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CANARISMOS

Para que se lo coman los gusanos que lo disfruten los cristianos

Para que se lo coman los gusanos que lo disfruten los cristianos

Esta es la forma más común que se puede escuchar en Canarias de este viejo refrán de uso general en distintos dominios del castellano, a uno y a otro lado del Atlántico; donde podemos localizar distintas versiones que observan diversas variantes en el verbo y sujeto de la segunda oración: «Lo que han de comer los gusanos que lo miren/vean/disfruten/aprovechen/coman los humanos/cristianos», según la zona geográfica donde se localice el registro. Sin emabargo, todas ellas observan el mismo significado. El contexto de uso más común podemos encontrarlo en situaciones y formas dialógicas como esta: en una conversación entre mujeres, una reprende a otra por lucir con cierta alegría un llamativo escote que insinúa sus exuberancias anatómicas (lo que en ambientes puritanos puede considerarse indecente o incluso una provocación). Ante esto, se le censura con cierta exageración:

«Mi niña, tápate un poco que se te ve todo». A lo que la recriminada, desafiando toda muestra de pudor, responde con desparpajo:

«Para que se lo coman los gusanos que lo disfruten los cristianos».

Casi siempre se utiliza en sentido autoreferencial, pronunciado por la dama que exhibe sus encantos. Aunque también puede recurrirse a la expresión por alguien que la anima a «evidenciar» sus atractivos.

El dicho se construye sobre dos oraciones y con intención de obtener una recitación rimada en las terminaciones de ambos sujetos («gusanos/cristianos») con claro propósito mnemotécnico y así facilitar la memorización por el hablante. La primera oración nos sugiere una metáfora del cuerpo humano como «pasto de los gusanos». Imagen subliminal disgustosa, pero destino fatal e inevitable de nuestros cuerpos después de la muerte, lo que tiene acomodo en la visión judeocristiana del cuerpo postmortem, presente sobre todo en el Antiguo Testamento (v.gr.: «Cuando un hombre muere, recibe como herencia lombrices, bichos y gusanos»; Libro de la Sabiduría de Jesús ben Sirá 10,11).

La segunda parte del dicho es una exaltación a «disfrutar» de la belleza con que la naturaleza ha dotado a ciertas criaturas, en particular a la mujer.

Los «cristianos» como beneficiarios de esta «gracia» son los seres humanos, y en el sentido más estricto, los hombres. Se trata de un arcaísmo castellano para referirse coloquialmente a cualquier persona (o «a una persona de bien»). El término es usual en las islas, donde es frecuente como apelativo o tratamiento de cortesía para dirigirse a una persona mayor a la que trataríamos de usted. La voz castellana tiene origen, muy probablemente, en un acto de reafirmación de pertenencia a la fe cristiana en un periodo de la historia en el que profesarla significaba una garantía de supervivencia. Y en el que se diferenciaba entre «cristianos viejos», aquellos de tradición familiar cristiana, y «cristianos nuevos», como se denominaba a moriscos y judeoconversos y que eran considerados una categoría diferenciada. El término, pues, rememora una época en la que en el territorio peninsular convivían tres religiones. [Como testimonio de aquel periodo, el Quijote está lleno de referencias a «cristianos viejos» y «cristianos nuevos»].

La fuerza del mensaje o enseñanza que pretende trasmitir el dicho consiste en una actitud vital que exalta la entrega a los placeres mundanos y a la vida misma, reafirmándose sin pudor en los placeres carnales. Una filosofía de vida que encaja dentro de los presupuestos de la ética epicúrea de búsqueda de la felicidad y que se resume en aquella máxima que dice: «Comamos y bebamos que mañana moriremos». Principio este que viene recogido y censurado tanto en el Antiguo Testamento (Isaías 22,12) como en el Nuevo Testamento (Corintios 15,32), y al que Epicuro dignificaría como consigna del hedonismo dándole soporte filosófico. El hedonismo racional epicúreo es, en cierto modo, «rescatado» en el Renacimiento como actitud vital que permeabiliza en el vulgo. Y es este seguramente el soporte ideológico libertario que anima la parte conclusiva del dicho: «Que lo disfruten los cristianos»; paradoja que lo sitúa como antagonista de la concepción de la doctrina cristiana que se sintetiza en la sentencia: «La vida es un valle de lágrimas».

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