El escritor Luis Rivero acaba de publicar su libro Como dice el dicho. Modismos y dichos de Canarias. En sus palabras «el refrán, el dicho, se ha refugiado, como toda la cultura de tipo tradicional, en los medios rurales y en el uso de las gentes menos letradas. En esos ámbitos, ha mantenido su carácter oral». 

A juzgar por la extensión de su libro, subtitulado Modismos y dichos de Canarias, con más de 500 páginas, ¿cabe pensar en una segunda lengua, nacida al rebujo de la española?

El español de Canarias es un dialecto con voz propia, mucho más rico de lo que creemos. Atesoramos un patrimonio lingüístico de manera inconsciente, sin saber muy bien el alto valor que tiene. Nuestro dialecto se enriquece con la aportación de una serie de elementos culturales que emergen a través de la historia conformando un modo de expresión singular que nos identifica y nos hace distintos. De tal modo que se convierte en una seña de identidad fundamental. Por eso hay que cuidarlo como un tesoro lingüístico que es y sentirnos orgullosos de hablar diferente.

Los dichos y modismos mantienen vivo un idioma popular, pero con frecuencia son auténticos cultismos. ¿Derivan de fuentes distintas?

A medida que descendemos en la observación de las voces dialectales que utilizamos diariamente, casi sin darnos cuenta, o las escuchamos de nuestros mayores, somos cada vez más conscientes de la riqueza léxica que poseemos. E indagando en este campo podemos descubrir auténticas joyas. La diversidad de aportaciones lingüísticas a nuestro léxico va desde los indigenismos (voces procedentes de la lengua de los antiguos canarios) como baifo; portuguesismo como engodo, voces del árabe hispánico incorporadas a través del castellano antiguo, como atarjea; anglicismos como naife, y un largo etcétera. Entre estas expresiones nos encontramos con ciertos arcaísmos que pueden representar auténticos cultismos, como: pargana, maquila o andancio. Todavía podemos escuchar de personas mayores en los pueblos expresiones tales como: Eso es un andancio que hay por ahí (que se refiere a la difusión de una enfermedad epidémica, pero dicho así resulta hasta simpático, lo que lo despoja de cualquier dramatismo).

Los grandes escritores, clásicos y modernos, inventan muchas veces estas formas, que después se creen populares. ¿No significa esto que los maestros del castellano valoran esa aparente espontaneidad?

La lengua es el único patrimonio cultural que pertenece realmente al pueblo o a las comunidades que la hablan. Este patrimonio, inmaterial e intangible, está vivo y no obedece a más reglas que el uso y la costumbre. De hecho, las autoridades académicas, cuando la comunidad hablante crea un neologismo, no tiene más remedio que incorporarlo al registro léxico. No se pueden imponer modos o formas de hablar en ningún ámbito a través de la implantación quirúrgica de nuevos modelos, aunque hay quienes lo pretenden. No podemos vivir sometidos a lo políticamente correcto o a la estandarización de la lengua, ambas son sombras que amenazan la libertad de expresarse libremente.

También se conocen vulgarismos muy toscos, pero en general son ocurrencias que enriquecen la expresividad del habla, ¿no cree?

Dichos, modismos, frases hechas, giros lingüísticos, … en las Islas, en su mayor parte, son hijos de la cultura rural, incluso las expresiones más propias de las zonas urbanas se localizan generalmente en barrios populares nacidos al calor del éxodo del campo a la ciudad. Lo que en el pasado estaba ligado a un bajo nivel de instrucción y, por ende, se alejaba del hablar culto. El habla popular también está marcado a veces por expresiones que rozan la grosería y el escarnio, pero también es verdad que son las menos. Creo que el isleño se siente más cómodo cuando utiliza registros que se mueven entre la ironía, la socarronería y el gracejo.

La sección que usted mantiene en el suplemento cultural de este diario, Canarismos, es estupenda. Pero no es raro constatar algunos con vigencia en toda el área del idioma…

Gran parte de los dichos o refranes que se escuchan en Canarias son adaptaciones locales procedentes del castellano y de otras lenguas, lo que confirma la universalidad de muchos de estos registros. Otra parte son incorporaciones directas sin modificación que se han adaptado con tanta facilidad que casi han tomado carta de naturaleza, se puede decir, pasando a formar parte del acervo lingüístico. Por ejemplo, si escuchamos el refrán: cuando el barranco suena, porque agua trae o lleva, nos hace pensar en la versión castellana: cuando el rio suena… Y en tal caso se podría hablar de adaptación local. Pero si escuchamos la expresión: salvarse de manganilla, no necesariamente estamos hablando de una adaptación del salvarse por los pelos. La dicotomía entre el origen local o foráneo es relativa porque a fin de cuentas lo insular no es más que una manifestación singular de lo universal. Los mitos, las metáforas, los arquetipos que subyacen en la lengua son universales y trascienden a las fronteras lingüísticas.

¿Es posible poder fijar el origen o la presencia territorial de los dichos?

Gran parte de los léxicos y diccionarios de canarismos con un encomiable trabajo de investigación constatan la pervivencia de muchos dichos en distinta islas o pueblos y así quedan registrados. Pero ello no implica la exclusividad de su uso en tal o cual localidad, si bien existen expresiones locales que por su singularidad no admiten un uso extraterritorial. La mayoría de la veces la traslación existe y desde antiguo. Y seguramente ello habría que atribuirlo a los movimientos migratorios interiores (por ejemplo, majoreros y conejeros que emigraron a Gran Canaria durante el pasado siglo pueden explicar la subsistencia de dichos comunes); o los desplazamientos temporales de aparceros del norte de Gran Canaria que iban a hacer la zafra al sur de la isla. Lo mismo cabe decir de la partida de trasmarinos hacia América y su posterior regreso como indianos. Un ejemplo es la expresión:¡Arrecha!, muy usual en Telde (único lugar de las islas donde la he escuchado, al menos que se trate de un teldense). Podríamos encontrarnos ante un americanismo procedente de Cuba. Pero esto son solo hipótesis, creo que las aseveraciones no caben cuando hablamos de palabras.

Su ámbito social no parece limitado a un estamento. Mucha gente cultivada demuestra placer mezclando el habla académica con la popular.

Una anécdota protagonizada por dos canarios de proyección universal: el abogado grancanario don Fernando León y Castillo, a la sazón embajador de España en París, y su viejo amigo, don Benito Pérez Galdós, a quien se ofreció a echarle una mano para la publicación en Francia (en el diario Le Figaro) de la novela Nazarín. Se carteaban de manera habitual y en una de las misivas, Fernando León y Castillo informa a Galdós sobre el estado en que se encontraban sus gestiones para la publicación de su novela en francés. Ante la impaciencia del escritor grancanario, el político teldense recomendaba de no enojarse; y recordaba: «No olvides aquella norma de conducta de los maúros de Canarias: paso de buey, tripa de lobo y hágase el bobo». Creo que esta anécdota epistolar es suficientemente significativa en relación a lo que me pregunta.

¿Cómo ha sido su universo de investigación: solo canario o castellano en general?

Hay que subrayar que no se trata de un trabajo académico ni está avalado por un riguroso trabajo de campo. No ha sido mi pretensión. El trabajo de campo, por así decirlo, se limita en muchas ocasiones al conocimiento directo del registro en cuestión (y el mayor o menor grado de familiaridad con el dicho), o acaso indirecto, que va acompañado de una labor de documentación que trata de constatar usos y significados idénticos, similares o diversos de un mismo dicho. Partiendo de una expresión popular utilizada en un momento determinado, nos damos cuenta que, sorprendentemente, en ocasiones se dan expresiones idénticas o similares para tales supuestos en otras lenguas y culturas con las que, aparentemente, no existe una conexión directa. Por otra parte, el haber tenido acceso a registro locales desconocidos o no inventariados da la impresión de que estamos ante un campo de investigación inagotable.

Los textos explicativos que acompañan a sus canarismos periodísticos implican linajes cultistas que también mueven a mantener la vigencia de nuestros dichos…

Respecto al uso de cultismos en las voces dialectales se da alguna que otra curiosidad con los que podemos llamar (para andar por casa): neologismos de nueva generación. Se trata generalmente de voces de origen urbano y con una etimología, cuando menos curiosa (pibe, changa, chandalero o poligonero). Querámoslo o no, son términos que han tomado carta de naturaleza y han quedado incorporados al español de Canarias. El poligonero es un seudogentilicio genérico y circunstancial que hace referencia a los polígonos de viviendas, una figura del Derecho urbanístico y por tanto su etimología trae causa –paradójicamente– en un cultismo/tecnicismo legal.

¿No cree que ese habla específica lleva consigo un montón de valores lingüísticos que dimensionan la lengua?

La lengua es un vehículo de exploración y conocimiento, también un estado de consciencia en cuanto instrumento verbalizador del pensamiento, al tiempo que signo identitario de la comunidad hablante. Pero la lengua da voz a un montón de significados subliminales, a todo un sustrato inconsciente alimentado de mitos, leyendas, arquetipos e imaginario. El lenguaje no es, pues, una manifestación caprichosa de la realidad a la que se refiere, sino que está cargado de significados que trascienden a la propia consciencia del hablante. La idea, creo, se acerca a lo que decía el antropólogo Levy-Strauss sobre los mitos: “estos despiertan en los hombres pensamientos que les son desconocidos”. En este sentido, las metáforas que conforman la mayor parte de los dichos contienen un mensaje celado que se revela a través de la asociación inconsciente e implica una comprensión automática según el contexto léxico y situacional.

Como dice el dicho...

El volumen reúne una selección de textos publicados en El DÍA-La Opinión de Tenerife junto a otros nuevos.