Este refrán isleño advierte al fullerento ocasional y al truhan de las consecuencias que generan los embustes, las tretas y las actitudes espurias, que al final se vuelven contra quien recurre a ellas. La sentencia de carácter predictivo y admonitorio se enuncia sobre la base de una idea bien simple, expresada como un presupuesto, el engaño («el que engaña») y una consecuencia o amonestación, «solo come una vez». Se construye, pues, sobre dos verbos: «engañar» y «comer». El verbo «engañar» se refiere aquí a mentir o hacer creer a alguien algo falso como verdadero, pero con el propósito de obtener ventaja o lucro, de sólito, en un negocio o en una transacción de cualquier tipo.

En el español de Canarias es frecuente el recurso a las metáforas construidas mediante verbos que trasladan la imagen de comer o que se relacionan con el nutrimiento, tales como: «dar de comer», «chascar», «chupar (del bote)» o «mamar» para referir de alguien que está obteniendo ganancias o beneficiándose de dádivas o de una situación ventajosa, aún bordeando la ilegalidad. El verbo «comer» tiene, pues, el sentido de sacar provecho, beneficiarse, «sacar partido de algo» o «sacar tajada». Pero la admonición es tan clara como severa: «quien engaña, gana solo una vez»; ya que el que recurre a un artificio con propósito de apropiarse de lo ajeno o enriquecerse torticeramente adquiere fama de mentiroso y sinvergüenza, sambenito del que no es fácil librarse. Por lo que termina siendo víctima de sus propias mentiras y engaños, y perjudicándose de estas. El dicho se circunscribe fundamentalmente al ámbito mercantil y de los negocios. Puede referirse a diversas situaciones en las que concurran dos o más partes y sea necesario obtener un consentimiento, expreso o tácito, para cerrar un trato. Ya sea la compra de género en cualquier establecimiento comercial en la que el cliente se percata de que le han hecho «la cuenta la vieja»; la adquisición de bienes en determinadas condiciones supuestamente ventajosas que, a la postre, resulta un fraude; el contratista a quien se le encarga una obra determinada a precio cerrado y luego se olvida de lo acordado e incumple las condiciones, de propósito, una vez ha cobrado el precio; o por el contrario quien encarga un servicio y se beneficia de él, pero con falsas promesa y excusas no paga lo convenido.

En definitiva, puede emplearse ante cualquier situación ordinaria o extraordinaria en la que un aprovechado (que tiene por norma «pegar montadas» o «meter negras») recurriendo a cualquier trapicheo intenta obtener una ganancia. «Engañar», pues, equivale a «pegar una quintada». Una quintada se le llama precisamente a la trampa o a la «mala jugada» que se le hace a alguien, no cumpliendo lo prometido o esperado. Pero cuando esto ocurre y el truhan se sale con la suya, ya no vuelve a engañar porque «ya se sabe de qué pata cojea» (¿o cabría decir aquello de «se coge más pronto a un mentiroso que a un cojo»?). Al menos al que le «pegó la montada» (mala pasada, faena). Pero cuando el incauto descubre haber sido víctima de una treta, suele excusarse, a la par que se lamenta, diciendo: «Y parecía serio…» (refiriéndose al marrullero). «¿Serio? —se le suele replicar— serio es el macho y se la mama». (Que se utiliza en algunas islas para expresar suspicacia e ironía sobre la reputada seriedad de alguien).

En la periferia de la expresión comentada encontramos este otro refrán castellano: «una vez engañan al cuerdo, y dos al necio» o la variante, «una vez engañan al prudente, dos al inocente», que advierte y reprocha a quien no escarmienta y lo engañan de nuevo. Y que en el español de Canarias equivaldría a «engañar (a alguien) como a un niño chico», que se dice de una persona que se deja engañar fácilmente.

En definitiva, lo que viene a concluir este refrán es que el «farfullero» que hace trampas «en el juego de la vida», lo hace solo una vez, porque «la fullera siempre sale» y al final todo se acaba sabiendo. Lo que nos pone en guardia frente a este en la próxima «partida».