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crítica de cine

Película con regusto a epílogo

| e. d.

Clint Eastwood representa a la perfección a la cinematografía norteamericana. En el ejercicio de sus facetas como actor, realizador o productor, su extensa y ecléctica trayectoria refleja un estilo artístico que ha marcado, tanto un sello personal, como un emblema de la cultura estadounidense. Con noventa y un años cumplidos y más de sesenta inmerso en el mundo del cine y la televisión, nos hallamos ante un referente indiscutible. Director venerado y autor respetado, puede presumir de varias obras maestras y de numerosas aportaciones sobresalientes al Séptimo Arte. Una vez ampliada su imagen inicial de tipo rudo y violento (encarnada en ese Harry el sucio apuntando con una Magnum 44 y pronunciando la icónica frase “venga, alégrame el día”), se ha descubierto a un completo y sensible cineasta, capaz de regalar a los espectadores maravillosas secuencias. Ganador de cuatro Oscars, Eastwood pasará con mayúsculas a la Historia del cine gracias a títulos como Sin perdón, Million Dollar Baby o Los puentes de Madison. No obstante, por edad, parece inevitable la cercanía de su ocaso y con Cry Macho resulta ya evidente la intención de comenzar a escribir su epílogo profesional.

Clint Eastwood en una escena de la película.

Con esta última obra, que recuerda a un soneto pausado, reflexiona sobre diversos aspectos trascendentales, recurriendo para ello a los arquetipos más arraigados de la idiosincrasia de su país. Los paisajes naturales, el espíritu vaquero y los sombreros tejanos se filman con el afán de combinar la naturaleza con el alma humana, dejando a su paso una sensación de homenaje póstumo. Se percibe que el protagonista está de vuelta de todo y con ganas de sentenciar lecciones aprendidas. En ese sentido, se trata de un largometraje de trama sencilla, narración sosegada y envoltura tierna.

Aun sin aproximarse a sus grandes creaciones y dejando atrás la contundencia de sus mejores trabajos, no cabe duda de que el californiano es habilidoso contando historias y, por tanto, consigue armar un buen relato que alcanza por momentos unos niveles de sensibilidad y lucidez dignos de elogio. El problema estriba en la altura de su listón, tan elevada que el ritmo de sus producciones no permite mantenerlo siempre. En definitiva, una obra menor dentro de la filmografía de Eastwood, pero no en el conjunto de la cinematografía norteamericana.

Una ex estrella de rodeo y criador de caballos retirado acepta el encargo de un antiguo jefe para traer de vuelta a casa a su hijo pequeño desde México y, de ese modo, alejarlo de su madre alcohólica.

Durante el viaje ambos se embarcarán en una inesperada aventura. Cabría pensar que apenas queda nada de aquel actor que rodaba spaguetti westerns en Almería, pues no podían vislumbrarse en sus inicios su madurez y consistencia posteriores. Sin embargo, ha mantenido a lo largo de las décadas esa particular y atrayente presencia delante y detrás de la cámaras, y algunos de sus rasgos de antaño permanecen inalterables medio siglo después. Incluso ahora, pese a evidenciar puntuales signos de fragilidad, consigue aprobar con soltura. Sin duda quien tuvo, retuvo.

El protagonismo del filme recae en el propio Eastwood, hasta el punto de que el resto de intérpretes son bastante desconocidos, incluso en algunos casos debutantes, circunstancia que les no impide unas correctas interpretaciones. Además, en el terreno de la dirección de sus actores, el veterano cineasta logra ese delicado equilibrio entre la actuación natural y la supeditada al desarrollo de un guion.

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