Cualquier persona que haya escuchado una lengua diferente de la suya sabe que la relación existente entre las expresiones fónicas y sus significados es arbitraria. En efecto, la inmensa mayoría de hispanohablantes llamamos periódico al impreso que estamos leyendo ahora mismo, pero los anglófonos lo llaman newspaper; los francófonos, journal; los germanófonos, Zeitung, etc. Esta discrepancia entre las lenguas se debe a que la relación entre el significante (la expresión fónica) y el significado es convencional, al basarse en un pacto social establecido por cada comunidad lingüística.

Otra propiedad interesante del lenguaje humano es la doble articulación. Una expresión fónica como periódico no se presenta, por así decirlo, como un mazacote amorfo, sino como una construcción doblemente estructurada. En efecto, por un lado, observamos que periódico está formado por nueve piezas fónicas básicas a modo de bloques: /p/-/e/-/r/-/i/-/o/-/d/-/i/-/k/-/o/. Pero, además, también vemos que estos bloques carentes de significado son capaces de combinarse entre sí para crear estructuras significativas mayores, en este caso, el lexema period- «intervalo de tiempo» y el sufijo -ico «relacionado con». Así, se observa fácilmente que la construcción periódico está doblemente articulada en nueve fonemas o bloques (las unidades mínimas no significativas) y dos monemas o estructuras (las unidades mayores significativas).

Dicho lo anterior, no cabe duda de que, cuando los seres humanos emitimos una expresión lingüística o un silbido con intención comunicativa, este siempre es convencional, pues de lo contrario la comunicación no sería posible. Sin embargo, en el caso del silbido, este no siempre es doblemente articulado. Por ejemplo, si convengo con mi hija en que un mensaje compuesto por tres silbidos cortos indica «ven a comer», podríamos dividirlo en tres unidades dotadas de los significados «ven», «a» y «comer», respectivamente. Pero tales silbidos, pese a ser significativos, no pueden subdividirse en unidades menores, por lo que mi mensaje silbado no está doblemente articulado. Solo mi hija y yo lo entenderíamos, en virtud del pacto previo establecido.

Otra cosa muy distinta es lo que sucede cuando, en una grabación de 1991, el profesor Maximiano Trapero pide al pastor herreño Domingo González que silbe «Eloy está en la montaña» y, al escuchar el mensaje treinta años más tarde, el maestro silbador gomero Eugenio Darias se da cuenta de que Domingo no ha silbado lo que Maximiano le pidió, sino «Eloy, anda p’abajo». Aquí estamos frente a un silbo doblemente articulado que, a diferencia del mío, no se basa en un pacto previo, pues el profesor Trapero convino con el pastor herreño en que silbara un mensaje y este silbó otro. No obstante, como este silbo está doblemente articulado, el maestro silbador gomero Eugenio Darias, que conoce perfectamente la convención del español silbado, no tuvo ningún problema en descomponerlo en los catorce fonemas y cuatro monemas silbados que lo articulan doblemente. Y este proceso cognitivo, que llevó a cabo automáticamente el área de Broca de su cerebro, le permitió interpretar a la perfección la expresión silbada por el pastor herreño Domingo. Así pues, este simple hecho contradice toda la argumentación del señor Darias acerca del carácter no articulado del silbo herreño.

Deduzco que lo que quiere decir el maestro silbador gomero es que el silbo herreño que recogió el profesor Trapero en 1991 presenta una merma en otra propiedad del lenguaje humano: la productividad. Esta propiedad se fundamenta en las leyes combinatorias de la gramática, que nos permiten producir e interpretar mensajes que no se han emitido con anterioridad. Sin embargo, cuando una lengua entra en fase de deterioro, motivada por su inferioridad, sustitución o abandono, la productividad de sus hablantes puede verse limitada, de manera que la comunicación se restringe a un inventario cerrado de expresiones. Así, en esta situación de amenaza, es normal encontrarse con hablantes de distinta competencia comunicativa, que van desde la total fluidez (los menos) hasta el conocimiento de unas pocas frases prototípicas (la mayoría). Y, tal y como ha demostrado el doctor en lingüística e ingeniero acústico del CNRS francés Julien Meyer en su monografía Whistled Languages A Worldwide Inquiry on Human Whistled Speech (2015), el deterioro lingüístico es un fenómeno que también afecta a los lenguajes silbados doblemente articulados que, como el herreño, se encuentran en grave peligro de extinción. El distinto grado de competencia comunicativa que muestran los silbadores inmersos en esta situación le ha permitido al profesor Meyer (2015: 56-58) establecer una clasificación. Así, los silbadores herreños a los que entrevistó el profesor Trapero en 1991 serían, según su tipología, semisilbadores: es decir, silbadores que poseen competencias limitadas en su producción, en su percepción o en ambas facultades. No obstante, el maestro Darias ignora el hecho de que, en 1991, en El Hierro había muchos más silbadores que los que entrevistó el profesor Trapero, pues ni en El Pinar había solo cinco pastores en aquel entonces, ni este era el único pueblo herreño en que se silbaba. En efecto, cualquiera que visite los canales de YouTube o de Facebook de la Asociación Cultural para la Investigación y Conservación del Silbo Herreño podrá comprobar que en El Hierro disponemos de muchos más silbadores tradicionales y que, como era de esperar, estos poseen diferente competencia comunicativa. Es decir, que no solo existen semisilbadores, sino también silbadores desenvueltos (siguiendo la tipología de Meyer) capaces de silbar cualquier expresión, y que algunos de estos últimos son de la misma generación o de otra inmediatamente posterior a la de los silbadores a los que entrevistó el profesor Trapero hace treinta años. De hecho, en tales entrevistas, estos silbadores veteranos aseguran haber aprendido a silbar desde la infancia, a través de la mera imitación de sus familiares o conocidos. Así pues, el planteamiento de Darias de que a estos silbadores desenvueltos veteranos los pudo enseñar alguien ajeno a la tradición insular resulta, cuanto menos, conspiranoico.

Por otra parte, el hecho de que los herreños consideren «artistas» a los gomeros que han oído silbando por la televisión no debería sorprender a nadie, ya que, como han repetido hasta la saciedad los profesores Ramón Trujillo (1978 y 2006) y Marcial Morera (2018), el silbo tradicional se creó para emitir mensajes cortos a largas distancias. El maestro Darias debería diferenciar, por tanto, el silbo de los pastores (gomeros y herreños, ya que en ambas islas esta tradición ha estado íntimamente ligada a la ganadería, que fue el pilar de su economía hasta época relativamente reciente) del silbo de los actores, pues silbar mensajes largos a corta distancia es un uso secundario, ornamental, recreativo, folklórico y relativamente reciente de esta tradición, que en ningún caso puede emplearse para juzgar el uso original, pues sería algo tan absurdo como juzgar el gateo por la danza. Así pues, es absolutamente normal que los campesinos herreños juzguen su silbo como rudimentario frente a la variedad recreativa, que, como sabemos, comenzó a gestarse en La Gomera a principios del siglo XX, como consecuencia de un contacto cultural prolongado entre los pastores gomeros y la burguesía tinerfeña. Pero es que los propios silbadores tradicionales gomeros han manifestado en diversas ocasiones que el silbo que se enseña en las escuelas y se exhibe en las actuaciones folklóricas poco tiene que ver con el que ellos practicaban. De hecho, el maestro silbador gomero don Isidro Ortiz, consciente de este hecho, decidió otorgarle un nombre diferente al silbo que se ha estandarizado en la enseñanza, imponiéndose a la variedad tradicional: el silfateo.

Finalmente, la falacia de evidencia incompleta o cherry picking que vertebra el artículo del maestro Darias también pretende negar el carácter doblemente articulado de otros tres lenguajes silbados, que han sido igualmente estudiados por el especialista internacional Julien Meyer en tres publicaciones de impacto aparecidas entre 2015 y 2017, esta última en colaboración con el etnomusicólogo tinerfeño David Díaz Reyes. Me refiero a los silbos de la localidad almeriense de Topares (Andalucía), del Alto Atlas (Marruecos) y de Gran Canaria, este último arraigado en la zona centro-occidental de la isla. Se trata, por supuesto, de silbos doblemente articulados, como los que existen en otros cuarenta lugares del mundo. Negar el carácter doblemente articulado y, con ello, la existencia de estos lenguajes silbados, sobre los que existen grabaciones y publicaciones científicas, supone una barbaridad tan grande como negar la curvatura de La Tierra. Por este motivo, me temo que, lamentablemente, la Declaración de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad del silbo gomero ha servido para que en Canarias se desarrolle una nueva teoría conspiranoica: el silboplanismo, que, haciendo tabula rasa de los silbos del mundo, considera que, en principio, solo existió el silbo gomero y que de él provienen todos los demás.