido nunca. Por ejemplo, yo estuve con Julian Assange en la embajada de Ecuador, en Londres. Él cree que es el mayor espacio de libertad que ha existido, y, al mismo tiempo, te confiesa que está siendo el primer testigo de hasta qué punto se puede volver contra ti. En Internet tienes la posibilidad de encontrar el último libro de la biblioteca de Alejandría y una manera de hacerte una ametralladora en tu casa. En la dictadura, las cosas eran obligatorias o estaban prohibidas.

Mucho más fácil, sin duda.

El campo en el que podías decidir, porque no era obligatorio ni prohibido, era muy pequeño. Con la democracia se amplía ese campo. Ahora el mundo tiene menos recetas para vivir, para actuar, y hasta para hacer periodismo. Todo es más opinable, más discutible.

Según a quién se lo pregunte, le dirán que estamos en el mejor momento de la historia para hacer periodismo o en el peor.

Creo que estamos en el mejor, pero las estructuras que han sostenido el negocio del periodismo están viniéndose abajo, tratando de ver cómo se adaptan y, al mismo tiempo, están surgiendo millones de otras iniciativas que alumbrarán el nuevo periodismo. Para el periodismo es un momento espectacular, y anuncia un futuro formidable. Lo que ocurre es que lo vivimos con estremecimiento, porque las organizaciones que sostenían el periodismo están en apuros. Antes, bovinas gigantescas de papel venían en camiones atravesando toda Europa para llegar a A Coruña, donde unas grandes máquinas hacían un producto que te llegaba nueve horas más tarde. Ahora, lo tienes en un clic. Esa vieja maquinaria está viendo como se adapta. Parece que el periodismo se va a morir, pero es un universo en transición. Mientras tanto, tú, o yo, o un grupo de amigos en Baltimore o Albacete, están ingeniando nuevas fórmulas. Lo que pasa es que tú y yo estamos manteniendo esta conversación en el momento en el que eso ocurre.

Está de actualidad el conflicto entre las nuevas formas de comunicación y las tradicionales. Los que llevan toda la vida en esto, ¿creen que esta explosión de comunicadores se llevará por delante las máximas del periodismo, la objetividad?

Hay de todo entre la gente de mi edad. Hay gente que está mirando con recelo el nuevo juego de las nuevas técnicas de comunicación, y otros que no. Yo no lo miro con recelo, en absoluto. Me parece que tiene mucho de verdad el periodismo que hacíamos, y tiene mucho de no verdad también, como el que ahora se hace. Eso de “nosotros éramos el periodismo de verdad, y todo esto es una basura” es una mirada cateta. El código de base, en última instancia, contar lo que ocurre a la gente que necesita saberlo para tener opinión y ejercer su derecho ciudadano de optar por las cosas, para lo que necesita información, seguirá siendo igual. Los juguetes cambiarán, pero los elementos sustanciales siguen siendo los mismos. Las resistencias han cambiado: hace 20 años sí que había un pensamiento muy pedante del periodismo que miraba por encima del hombro al periodismo nuevo, y a los nuevos medios que iban surgiendo. Les consideraban un basurero periodístico, era una idiotez, pero ya no pasa.

¿Le veremos haciendo streamings en Twitch?

No, pero no porque tenga recelo a las nuevas tecnologías. Me he tirado tres años viajando por el mundo entero, entrevistando a científicos de todos los lugares, a los que están más en la vanguardia. No tengo ningún recelo, pero sí consciencia del tiempo. Las tecnologías reclaman muchísimo tiempo, y yo no tengo tanto para dedicárselo. Me gusta pasear, leer, escuchar música, y tengo más consciencia de que tengo un tiempo limitado. La gente joven también tiene un tiempo limitado, pero actúa como si no lo tuviera, entonces es capaz de dedicarle horas y horas. Es una actividad contra la que no tengo nada, pero no soy capaz de dedicarle tantas horas.

Dice que la verdad y la información llegan a la gente de otras formas. ¿Se puede seguir hablando de lo que antes se llamaban líderes de opinión, o esa función se ha trasladado a las redes sociales?

Sí, ahora hay muchos líderes de opinión, de colores muy distintos, seguidos con devoción por miles de personas. Hace unos años eran unos cuantos nombres en unos pocos medios, que eran la referencia. Ahora hay un montón de territorios. La clave está en inspirar confianza, en convertirte en un punto de referencia solvente. En el gran Washington Post o en el periódico de A Coruña, o haciendo la información internacional o en la cartelera de espectáculos, que tu nombre sea un nombre asociado a la decencia y a la solvencia. Eso es lo que tiene que lograr un periodista. En este inmenso universo lleno de señales, un periodista y un medio tiene que acreditarse como una referencia solvente. Esa siempre será la batalla.

¿Las fake news son herramientas ligadas a una ideología concreta?

Las fake news son muchas cosas. Por un lado, las mentiras de toda la vida, amplificadas con la nueva realidad. Por otro lado son una industria: hay gente que ha descubierto esa realidad y ha hecho maniobras intencionadamente dirigidas a buscar objetivos. Industrias operando para difundir mentira. Son una amenaza brutal, porque producen una gran desconfianza, no sabes ni puedes distinguir qué es lo que viene avalado por algo medianamente creíble. Por eso, es imprescindible crear plataformas de solvencia, aunque no vas a poder evitar que exista lo otro. Se puede luchar contra eso, pero no puedes evitar que circulen mentiras.

¿Cómo?

El mundo tratará de agarrarse a esas posiciones que ha elegido, y sabrá que hay otra perturbación por ahí, pero habrá aprendido a no hacer caso a lo primero que venga. Se vivirá en ese universo de follón, con esos puntos de confianza. La frase que más digo es que en tiempo de inundación, lo primero que escasea es el agua potable. En esa inundación de señales informativas, lo que escasea es ese agua potable informativa, que ahora es absolutamente vital. La inundación arrasará con todo, menos con lo que flote. Es el mundo en el que hemos de vivir, de esa complejidad. Todo ha cambiado respecto al momento en el que había dos periódicos, tres radios y una televisión. Esto no tiene nada que ver, es diferente a todos los efectos: qué haces con tu dinero, cómo educas a tus hijos. Se va aprendiendo, y aprendes sin querer. Al final, se incorpora con una cierta naturalidad a la vida.