La plataforma Netflix ha reivindicado las expectativas del ‘continuará’ en sus tres entregas de este homenaje al ‘slasher’ –la característica de este subgénero es la presencia de un psicópata que asesina brutalmente a adolescentes y jóvenes que se encuentran fuera de la supervisión de adultos–, las brujas y el terror juvenil. Las tres películas, dirigidas por Leigh Janiak, se han emitido con gran éxito en tres semanas.  


Netflix acostumbra a colgar sus series con todos los episodios de golpe. El concepto de la serialidad ya no es ni puede ser el mismo que antaño, aunque otras plataformas online sigan respetando la periodicidad tradicional. Para este experimento que se ha convertido en uno de los grandes éxitos del streaming actual, La calle del terror, Netflix ha estrenado sus tres partes en otras tantas semanas, los días 2, 9 y 16 de julio. Así que ha tocado esperar siete días entre entregas para ver cómo evolucionaba la historia y saber su desenlace.

Pero La calle del terror, homenaje indisimulado a algunas variantes del cine de horror juvenil, no es una miniserie dividida en tres partes. Tampoco son tres largometrajes independientes. Está a caballo de las dos cosas y, en cierto modo, recuerda a experimentos seriales realizados previamente en el Reino Unido, caso de Red riding (2009), planteado también en tres partes en diferentes épocas (1974, 1980 y 1983).

La primera entrega de La calle del terror acontece en 1994. La segunda, en 1978. Y la tercera transcurre en 1666. Como en Red riding, es una historia que se despliega a través de periodos distintos. Aunque La calle del terror viaje hacia atrás en el tiempo, hasta la era de los colonos puritanos, la trama evoluciona en sentido recto: sin ese regreso al pretérito no se entendería todo lo visto en los dos primeros filmes.

Novela de R. L. Stine

Pero si Red riding era una exploración fría, periodística y política de los motivos de un asesino en serie y cada capítulo correspondía a un director, La calle del terror ha sido realizada en su totalidad por Leigh Janiak (pareja, por cierto, de Ross Duffer, mitad creativa de Stranger things junto a su hermano Matt) y su temática es el slasher y el cine de brujería. Se trata de la adaptación de una novela de R. L. Stine, autor de Pesadillas, experto en la literatura de terror para jóvenes lectores y ya adaptado por Joe Dante en Haunted lighthouse (2003), sobre dos niños fantasmas en un faro.

La trama inicial podría dar pie al título de una famosa novela de Charles Dickens: Historia de dos ciudades. Porque los personajes principales de La calle del terror habitan en dos ciudades vecinas, Shadyside y Sunnyvale. La primera aparece estigmatizada por crímenes sangrientos y está en permanente crisis económica. La segunda es el lugar más bonito y próspero para vivir. Los Estados Unidos divididos en dos mitades asimétricas.

«Empezó como una broma y terminó como un asesinato». Esta frase, que escuchamos al inicio de La calle del terror: 1994, podría aplicarse a la gozosa reformulación del cine slasher que inauguró Wes Craven con Scream. Y, de hecho, esta primera parte es un homenaje a aquella, con el asesino del cuchillo y la máscara de calavera persiguiendo a su víctima femenina por un desértico centro comercial.

Hay en este primer segmento otros indicios y algunas novedades. A diferencia del cine slasher clásico, donde las protagonistas/víctimas acostumbran a ser heterosexuales, un amor lésbico recorre la historia desde el principio hasta el final, el de Deena y Sam, dos chicas de las dos ciudades, casi una versión contemporánea de Romeo y Julieta con gente de Shadyside y de Sunnyvale como Montescos y Capuletos. A partir de aquí, no podemos escapar del spoiler. Sam es poseída por una bruja ahorcada en otra época, y ahí entra en escena otro motivo del cine de terror.

La mezcla de horror y comedia sigue dando sus frutos en la segunda entrega. Esta vez los homenajeados son los campamentos de verano amenazados por el sicópata de turno estilo Viernes 13. «Los tiempos cambian, el mal no», se dice al inicio del filme ambientado en 1978. La calle del terror es en el fondo una historia de lo maligno a través de los tiempos. Es un largo flashback explicado por una superviviente de la masacre en aquel campamento, y el relato suministra más pistas sobre lo que hemos visto en 1994. Porque en Shadyside, el pasado nunca pasa del todo.

Homenaje a Bowie

Además de Viernes 13, el tributo a David Bowie es aquí incontestable: la hermana de la narradora se llamaba Ziggy, como Ziggy Stardust, y a su perro lo apoda Mayor Tom, como el astronauta de Space oddity. Además, hay un crescendo dramático al ritmo de la canción The man who sold the world. La banda sonora de la serie se las trae con variadas joyas rock y pop: Sourtimes de Portishead, Creep de Radiohead, Gigantic de Pixies, Killing me softly with his song de Roberta Flack, Sweet Jane de The Velvet Underground…

Tras la visión de la historia en el campamento de 1978, las expectativas eran altas. La producción de Netflix había logrado lo que quería: reivindicar el continuará y tener a todos los espectadores en vilo durante una semana entera. Con su ambientación en Union, una localidad de colonos puritanos y fanáticos en 1666, se nos cuenta todo aquello que deberíamos saber sobre la enigmática Sarah Fier, condenada por brujería, a la vez que se vuelve al tiempo presente para atar los cabos sueltos. O quizá no sea así y todo vuelva a estar más abierto que nunca.