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Concierto | Queen siempre regresa

Miradas de felicidad

Dios Salve a la Reina conquista con un ‘show’ de altura al público enmascarado que acudió al Recinto Ferial capitalino

Pablo Padín durante el concierto que ofreció el pasado sábado en la capital tinerfeña. El Día

Dios Salve a la Reina volvió a ganarse el crédito de sus seguidores. Condicionado por el protocolo covid, el Tributo a Queen más elogiado del momento dejó en sus conciertos canarios del Festival Mar Abierto las buenas sensaciones de siempre. Su fórmula continúa siendo infalible.


La pandemia nos ha robado naturalidad, se llevó por delante cosas que van a ser imposible de recuperar a corto y medio plazo aunque se pongan todos los medios (y mucho más) por regresar a esa nueva normalidad que nos están vendiendo desde que acabó el estado de alarma.

Gestos tan simples como celebrar un gol de tu equipo con una lluvia de abrazos, no dar saltos en un concierto o evitar «manifestaciones» de euforia desmedida en una chuletada (con todas sus variantes posibles, familia, amigos o conocidos) están incluidos en los nuevos protocolos anticovid. Todo se ha vuelto más racional casi dos años después de que el coronavirus comenzara a pulular por un mercado de Wuhan (China).

Oír durante dos horas canciones de Queen con el trasero pegado a una silla es una misión tan extraña como vivir unas navidades sin la presencia de Papa Noel, una Semana Santa sin capuchinos o una fiesta de Halloween sin calabazas. ¿Es esto la vida real? (Is this the real life?) es el título de la gira de Dios Salve a La Reina - Tributo a Queen que acaba de atravesar Canarias de la mano del Festival Mar Abierto. Sobre el escenario la vida sigue igual –el cuarteto liderado por Pablo Padín es una gran réplica del proyecto que convirtieron en leyenda los británicos Freddie Mercury, Brian May, John Deaccon y Roger Taylor–, lo nuevo está abajo. Y es que debe ser una sensación diferente estar dos metros por encima del público y encontrarte con una legión de desconocidos sentados como si estuvieran en la ópera y con medio rostro oculto por una mascarilla: los cantantes de hoy se están especializando en leer las miradas de las personas que acuden a sus conciertos.

El espectáculo ‘¿Es esto la vida real?’ lo tiene todo para elevar el ánimo tras un ciclo en tinieblas

La banda argentina decidió tirar del exquisito catálogo musical de Queen para conquistar a una audiencia que, poco a poco, perdió las formas, que no el miedo, al ritmo de himnos como Somebody to Love, Under Pressure, Don’t stop me now, Bohemian Rhapsody, I Want to Break Free, Another One Bites the Dust, Crazy Little Thing Called Love, Who Wants to Life Forever, We Are the Champions o The Show Must Go On. Todo acabó como siempre, con una tonga de comentarios en clave positiva camino del casa. «Son muy buenos», repetía una audiencia satisfecha.

La fórmula Dios Salve a la Reina es como la ensaladilla, es decir, todos conocen los ingredientes, saben más o menos cómo se deben mezclar para dar con la receta perfecta y está mejor cuanto más fría la sirvas. Otro tipo de frialdad recorrió el Recinto Ferial capitalino el pasado sábado durante los primeros diez minutos de espectáculo. Puede que tener que mantener el culo (perdón) pegado a la silla y el efecto mascarilla edificaran una atmósfera demasiado solemne para la ocasión, pero es lo que hay. Menos es nada. Sobre todo, ahora que comenzamos a ver un rayito la luz tras una larga temporada entre tinieblas. Con unas medidas de control –acceso, distancia de seguridad y evacuación del recinto– impecable, el resto lo tenían que poner Padín y sus chicos. Quince minutos tardaron en atrapar a sus leales seguidores.

No es que el primer cuarto de hora de espectáculo fuera malo, pero la tensión de no saber qué hacer (dar palmas. agitar los brazos de este a oeste como si no existiera un norte y un sur o quemar las suelas de los zapatos contra l piso) demoró la conexión entre los músicos y los espectadores, pero una vez se selló esta alianza (la interpretación del tema Somebody to Love marcó un antes y un después) la complicidad agarró velocidad y el espectáculo creció como la espuma hasta alcanzar una dimensión sublime.

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