Se celebra este año el centenario del nacimiento de Luis García Berlanga. El Ministerio de Cultura lo ha declarado año Berlanga por decisión oficial del Gobierno de la Nación. Convendría recordar que fue un gobierno del mismo signo ideológico quien me cesó en 1982 como Presidente de la Filmoteca Nacional, (posteriormente rebautizada como Filmoteca Española), cuenta el autor de Calabuch en sus memorias. Javier Solana, recién nombrado ministro de Cultura, en presencia de Pilar Miró, directora general de Cinematografía (en octubre de 1982 fue el PSOE quien ganó las elecciones generales) se encuentra con Berlanga a la salida de un estreno y con un abrazo (el rey de los abrazos, apunta el director) y una sonrisa: «Hombre Luis, que tal, me alegro verte»; dirigiéndose a Pilar Miro, el ministro le dice: «por cierto hoy he firmado algo sobre él; ¿qué fue?» Pilar Miró contesta con su típica adustez: «su cese, ministro». Esta anécdota, una de las muchas que jalonan su carrera profesional, la recoge el cineasta con la ironía y el gracejo que le caracterizaba. Nunca llegó a entender la inquina personal que mostraba la popular cineasta hacia él. Esta anécdota me la relató, sin rastro alguno de rencor, y con todo detalle, en uno de nuestros múltiples encuentros en Santa Cruz.

Fue ese mismo año cuando por primera vez me encontré personalmente con él. Una tarde, recibo una llamada para cerrar una cita en el Hotel Mencey. Como es de suponer, aunque hubiera estallado la Segunda Guerra Mundial, allí estaría, en punto, a la hora señalada. No hay que tener mucha imaginación para deducir la impresión que me causó la posibilidad de reunirme ese mismo día con uno de mis grandes ídolos cinematográficos. El bar del Mencey era, en aquellos años, un lugar de encuentro habitual en Santa Cruz de Tenerife y donde me reunía con amigos y conocidos en tertulias, más alcohólicas que literarias, en muchos casos. Las horas transcurridas entre la llamada y el anhelado encuentro se me hicieron más largas que la serie Cuéntame. Bien acicalado, un poco antes de la hora señalada me acerqué a la puerta del hotel, visiblemente nervioso y expectante, pues aún no me creía del todo que me iba reunir con semejante figura. Desconocía el motivo de tan inesperada reunión. Pensaba, que como ya hacía yo mis pinitos en la actividad cinematográfica, que esta insólita y sorprendente cita tendría que ver con alguna propuesta relacionada con el tema y sobre todo con algún rodaje, alguna conferencia o algo similar. Nada más llegar lo veo sentado en un diván al fondo de la sala .Solo y sin nadie que le acompañara (también había pensado que se me había convocado para tener una reunión con otros cineastas y que el director nos explicaría algo). De ahí por tanto mi sorpresa al verlo. Como es natural, su presencia era fácilmente reconocible al momento. Me dirigí a él y me presenté, mientras absorbía una taza de café, Se levantó y me saludó con cortesía y amabilidad, estrechándonos la mano. Saludo que recibí con humildad franciscana, casi le hubiera besado la mano. Mis compañeros de barra giraron sus cabezas para observar con curiosidad insistente mi encuentro con el director. Berlanga, un hombre alto y muy elegante, tenía 61 años, pelo y barba ya encanecidos, imagen por la que ya era conocido en todo el mundo. Detrás tenía una filmografía de doce películas como director con algunos premios de proyección internacional. Se mostró muy afectuoso mientras me invitaba a tomar algo. Creo recordar que pedí una coca-cola. Desde que empezamos hablar todas mis prevenciones desaparecieron y la conversación se desarrolló como si nos hubiéramos conocido de toda la vida. Me preguntó por lo que hacía. Hablé de mi pertenencia al colectivo Yaiza Borges, explicándole en pocas palabras lo que hacíamos sobre todo la apertura de una sala profesional de cine inaugurada meses atrás. La conversación se extendió y en un momento le expliqué la intención del grupo de crear una filmoteca en Canarias (fue instaurada en 1984, según el BOC de 23 de noviembre). Esta aspiración, pensé en ese instante, podría ser la causa que había originado su interés por la cita. Pues, como siendo todavía presidente de la Filmoteca Nacional, sabía que iba a mostrar curiosidad por saber cómo marchaba esta iniciativa, que aún no conocía.

Era sabido que había cambiado la imagen de esta institución modernizándola y cambiando su faz, vieja, aislada y desconocida de la que se sentía muy orgulloso, aún más que de su propia carrera cinematográfica (de hecho, en los diversos libros biográficos que había leído siempre me sorprendió lo poco que se profundiza en esta dura labor de la salvación del cine español a la cual dedicó una gran parte de su vida). Fue, en realidad, el auténtico impulsor de la creación de las filmotecas autonómicas. Por eso cuando le mencioné nuestra intención de la creación en Canarias de nuestra propia filmoteca se alegró mucho mostrando un entusiasmo casi infantil por apoyarnos desde su presidencia (desde luego poco sabía de su cese se produciría ese mismo año). Creo, si la memoria no me traiciona, que la Canaria fue la primera de estas instituciones que se creó en el mapa autonómico español: en cualquier caso, constituye también una herencia indiscutible de este gran cineasta.

Súbitamente alteró el tono de la conversación para explicarme el verdadero motivo de nuestro encuentro: nada que ver con el cine, aunque le habían informado de mis aficiones cinéfilas. Me dijo que le habían asegurado que yo tenía relación familiar con un alto cargo militar. Y se había desplazado a Tenerife para si se podía solucionar la situación de su hijo Carlos, que estaba destinado en el cuartel de ingenieros en la Isla (hay que tener en cuenta que el servicio militar en aquella época se regía todavía por la ley de servicio militar obligatorio de 1968, que obligaba a cumplir dos años de servicio a la patria)

Yo, en efecto, le confirmé mi parentesco con el personaje al que aludía. No sabía exactamente lo que su hijo quería. Le sugerí si era posible vernos con él y que nos dijera lo que pretendía, para así facilitarle yo los detalles a mi pariente. Le pareció muy buena idea y le propuse reunirnos, con su hijo Carlos al día siguiente en el bar Atlántico, en la Plaza de España. A Berlanga le pareció muy bien, que no habría inconveniente. Su hijo tenía permiso para salir, éste además era el primer interesado en hablar conmigo. Así quedamos. Después de las explicaciones de Carlos ya se intentaría resolver su demanda. Nos despedimos y salimos juntos del hotel.

Al día siguiente, efectivamente, nos reunimos en el sitio indicado en la terraza del Bar Atlántico. Le acompañaba su hijo. Muy alto y poco hablador. Con un saludo algo frío aunque amable. Me explicó lo que quería: su traslado a unas instalaciones militares de ingenieros en Madrid. Es verdad que el servicio militar se había ablandado y ya se empezaban a dar facilidades para poder moverse por razones familiares o laborales. En el caso de Carlos Berlanga estaba claro lo que quería: era uno de los reyes de la movida madrileña y las obligaciones militares habían interrumpido su ascenso en el mundo de la música española (en pleno auge, los grupos que habían trabajado iban a tener una importancia fundamental en la evolución de rock nacional: Kaka de luxe, Alaska y los Pegamoides, Dinarama). Se encontraban en una profunda remodelación y con una demanda de giras insoslayable. Podía ser un motivo laboral claro.

Ahora, releyendo la biografía del director pienso que habría otras razones más profundas, más ligadas al desarraigo vital que sufría su hijo, que a su carrera musical. Para su padre, creo que la razón de fondo era buscarle la tranquilidad y reducir su ansiedad, más que su carrera musical. Al terminar la reunión les dije que iba a ser lo posible por resolver este deseo filial. Aunque no le garantizaba nada. No estaba en mis manos pero que sin duda hablaría con mi pariente. Ambos lo entendieron y me dieron las gracias por anticipado. Al despedirme le dije a Berlanga que podíamos vernos por la tarde para ver el cine Yaiza Borges y presentarle a mis compañeros del colectivo que estaban como era lógico locos, además de por el cine, por conocer al maestro valenciano en persona. Me respondió que hubiera estado encantado, que ya habría más ocasiones, como así fue; pero tenía que coger el avión esa tarde; por obligaciones de la productora estaba preparando el estreno de su última película: Nacional 3. La ultima de la trilogía sobre la familia Leguineche (la más endeble de las tres y muy poco destacada en su brillante filmografía). Nacional 3 se estrenó el 6 de diciembre de 1982, en Madrid. Tras su despedida no tuve oportunidad de volver a verlo. Las gestiones para las que fui requerido tuvieron finalmente el éxito requerido. El propio cineasta me telefoneó para confirmármelo. Pues bien, en las sucesivas visitas a Canarias se afianzó nuestra relación, como me demostraría siempre abiertamente y así, de esa manera tan inesperada se fraguaría una amistad francamente inolvidable.