Puerto de Letras regresa hoy al Lago Martiánez con el segundo encuentro previsto. Poesía en el Lago reúne a Ricardo Hernández Bravo, Katya Vázquez Schröder y Adalber Salas Hernández. Este último afirma: «Seguro que habrá algo inesperado; alguien dirá algo que valdrá la pena escuchar».

¿Con qué ánimo llega a Puerto de la Cruz para participar en este encuentro?

No he tenido la fortuna de conocer a los compañeros con los que voy a compartir velada pero me emociona mucho poder leer con ellos y descubrir así su trabajo. Para mí estas ocasiones son muy emocionantes porque muchos de los autores vivos que más me han gustado los he descubierto en festivales, así que siempre es una buena ocasión para entrar en contacto con lo que se está escribiendo, en lo que se está trabajando y para descubrir lo que están haciendo los compañeros.

Y usted, ¿en qué está trabajando ahora?

Estoy trabajando en dos textos. El primero de ellos está listo y debería salir a finales de este año o a inicios del siguiente con la editorial Pre-textos. Se llama Nuevas cartas náuticas y es una exploración, a medio camino entre el ensayo, la poesía y la traducción, sobre la relación que tenemos los seres humanos con el mar y la navegación. Es una obsesión que tengo así que es un libro conformado por textos navales traducidos e intervenidos, anécdotas propias y ajenas, historias reales y ficciones. El libro es como especie de encrucijada de género. El segundo proyecto, del que ya llevo la mitad, es una enciclopedia autobiográfica, en la que sigo jugando en la mezcla de los géneros literarios. En ella trato cosas que habido en mi vida y las explico a modo de enciclopedia.

Todo ello es muestra de que a lo largo de su carrera siempre ha estado mezclando géneros y que no termina de elegir ninguno de ellos para centrarse en él.

Soy una especie de glotón de los géneros. Me encanta ensayar combinaciones nuevas. Me gusta ir probando y ver lo que sucede, como quien trabaja en un laboratorio, no con la seriedad del adulto sino con la fascinación lúdica de un niño.

Después de tantos años en el mundo de las letras, ¿es fácil mantener viva esa mirada de niño?

Se me da bien mantener la mirada del niño. De hecho, cada vez se me hace mas fácil porque cada vez me importa menos ser respetable. Cuando empecé a escribir pensaba que había que escribir de una forma y a medida que fui trabajando más y fui explorando nuevos registros, me solté y dejé de pensar que había maneras afines a mí de escribir. Entendí que lo que yo escribiera únicamente iba a estar determinado por el momento y las circunstancias.

En uno de sus trabajos planteó «¿Para qué sirve escribir poesía en una época como esta?». ¿Ha podido responder ya a esa pregunta?

Podría intentar dar una respuesta pero probablemente dejaría de ser válida en unos meses. Diría que escribir poseía sirve para hacer el mundo un poco más habitable, y también leer poesía. Cuando leo el tiempo se ralentiza, uno se concentra en ir desgranando el texto palabra a palabra para que no se escape nada porque uno sabe que cada sílaba está puesta por el autor con extremo cuidado. Eso hace que uno se detenga de la percepción cotidiana del mundo que hoy en día es siempre urgente. A través del móvil todos nos piden su atención pero, cuando leo, nada de eso existe y eso hace que perciba el tiempo con una lentitud mayor. Eso es necesario e imprescindible porque si no enloquecemos un poco.

Sin duda esa es una respuesta muy actual y acorde con los tiempos que corren.

La gente se ejercita, medita, hace yoga y todas esas respuestas son válidas pero en todas ellas hay una necesidad de desconectar de la especie de tormenta comunicativa en la que vivimos. La poesía también puede hacer eso, hacernos más consientes del lenguaje que usamos porque en este perpetuo estado de emergencia, la gente arroja palabras de un modo muy descuidado. Lo vemos en el mundo político: hay pocos políticos que piensen antes de hablar, y lo bueno de la lectura de poesía, o de literatura en general, es que nos recuerda que el lenguaje no es solo un arma arrojadiza ni una piedra con la que golpear el oído de los demás sino que es un instrumento que es capaz de suscitar otra clase de pensamientos.

¿Cómo surgió su pasión por la traducción?

Es difícil decir cuándo empecé con esa faceta pero recuerdo que cuando era pequeño y estaba empezando a leer me compré una edición de Hamlet, cuando ni siquiera sabía que era una obra de teatro porque para mí la literatura era únicamente la narrativa. Cuando descubrí que era una obra de teatro me pareció bien y continué leyendo pero el traductor había hecho un trabajo tan excepcionalmente malo que lo dejé. Siempre recuerdo aquello cuando traduzco. Con el tiempo entendí que el traductor trataba de recrear cierto lenguaje arcaico para dar ese sabor de época isabelina pero sin el genio lingüístico de Shakespeare. Desde entonces trato de recordar siempre que traduzco que hay que prestar atención a la textura del lenguaje, hay que recordar que es materia sonora y que una buena traducción, si quiere perdurar, no solo se debe centrar en comunicar un contenido sino que la forma tiene que estar unida. Así que ese primer momento de desagrado fue un punto de inflexión para mí.

Esas licencias que usted toma a la hora de traducir para dar forma a sus proyectos ¿cree que son entendidas por todos sus lectores?

Todavía no he recibido quejas pero estoy seguro de que debe haberlas porque hay gente que arroja opiniones sobre la traducción que son del todo básicas y yermas. No es un debate nuevo y siempre va a haber gente aburrida.

Llegó a Tenerife desde México y ha estado viviendo en numerosos lugares a lo largo de su carrera. ¿Hasta que punto el lugar en el que escribe es importante para sus creaciones?

Sin duda es muy importante. No solo el lugar sino también los vínculos que hago. En Nueva York viví durante muchos años y allí hice algunos de los amigos más maravillosos y fascinantes que podría tener. Algunos de ellos escriben así que ese intercambio de ideas me ha alimentado muchísimo. Sin ese diálogo escribiría mucho peor. Mi pareja es mexicana y es una poeta del todo excepcional y el diálogo con ella es fértil; de hecho, tenemos un libro en conjunto que ya hemos concluido. La escritura es el modo a través del que me relaciono con el mundo y siempre está en todo lo que hago.