Escrita en 2010, tuvo su primera lectura dramatizada cuatro años después en el VII Festival Máscara de Icod de los Vinos (Tenerife). Después permaneció en un cajón hasta que la compañía tiñerfeña Delirium Teatro decidió llevarla a escena el 17 y 18 de abril de 2020. El estreno se pospuso por la alerta sanitaria hasta el 11 de septiembre del mismo año, en el Teatro Leal de La Laguna. Fábula del topo, el murciélago y la musaraña fue el primer texto largo y también el más personal del dramaturgo canario Miguel Ángel Martínez y el que hasta la fecha ha tenido un mayor número de representaciones.

La obra arranca en el barrio de La Isleta, Las Palmas de Gran Canaria, en el año 1936. Pedro Perdomo (tío de la abuela del autor), vocal socialista de la Casa del Pueblo, en los primeros días del golpe de Franco, logró huir de la muerte y esconderse durante 33 años en casa de dos de sus hermanas. Para su desgracia, se convierte así en uno de los topos más longevos del franquismo. Aprovechando la prescripción de los delitos otorgada por el dictador, Perdomo sale a la calle para empezar una nueva vida, aunque, al poco tiempo, muere de una neumonía.

Dolores, la sobrina de Perdomo y abuela de Miguel Ángel Martínez, ha sido la fuente de este relato. Éste sintió la imperiosa necesidad de escribir la Fábula después de la muerte de aquella niña que presenció en primera persona los registros en su casa y la angustia de su tío. Sintió que le debía ese homenaje a la historia de su abuela y que esta perdurara en el tiempo más allá de ella y de él. Podemos decir, pues, que la historia teatralizada ha ido gestándose desde la infancia del autor a partir de los relatos de su abuela y que vio la luz a modo de saldo la cuenta con el pasado y apuesta por el futuro, a modo de acto de amor y de fe. El acto de amor consiste en recrear por escrito esa memoria y hacerla colectiva a través de la palabra teatral. El acto de fe está precisamente en creer con fervor en el poder del teatro como documento social, como conciencia de tiempos, seres y estares que de un modo u otro están presentes en nosotros mismos. El resultado es otra crónica real de los años de soledad del franquismo, aunque, en este caso, vivida como testigo de excepción, tan en primera persona que el autor ha caído dentro de ella como un inevitable personaje sin que él lo pretenda.

En el espectáculo se repasa la dura posguerra y la transición hasta la actualidad desde los ojos de Perdomo, de su abuela Dolores y de los ojos infantiles del propio dramaturgo. Esta compañía de Tacoronte —con una exitosa trayectoria de 35 años— ha creado un espectáculo que potencia formidablemente las emociones que laten en el texto, donde se encarna a flor de piel unos personajes que reflejan el drama real que padecieron.

Bastaron solo cuatro actores para interpretar a todos los personajes de diferentes edades, ideologías y épocas. Soraya González del Rosario encarnó a la abuela Dolores, a su devota madre, a las fuertes hermanas Perdomo, y a una niña que a pesar de sufrir el terror de la ira policial no se doblegó y eligió proteger a un miembro de su familia de una muerte segura. Por este trabajo polifacético y polifónico, la actriz fue galardonada con el Premio Réplica de las Artes Escénicas Canarias. Severiano García, director también de la obra, asumió con desnuda crudeza los roles de la autoridad franquista. César Yanes fue el cuerpo y el alma Pedro Perdomo. Notable es la evolución de este actor del que podemos afirmar que hasta la fecha de hoy es la mejor interpretación suya que hemos presenciado. Por su parte, Leandro González muestra su extraordinaria versatilidad interpretando el mayor número de personajes, convirtiéndose en el hilo conductor del montaje a golpe de rap y tablet.

Los efectos visuales contribuyen a poner el contenido documental al alcance del espectador. Las proyecciones de la Sima de Jinámar, los fusilamientos del cuartel de La Isleta, la llegada del hombre a la Luna, España en Eurovisión, el golpe de Estado del 23F, la exhumación de los restos de Franco del Valle de los Caídos son jalones en el recorrido histórico de casi un siglo. El uso de la iluminación es discreto. Se combina la oscuridad subterránea y luz amarilla en los momentos de mayor tensión y azul (fría) cuando Miguel habla con su abuela. El espacio sonoro que envuelve a la obra es de una sensibilidad y acierto exquisitos. Engranan las transiciones dándole un respiro al espectador y preparándolo y acompañándolo en el descenso a los infiernos y salida a la luz. Especial mención merece el minuto de gloria sonora consuetudinaria en total oscuridad que nos traslada a la forma principal que tuvo Perdomo de percibir el mundo durante su encierro.

De la escenografía, podemos decir que es minimalista y propia de los tiempos que corren para el teatro y de fácil transporte para soñadas giras (dos sillas de madera, una lona del tamaño de una pared a la izquierda del escenario de color grisácea, un andamio cubierto al principio por una tela negra, una colchoneta, unos utensilios que esparcían gofio, y un bidón). Destacamos estos dos últimos elementos. El gofio evoca al polvo del olvido de aquellos que no tuvieron la suerte de Perdomo, y el bidón naranja, su escondite. Este, por obra de la sabia y atrevida mano de Severiano García, se transforma en tubo volcánico, caja de camión, caldero cuartelero, bombo de lotería…

Podría decirse que no hay diferencia entre la propuesta textual y el montaje, ya que el texto es muy abierto. Contiene las acotaciones esenciales para los actores. El director ha recreado el texto desde la estética propia potenciando la acción y la plasticidad. Con una mirada inteligente, que revela un conocimiento profundo del texto; ha incorporado elementos visuales, sonoros y musicales que han sorprendido gratamente al dramaturgo y al público. rapear el BOE, proyectar imágenes y canciones de la época, los bailes, la utilización del bidón más allá de su función original, la escenificación del paseo lunar de Pedro Perdomo, el momento de oscuridad absoluta en que solo se escuchan los ruidos cotidianos, las canciones que tararea el protagonista... son los ejemplos más significativos de este trabajo de dirección audaz, arriesgada y efectiva más que efectista.

Textualmente, la Fábula del topo el murciélago y la musaraña podría considerarse como teatro documental desde una mirada poética. El lirismo simbólico parte del propio título y continúa su juego con las imágenes de la infancia del autor, de su abuela y del propio Pedro Perdomo. La historia es una fábula contada por un coro de niños.

La obra ha sido galardonada con el premio Réplica a la Mejor Autoría Original Canaria, nominada a cinco premios Réplicas y recomendada por la Red de Teatro, Auditorios, Circuitos y Festivales de España.