eldia.es

eldia.es

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Maud, siempre Maud

La investigadora Ángeles Alemán rescata la memoria

de esta surrealista en una apasionada publicación

Portada del libro que hoy se presenta en el Instituto de Estudios Canarios. | | E.D. Sergio Lojendio

Bonneaud, Domínguez o Westerdahl son los apellidos que han acompañado a la figura de una mujer sencillamente excepcional, tristemente orillada y olvidada, una figura fundamental del arte surrealista en Canarias y una personalidad sustancial para entender la vanguardia artística en las Islas.

«Todo empezó con un golpe en la cabeza. Un accidente tan extraño y surrealista que parecía preludiar lo que iba a ocurrir después. Sentada en un restaurante, esperando al camarero para pedir el postre, de pronto noté un golpe brutal. Una puerta de cristal y metal, cuyos goznes habían caducado desde hacía tiempo, se desprendió de pronto y cayó sobre mi cabeza», describe Ángeles Alemán González, doctora en Historia del Arte y profesora de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, en su libro Maud Bonneaud-Westerdahl. La creadora surrealista, editado por Mercurio y que presenta hoy, desde las 19:00 horas, en la calle Juan de Vera, sede del Instituto de Estudios Canarios.

¿Fue cosa del azar? Desde el encuentro en aquella soleada casa de la Avenida de Las Asuncionistas de la capital tinerfeña, hasta la visita de esta profesora al domicilio de Maud, siendo ya viuda en su domicilio en Madrid, quedaron flotando incógnitas y una historia intacta, aún por descubrir. Este libro representa, además de un profundo y concienzudo trabajo de investigación, marcado por la pasión, un homenaje a la memoria de una mujer «interesante y generosa», única e irrepetible, injustamente orillada y olvidada: una «agitadora cultural».

A juicio de Ángeles Alemán ha habido una generación de brillantes historiadores del Arte que no tenían «una visión feminista» y en su intento de ser conciliadora señala como profesora que «existen mujeres artistas que no figuran en los programas oficiales». De hecho, subraya que son las historiadoras del Arte quienes están batallando para «sacar del anonimato» todo ese talento silenciado.

En 1955 se instaló en Tenerife, ya divorciada del pintor Óscar Domínguez, adoptando el apellido de su segundo marido, el crítico de arte Eduardo Westerdahl. Los años anteriores quedarían guardados desde entonces en la gaveta del olvido, un velado silencio asumido por ella misma, además de una forma casi tácita, pactada, en aquella sociedad provinciana que era Santa Cruz, envuelta en el ambiente sombrío de la dictadura franquista. «Muy prudente, como francesa y divorciada, decide callar, para así evitarle problemas a su marido», si bien escribe artículos en la prensa local.

Nacida en la ciudad de Limoges, en 1921, aquella estudiante de Letras siempre sintió admiración por el movimiento surrealista, pero sería su encuentro con André Breton un punto de inflexión vital, «un viento arrasando las arenas de la normalidad, un tifón devastando la pequeña isla de la vida confortable. Incluso en su desolación era hermoso», escribiría años después. En su obra Facción española surrealista de Tenerife, el intelectual Domingo Pérez Minik ya calificaba a Maud como «el más importante apoyo con que el surrealismo francés cuenta en Tenerife».

En junio de 1943, aquellos difíciles años en un París marcado por la ocupación de las tropas alemanas, entabló amistad con la poeta surrealista Laurence Iché y a través de ella conoció a Dina Vierny, modelo y galerista, quien le presentó al pintor tinerfeño Óscar Domínguez con quien Maud vivió «una historia de amor intensa y turbulenta», señala Ángeles Alemán. Una vez en París, los dos que se cruzan son esta joven esmaltadora de Limoges y el surrealista tinerfeño en 1943: «Ahí estaba, elegante y monstruoso», escribió Maud sobre su primer encuentro con Óscar Domínguez en el Café Select, donde el artista se acercó a su mesa y le dijo: «Tú eres la niña saltamontes y me casaré contigo». Cuenta Alemán que «al mismo tiempo que se consolidaba su relación de pareja, empezaron juntos a trabajar de forma experimental con los esmaltes», inspiración de la tradición artesanal que Maud ya traía como bagaje de su Limoges natal.

Joyas para Christian Dior

La pareja contrajo matrimonio en 1948 y, en esos años, Maud diseñó una colección de joyas para la casa de moda Christian Dior y también desarrolló la escenografía de una producción alemana, el montaje teatral titulado Las moscas de Jean Paul Sartre.

Entre 1947 y 1949 expuso en ciudades como Praga y Bratislava –además de contar con obras en colecciones permanentes de dos galerías de París–, así como en Londres, junto a Óscar, quien escribiría una carta a Eduardo Westerdahl en la que le confesaba su relación sentimental: «Tengo una mujer muy guapa y muy interesante que se llama Maud». A su lado conoció a Picasso, con el que siempre mantuvo una estrecha relación, y de aquella estancia en la capital británica, Maud forjaría una sólida amistad con Valentine Penrose, que permanecería inalterable a lo largo del tiempo.

A lo largo de su vida, esos esmaltes alcanzaron una extraordinaria belleza y de hecho continuó creando joyas y pequeñas piezas de carácter escultórico hasta la década de los 70 del pasado siglo.

En 1950 , Maud y Óscar Domínguez se separan y, dos años después, es el propio pintor quien le presenta a Eduardo Westerdahl, impulsor de la revista gaceta de arte y de la II Exposición Internacional del Surrealismo en Tenerife, quien cautivado por la personalidad de la artista la invitó en 1953 a la Isla para exponer sus esmaltes. Maud se divorciaría de Domínguez y contraería matrimonio con el crítico de arte en 1955, instalándose en Tenerife, donde crearía unos estrechos lazos con dos figuras sustanciales de la cultura insular: Domingo Pérez Minik y Pedro García Cabrera.

En la Isla desarrolló una intensa actividad como artista, crítica y comisaria de la exposición homenaje a Óscar Domínguez en 1968 en el Museo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife. En diciembre de 1965, el Círculo de Bellas Artes abrió al público la exposición titulada Las 12, una colectiva impulsada por Maud en la que junto a ella participaron artistas como la norteamericana Quita Brodhead, la noruega Birgitta Bergh, la sueca Tanja Tanvelius, la polaca Vicky Penfold y la italiana Carla Prina, junto a Lola Massieu, Jane Millares, María Belén Morales o Eva Fernández.

Su vínculo con la familia Penrose propició el contacto del arquitecto tinerfeño Carlos Schwartz con Sir Roland Penrose, que concluyó en el acercamiento al escultor Henry Moore, autor de la obra El guerrero de Goslar que hoy luce en la Rambla capitalina.

Paradigma de modernidad

Con todo, «su actividad incesante y su actitud abierta a la modernidad permaneció siempre en Maud, tanto fuera Bonneaud, Domínguez o Westerdahl», subraya la investigadora, quien destaca el hecho de que «siempre decía que ella era surrealista y cartesiana al mismo tiempo, y esa contraposición era muy propia de su forma de ser y de su actitud para enfrentarse a las cosas. Y en cualquier caso, ¿quién mejor que una misma para definirse?».

A Maud Bonneaud, Domínguez o Westerdahl hay que entenderla como una figura fundamental del arte surrealista en Canarias, la persona que consiguió establecer lazos entre París y Tenerife, porque sin ella no es posible entender la vanguardia artística en las islas. Una mujer absolutamente moderna, magnífica.

Compartir el artículo

stats