Comenzó dibujando insectos con café y con el tiempo ha llegado a crear grandes animales con materiales reciclados. El arte de Miquel Aparici toma vida en los rostros de su fauna metálica.

La fauna más salvaje habita en el estudio del artista Miquel Aparici (Barcelona, 1963). Rinocerontes y gorilas a tamaño natural, ovejas con lustroso pelaje y pequeños peces son solo algunas de las creaciones del catalán, que la semana pasada obtuvo el Premio Brote Artístico del Festival Internacional de Cine Medioambiental (Ficmec) 2021. El director de arte de la revista National Geographic España trabaja desde hace años con los más variados materiales reutilizados para dar forma a animales repletos de vida creados con cierres de maletas, neumáticos, moldes industriales o virutas metálicas.

No obstante, Aparici declara tener verdadera aversión al plástico. «Nunca se me ha ocurrido hacer nada con ese material porque estéticamente no me llama la atención». Así, indica que lo que le gusta de los objetos que emplea es la historia que tienen, «es una cuestión de energía», precisa el artista quien concluye que, además de la parte medioambiental, lo que le atrae de esta materia prima es la parte estética y por eso declara que «no me sirve cualquier cosa».

La relación de Miquel Aparici con los animales comenzó hace tiempo. No en vano una de sus opciones era estudiar Biología. Fue hace años cuando inició los dibujos de insectos con café. «Mis amigos me decían que esos animales no iban a ser llamativos para el público pero con el paso del tiempo me han llegado a decir que los insectos no les gustan, pero los míos sí», relata el creador quien ha llegado a dibujar estos pequeños animales con más de un metro y medio de tamaño sobre el papel.

Tras meses empleando esta técnica y habiendo incluso expuesto en Nueva York, comenzó a sentir inquietud por hacer algo más y tras añadir muchas más líneas a sus dibujos pasó a las creaciones en tres dimensiones. «Empecé a hacer estructuras con alambres y desde entonces las tres dimensiones me enamoraron», recuerda Aparici, a quien esta nueva faceta le divertía «porque me obligaba a esforzarme aún más».

Tras el alambre, surgió la necesidad de ampliar la variedad de materiales con los que trabajar y después de la biología llegó otra de sus grandes pasiones, la arqueología: «Cuando era pequeño me gustaba mucho buscar cosas antiguas y así fue cómo comencé a emplear cosas antiguas como los objetos industriales porque me gusta que tengan historia, que estén oxidados y que tengan vida aunque la sociedad los considere chatarra». Así, la búsqueda de todos esos materiales se ha convertido en una fase más de su proceso creativo, una parte que además le divierte mucho.

Es así como surgen sus originales piezas –murciélagos hechos con la tela de un paraguas– porque «las piezas me conducen al animal que voy a hacer y otras veces soy como un niño que juega en el estudio con diferentes objetos que me van conduciendo al resultado final». El descubrimiento de los moldes industriales que se empleaban para hacer las piezas metálicas de las antiguas maquinarias supuso para Aparici el hallazgo de un tesoro porque «tienen formas muy variadas» lo que le ha permitido a lo largo de este tiempo dar forma a animales cada vez más complejos, como jirafas de hasta dos metros de altura.

No obstante, reconoce que los tamaños no son determinantes para él y que «dependen de la necesidad que tenga de expresar algo». Aunque nunca sabe cuánto va a tardar en completar una pieza porque depende del tiempo que emplee en hacerse con todos los materiales, se ha enfrentado a creaciones como la de un elefante a tamaño natural que precisamente se encuentra en una finca privada de Tenerife. No obstante, la pieza más grande que ha hecho hasta el momento es un insecto de seis metros de altura que se encuentra ubicado en Menorca.

Aparici puede presumir de que ha habido personas que se han tatuado sus obras en la piel. Mientras tanto él sigue dando forma a todo un mundo animal realizado con los objetos más inverosímiles.