María Santana (Las Palmas de G. C. 1975) ganó el XXXIX Premio Gerardo Diego de Poesía con ‘Fin de fiesta’, un poemario que excava en la niñez y adolescencia

¿Ha hecho un ajuste de cuentas?

Sí, podría interpretarse como un ajuste de cuentas, también como un cierre, un ciclo que se acaba. De hecho, el mismo título del poemario, que se corresponde con el poema con que acaba el libro, Fin de fiesta, se viene a referir precisamente a eso, a la aceptación de la madurez. Sí, de la adolescencia y también de la infancia, son dos etapas de la vida que te marcan como individuo... Están los recuerdos, decisiones que se tenían que haber tomado, errores y vivencia positivas, por supuesto. Creo que el poemario es una manera de asumir una etapa que conlleva responsabilidades, algo que, aunque de forma velada, recalco en algunos poemas, como Vestirse de lunes, con las rutinas y con la pérdida de la libertad que teníamos con la adolescencia.

En Yo, a medias escribe: «A veces, de madrugada, me despierta un olor a perro muerto». Imágenes duras...

Sí, sí, hay ternura y dureza como en la propia vida. Quizás esa estela de poetas malditos que me marcó muchísimo durante el primer acercamiento de la poesía, donde empiezas por Machado, Becquer o García Lorca, pero luego descubres este mundo infernal de Baudelaire, Varlaine, Rimbaud... Y algo ha quedado, han sido influencias importantes.

También hemos vivido hasta el otro día momentos extraños con la pandemia, el confinamiento y la soledad, ¿no?

Hay poemas que están escritos desde hace seis años y hay otros que son del año pasado, poco antes de que enviase el libro al certamen. Hay de todo, además escritos es distintos lugares y espacios diferentes. Algunos en Italia, otros los escribí en la bahía de Ha-Long, algunos en Portugal y también en Gran Canaria.

Una de la vertientes que se entrecruza con su trabajo literario es la literatura de viajes.

Sí, mi tesis es sobre ello, concretamente sobre un escritor norteamericano, aunque nacionalizado como británico, que se llama Bill Bryson. Dedique bastante años a su obra y a la narrativa de viajes, y aparte me gusta muchísimo viajar. De hecho, es algo que se me parece a escribir poesía, en el sentido de que es una actividad que muchas veces desarrollamos en solitario, y te lleva a la observación y a reflexionar.

¿Y también el cine?

Sí, he enfocado varios campos. Desde los últimos cuatro años me dedico bastante a ello, al cine independiente, a los estudios fílmicos. Imparto docencia en un máster y también en una asignatura del grado de Lenguas Modernas, siempre a nivel de investigación.

Y en un ámbito con intereses tan absorbentes, ¿qué lugar ocupa la poesía?

Siempre procuro que esté ahí, pero es verdad que muchísimas veces no encuentro momento ni el tiempo, sobre todo. Se necesita bastante serenidad, no soy de esas personas que tienen la suerte de sentarse en un café rodeada de gente y de ruidos y empezar a escribir. Para nada, me hace falta calma y un espacio idóneo.

Drama prodigioso, el primer poema, dice: «Quería casarme, tener hijos y manteles calados, / peinarme una larga melena, / coser botones de cuatro agujeros, / fumar cigarrillos mentolados». ¿Su imagen de la mujer?

Exactamente, la imagen desde la infancia... El ideal de mujer, que se corresponde con un ideario normativo, digamos...

¿La reivindicación de otra mujer?

Si, la forma en la que acaba el poema («Sé que al final no hay hijos, ni manteles calados./Sólo ganas de bailar a zancadas,/ libre y torpemente») lo deja bastante claro.

¿Sarcasmo y frustración?

Al final no tengo ninguna de esas cosas y lo que quiero es bailar libre y torpemente. Sí, hay algo de reivindicación frente al papel impuesto por la sociedad a la mujer.

¿Hace falta una literatura de género?

No, no, no... Vamos a ver, una cosa es literatura de género y otra cosa es estudios de género, que desde distintos puntos de vista teórico intentan abordar el papel de la mujer en la literatura, que muchas veces ha sido marginado o ninguneado. Pero eso no tiene nada que ver con lo otro.

Abre el libro una cita de Fernando Pessoa: «Fui como hierbas, y no me arrancaron».

Lo utilice porque para mí ha sido un pilar fundamental, sobre todo Alvaro de Campos, toda su poesía, que marca un antes y un después al igual que los poetas malditos, en su momento, como también ocurrió con Charles Bukowski, un autor que me dio libertad, que me ayudó a soltarme con las formas, saber que hay muchas cosas que valen con la poesía y que no hay que acogerse a un sistema de reglas o métrico.

¿Se puede explicar la cita de Pessoa?

Me cuesta...

¿Hierbas malas?

No, no... No, no lo entiendo desde ese punto de vista, sino como algo que era fresco, apetecible y que se podía coger, elegir, pero que se dejó ahí. Hay una especie de pasar por alto, y que quizás tiene que ver con mi idea de lo que se me ha pasado por alto en algún momento de la vida.

Volvemos a Fin de fiesta. La adolescencia se asimila con una encrucijada peligrosa, con la elección para bien o para mal de un camino, también con el malestar que crean en el adolescente la expectativas que los otros ponen sobre él. Las presiones fluyen. ¿En su caso parece que hace lo que le gusta hacer?

(Risas). Sí, bueno también querría ser cantante de rock and roll... Pero sí, en ese sentido el premio ha sido un empujón bastante importante, una buena motivación para continuar con la poesía...

¿Una novela?

No, he escrito relatos cortos y recibí el premio CajaCanarias en 2005 y continue un poco en esa línea de relatos cortos, pero es verdad que la poesía es una deuda que siempre he tenido pendiente. De hecho, fue lo primero que empecé a escribir cuando era una niña, con siete u ocho años. Unas cosas horrorosas, de lo más cursi y con una obsesión irrisoria por la rima.

A través de su poema Las zapatillas he visto la vida fugarse a través de un calzado que acumula silenciosamente las tonalidades de la biografía de su dueño. Dan ganas de ir corriendo a comprarse unas relucientes y sin memoria.

Sí, es la vida gastada, como las zapatillas que están llenas de pelotas por dentro y que simbolizan la rutina, algo que ves todo los días como la mesilla de noche...

¿Nos salva el viaje?

En mi caso sí... Es una de las pocas actividades en las que se pude improvisar, tanto en el viaje como en la poesía. Hay una observación continua y también de sentirte observada.

Como profesora en ámbitos tan creativos, ¿cree qué existe un retroceso con respecto a la manera en la que hemos vivido nosotros la literatura o el cine? ¿Hay una brecha?

Hay de todo, desde el que pide por favor que no le pongan otra película en blanco y negro hasta a los que se les abre una puerta definitivamente.

¿Fin de fiesta cómo fin de una época?

No lo había pensado, pero el poemario no tiene nada que ver con la pandemia. ¿A nivel personal? Desde luego que vivimos el fin de una era en cuanto a tecnología y sobre todo en cuanto a la forma de relacionarnos, más fría, más distante e individualista, algo en lo que tienen mucho que ver las redes sociales.

¿Se nota en los gustos?

Sí, es una de las grandes batallas con las nuevas generaciones, que crecen como si no tuvieran tiempo o consideran que pierden el tiempo invirtiendo una hora y media de las 24 que tiene el día en ver una película, o leer un libro antes de dormir.

¿Y la poesía?

Hoy día no es una gran género, aunque por otra lado creo que se está poniendo de moda. No quiero que suene a elitista, pero veo que en las librerías destaca un tipo de poesía de poesía un tanto banal, de instagramer, basada en máximas y con aire de autoayuda que a mi, personalmente, no me gusta, pero que es respetable. Hay otras autoras a las que sigo como Luna Miguel, Elena Medel y Pilar Adón, que es más o de menos de mi generación, y que estaba al frente del jurado que me concedió el premio. Digamos que ellas hacen una poesía que me interesa, más en mi línea, más reflexiva y narrativa, también a veces muy cruda y directa... Poesía que huye del hermetismo .

Al respecto, también hay en el libro una liberación del pudor, ¿no?

Es que si hubiese sido de otra manera no la hubiese escrito. Hay una frase de Alejandra Pizarnik que siempre me viene a la mente cuando pienso 'pero, bueno Mapi, te estás abriendo en canal y tal...' Pero para mí es inevitable, no puedo concebirlo de otra forma. Y ella, más o menos, dice: la poesía es el lugar donde cabe todo, y la poesía debe desprenderse de todo lo que no sea libertad y de todo lo que no sea verdad. Entonces, hay que partir de la honestidad y parte de ello es escribir sin pensar quién te va a leer, porque de forma contraria llega el pudor, que te frena y te coarta.

Pero ser artificial, no transmitir...

La poesía es un género que está muy ligado a la identidad del que la escribe. Con la novela, el autor siempre se puede escudar en los personajes que crea, proyectar ciertas cosas suyas, pero en la poesía resultaría complicado y deshonesto.