En su crucial introducción a El cine español después de Franco (Ediciones El Arquero, 1989), John Hopewell hacía una pertinente reflexión a propósito de la naturaleza del cine español, y del conocimiento del patrimonio cinematográfico: «El cine italiano cuenta con la tradición del neorrealismo; un director francés nuevo puede recurrir a la nouvelle vague de los años 60, aunque sólo sea para trazar su posición en una tradición de cine nacional. El director español no tiene esta conciencia del patrimonio cinematográfico y, debido a ello, apenas posee etiquetas con qué marcar sus productos en el supermercado cultural del cine europeo».

En los más de treinta años que han transcurrido desde la publicación de Hopewell, los estudios sobre la historia del cine español han experimentado un florecimiento que ha permitido, si no rectificar esta impresión sobre la ausencia de un cine nacional, sí abrir un debate, articulado en torno a conceptos como lo sainetesco o lo esperpéntico, y que plantea la supervivencia y la evolución de un determinado cine de inclinación popular que hunde sus raíces en época republicana y resiste, en los primeros años del franquismo, en la obra de cineastas como Edgar Neville. Dentro de este debate, dos cineastas copan buena parte de la atención como los depositarios de la esencia de esa tradición, y como actores principales en su evolución: Luis García Berlanga y Fernando Fernán Gómez. Dos autores que ese año están unidos por la celebración del centenario de sus respectivos nacimientos: el de Berlanga hoy 12 de junio, y el de Fernán Gómez el 28 de agosto.

El centenario del director valenciano está propiciando la reedición de algunos trabajos de especial relevancia, así como la publicación de nuevos estudios que prometen ser aportaciones relevantes para la comprensión de su obra. Para empezar, se ha recuperado El último austrohúngaro. Conversaciones con Berlanga (Alianza), un volumen de entrevistas con el cineasta a cargo de Manuel Hidalgo y Juan Hernández Les publicado originalmente en 1981 y que retorna a las estanterías en una edición revisada y ampliada. Se trata de un libro muy relevante, que junto a la monografía que le dedicó Francisco Perales en la serie Signo e Imagen/Cineastas de Cátedra, publicada originalmente en 1997, marcan una adecuada introducción al conocimiento de la obra del valenciano.

A rebufo del centenario, se publican también obras como ¡Hasta siempre, Mister Berlanga! (Random Cómics), repaso a su filmografía escrito por Luis Alegre e ilustrado por Adrià F. Marqués; el ensayo Berlanga. Vida y cine de un creador irreverente (Tusquets), de Miguel Ángel Villena y galardonado con el premio Comillas; y el estudio colectivo de próxima publicación Furia española. Vida, obra, opiniones y milagros de Luis García Berlanga (Filmoteca Española, Filmoteca de Valencia), un ambicioso trabajo en dos volúmenes coordinado por José Luis Castro de Paz y Santos Zunzunegui, que se intuye heredero espiritual y evolución de otro libro colectivo fundamental, aunque menos conocido que los anteriores: La atalaya en la tormenta: el cine de Luis García Berlanga (Festival Internacional de Cine Independiente de Ourense), editado por el propio Castro de Paz y Julio Pérez Perucha y publicado en 2005.

En el caso de Fernán Gómez, su centenario no está propiciando este auge bibliográfico, acaso porque el reconocimiento de su condición autoral está más reciente. En el ámbito cinematográfico, su reivindicación plena llegaría con la monografía Fernando Fernán Gómez, escrita por José Luis Castro de Paz y publicada en 2010 dentro de la colección Signo e Imagen/Cineastas de Cátedra.

La aproximación a la obra de ese creador total que fue Fernán Gómez, en cualquier caso, debe complementarse con sus memorias El tiempo amarillo, publicadas originalmente por Debate en 1990, ampliadas por el autor para una segunda edición en 1998 y reeditadas por Capitán Swing en 2015; con el libro de entrevistas Conversaciones con Fernando Fernán Gómez (Espasa Calpe, 2002), a cargo de Enrique Brasó; y con el documental La silla de Fernando, estructurado como una entrevista larga con el cineasta y dirigido en 2006 por David Trueba y Luis Alegre, y que resulta especialmente recomendable en su versión en DVD, con un segundo disco que incluye dos horas adicionales de conversación en torno a la evolución de la industria cinematográfica española.

Esta proliferación de estudios y prospecciones han permitido situar a Berlanga y Fernán Gómez en la historia del cine español y concretar la auténtica dimensión de dos cineastas que, si bien comparten marco generacional, no han tenido ni mucho menos trayectorias paralelas. Cuando Berlanga filmó sus primeros largometrajes, a principios de la década de 1950, Fernán Gómez ya era una figura reconocida por su faceta actoral, próxima a un estrellato que abrazaría merced al triunfo de Balarrasa (1951), de José Antonio Nieves Conde. Ese año, Fernán Gómez protagonizaría la ópera prima de Berlanga, Esa pareja feliz, dirigida a cuatro manos con Juan Antonio Bardem. Un filme que se ha revalorizado con el paso de los años y que anticipaba ya esa renovación del cine español que Berlanga y Bardem capitanearían en los años siguientes, especialmente a partir de Bienvenido, Mister Marshall (1953), cuyo triunfo en el Festival de Cannes daría a Berlanga un prestigio inédito en el cine español de la época.

Apenas un año después, en 1954, sería Fernán Gómez el que iniciaría su andadura tras las cámaras, rodando junto a Luis María Delgado Manicomio. Pero sería con su cuarto filme, La vida por delante (1958), cuando Fernán Gómez alcanzaría su madurez como cineasta. Una película que se sitúa al inicio de ocho vertiginosos y cruciales años en la historia del cine español, los que discurren entre El inquilino (1958) de José Antonio Nieves Conde y La caza (1966) de Carlos Saura, en los que Berlanga y Fernán Gómez tendrían un protagonismo acusado. Berlanga, con Plácido (1960) y El verdugo (1961), sus primeras colaboraciones con un Rafael Azcona que por esos años también iniciaba una fecunda colaboración con Marco Ferreri, inaugurada con El pisito (1958) y El cochecito (1960). Y Fernán Gómez con dos películas igualmente fundamentales, que marcan probablemente la cima de su obra como cineasta pero que fueron, durante décadas, orilladas a la condición de «películas malditas»: El extraño viaje (1963), a partir de una idea del propio Berlanga, y El mundo sigue (1965).

Tras esa explosión creativa, la veta más fecunda del cine español se orientaría hacia vías abiertamente políticas y contestatarias. Pero Berlanga y Fernán Gómez, con una obra mucho más personal, quedarían un tanto al margen. El valenciano pasaría por Francia, donde rodaría una de sus obras más incomprendidas, Tamaño natural (1974), antes de emerger de nuevo tras la muerte de Franco con su esencial Trilogía Nacional. Por su parte, Fernán Gómez se refugió en un cine más popular y en potenciar su faceta como actor, aunque ya en democracia retornó a la vía más estimulante de su cine con obras como El viaje a ninguna parte (1986) o una reivindicable película para televisión, Las mujeres de mi vida (1994), integrada en la serie La mujer de tu vida, en la que Fernán Gómez, a quien Hopewell llegó a describir como «el artista más vigorosamente nacional de España» recupera la vertiente más experimental de su cine.

Entre ambas, se produjo el esperado reencuentro de Berlanga y Fernán Gómez, con el primero tras la cámara y el segundo al frente del reparto. Fue en Moros y Cristianos (1987). Para entonces, ambos tenían ya en su currículo el grueso de las obras que les sitúan en lugares de prestigio en la historia del cine español, y más allá.

El debate en torno a la naturaleza de nuestro cine pasa de forma ineludible por la obra de Berlanga y de un Fernán Gómez quien, certero y perspicaz, dejó una reflexión sobre el tema, recogida en El tiempo amarillo. Fue a propósito de una aseveración de Wenceslao Fernández Flórez, que a propósito de Esa pareja feliz afirmaba que el cine de aquella época «olía a cocido». «Me sorprendió que dijera aquello», escribió Fernán Gómez, «ya que a mí me parecía que éste debía ser el olor natural de nuestro cine, como también era el olor de algunas de sus novelas, que yo admiraba». Una buena forma de etiquetar al producto español en el «supermercado cultural del cine europeo».