En Un asunto demasiado familiar conocimos a los Hernández, una atípica familia de detectives. Ahora, en Los buenos hijos (Tusquets), el lector volverá a sufrir junto a Mateo, el patriarca, con el trastorno mental de su mujer, Lola, y con sus tres hijos, Nora, Marc y Amalia, en una historia mucho más oscura.

Evitaremos spoilers, pero habrá sufrido escribiéndola…

Sí. Busqué que fuera mucho más oscura. El caso empieza con el suicidio de una niña y unos padres que quieren investigarlo pero acaba siendo algo mucho más dramático, que se va oscureciendo y tiene consecuencias. Quería poner a prueba a los personajes, ver hasta dónde podía llevar a la familia, qué le pasa cuando llega la tragedia. Si explota o se une. Hay componentes personales pero todo está muy ficcionado: el género negro te permite hablar de temas personales con una doble capa de protección, ficción y género, cosas que no se asocian con el autor porque se supone que no tenemos contacto con asesinos ni con esos temas…

Trata de cómo afrontar el duelo cuando la muerte se presenta de repente y de forma violenta.

Sí. De la muerte. De cómo se buscan respuestas a las pérdidas repentinas. De la necesidad de hacer cosas para derrotar la impotencia. Surge la necesidad de devolver el golpe, el mal que te han hecho. Ese es el tema que está a lo largo de toda la novela.

La venganza. ¿Fría o mejor no servirla?

En la ficción puedes servirla fría pero puede salirte El conde de Montecristo. En la vida real, mejor no llevarla a cabo, y si es fría pierdes la vida en ello. El ojo por ojo no es la forma más civilizada de hacer las cosas, aunque entiendo el impulso.

¿Siente Rosa Ribas alguna necesidad de venganza?

Creo que yo tendría esa reacción y no sé si pensaría en las consecuencias. Es irracional. La fantasía de la venganza existe, pero es una fantasía que devolver el mal con el mal te hará feliz porque hay una herida que no curas. La venganza es un alivio momentáneo porque la pérdida sigue ahí, es definitiva e irreparable. Mientras planificas y fantaseas es como una anestesia, pero no creo que si lo llevas a cabo te quedes igual, creo que te destroza.

Cuando alguien se suicida o muere surge la culpa en los que quedan.

Eso estaba también en Un asunto demasiado familiar. El hecho de que sabemos poco de la gente con la que convivimos. Piensan si había señales que no supieron o no quisieron ver. Nos pasamos la vida engañándonos los unos a los otros.

Como en Un asunto demasiado familiar vuelve al tema de los secretos.

Sí, recorre los dos libros. La niña que se acaba suicidando debería poder confiar en sus padres y contarles su secreto pero tiene miedo de decepcionarles o del castigo y se ve sin salida. Quiere proteger la imagen que los padres tienen de ella. Eso pasa en muchas familias.

Y en la de los Hernández. También entre buenos hijos que se esfuerzan ante las crisis de una madre muy inteligente pero con un trastorno mental y un padre singular que es su jefe.

Los hijos siempre protegen la imagen de los padres. De niños, para ellos son el centro del universo y luchan por mantener su divinidad, por no hacerles caer del pedestal, porque necesitan creer que los padres son buenos. Esta es más la novela de los hijos, de la rivalidad entre hermanos para ser los hijos ideales para los padres. Marc siempre lucha para ser el hijo macho pero ve que su hermana mayor le ha quitado el sitio. Los hermanos se quieren pero luchan constantemente por el reconocimiento y la estima del padre.

El caso de la niña puede ser muy real.

Me inspiró uno que pasó en Inglaterra del que se hizo una serie buenísima, Three girls (aquí, La infamia). Un caso de abusos de niñas que eran captadas por otras niñas que eran cómplices. Eso es lo que me impresionó más. Lo fácil que resulta hacer caer a alguien a una edad tan frágil.

Esas niñas cómplices, ¿víctimas, culpables o ambas cosas?

Aquellas niñas venían de familias complicadas, con muchas carencias y personalidades a medio hacer, muy abandonadas y manipulables, que eran amenazadas o presionadas por novios mayores que también las hacían sentir importantes. Eran parte de la red pero también víctimas. Leí mucho sobre el caso. Me interesaba la incomunicación entre la niña y sus padres.

Mateo no tiene escrúpulos en saltarse líneas rojas para mantener el negocio a flote.

Los detectives reales dicen que en su trabajo hay mucho papeleo y horas de vigilancia y poco glamour. Pero yo quería otro tipo de personaje. Mateo tiene un pasado quinqui, siempre se mueve de un lado a otro de la línea. Todo vale para mantener la agencia y la familia. Y sus conversaciones con Ayala (que le ayuda en los asuntos sucios) tienen algo de Pulp fiction, de dos tipos que matan mientras comen hamburguesas, con toda naturalidad.

El trastorno mental de Lola, la madre, se agrava.

Hay un momento en que la familia no puede hacerse cargo de un enfermo con un trastorno grave. Mateo se pregunta hasta qué punto mantener a su mujer en casa no ha expuesto a los hijos a su inestabilidad emocional, si no debería haberlos protegido a ellos en vez de a ella, si les ha fallado como padre.

Y surge el dilema de ingresarla, o no, en una clínica psiquiátrica.

Es una decisión tremenda. Debes tener la sensación de que también has fallado a tu pareja, a la persona que quieres. Pero cuidar a alguien con una demencia es sobrehumano, no puedes con ello ni con todo el amor del mundo.

Y se atreve también con el tema del alcoholismo, con Lola, con Marc.

Es una adicción, una enfermedad. El adicto repite “puedo dejarlo cuando quiera, yo controlo”. Pero es la adicción la que lo controla. No quería presentarlo en positivo, con una imagen glamurizada de un detective con una botella de whisky. Alguien vomitando en el váter no es una imagen nada glamurosa pero es la que tiene la gente que convive con alcohólicos y eso no se ve. Vemos la primera copa pero no la última.

¿Tendremos más familia Hernández?

Sí. Sé por dónde quiero llevarlos, pero no quiero que sea una serie larga. La investigación es el disparador que crea emociones y conflictos entre ellos. La serie es la familia. Y no habrá pandemia en medio porque lo último que quiero es leer un libro sobre pandemia, ¡y menos escribirlo!