Dice la artista, crítica de arte y comisaria Coco Fusco que «lo puesto a la vista por un museo dice mucho del mismo pero lo no puesto dice aun más». Parto de esta premisa en mi visita a la exposición Gravedad y órbita, muestra que constituye una segunda entrega o planteamiento de la serie de exposiciones iniciada con Ese otro mundo. El siglo XX en las colecciones TEA en que Gilberto González, director del centro, comisaría con sus fondos. Me alegra poder decir que, en mi opinión, la actual ha mejorado notablemente respecto a la anterior en la que, si exceptúo el acierto de sacar obras de calidad a coger aire para disfrute de todos, el resto se me quedó pobre. ¡Ay! Nada más entrar estaban esas maravillas que son las fotos de César Moro en la playa e imaginé mil discursos súper interesantes pero... Bueno, ya pasó.

La cuestión que González plantea en Gravedad y órbita es estimulante: ¿responden las colecciones de TEA a algún criterio concreto, a alguna obsesión? Se empieza a tirar del hilo, como era de esperar, a partir de la figura de Óscar Domínguez pero ¿y después?... Ocurre que de Gravedad y órbita me interesa menos, justamente, la primera sala, que protagoniza Domínguez. Aunque la creo visitable, la forma y el fondo de lo que nos ofrece resulta demasiado exhibido y solo encuentro justificación de su presencia en la medida en que visibiliza, como se explica bien grande y en vinilo, su papel como centro gravitatorio del propio TEA, invitándonos a indagar en la búsqueda de otros astros en torno a los que orbitar. Me pregunto si necesitamos tales astros. Si me atuviese exclusivamente a las dimensiones intrínsecas de la obra de arte, respondería con un no rotundo pero pecaría de enorme candidez pues no puedo obviar las dimensiones del museo como recurso turístico y, por ende, dinamizador económico, aunque no debería ser esto incompatible con la reflexión crítica.

En cualquier caso, abandonar apuestas seguras para buscar ahí afuera, no es recomendable para quienes, en asuntos artísticos, padecen de vértigo y tienen necesidad de suelo firme bajo los pies: puede pasar que se agarren a cualquier cosa, siendo habitual tirar de deificación. Hace nada leí, en un artículo serio, la frase «el ángel de su pincel» en referencia a la obra de Domínguez.

El recorrido expositivo comienza con una propuesta sobre el paisaje, centrada en los modos de percepción, un enfoque infrecuente, hasta donde sé, en los museos insulares. Las obras seleccionadas van desde los desconcertantes Landscapes / Tenerife (2008) de Thomas Ruff, quien se ocupa de la incapacidad de la fotografía para registrar aspectos que rebasan la superficie de las cosas, hasta el inquietante vídeo de Tiago Carneiro da Cunha Low attention span /High curiosity rate (2000), con el que homenajea al actor Peter Elliot, experto en la imitación de simios. Carneiro nos lleva hacia lo que Elliot llama su «estado de percepción» mientras actúa, lo que, como correlato, me lleva a interrogarme por nuestro estado de percepción mientras contemplamos la suya o cualquier otra obra de arte. Y es que esta cuestión implica el pase de un discurso basado en la historia de la creación a otro centrado en la historia de la recepción, ya no protagonizado por la obra de arte sino el sistema del arte.

La sala contigua nos confronta con un asunto fascinante: la crisis de los modos de vida que entendíamos creíamos grabados en piedra y que empezaron a desmoronarse en los 70. En este sentido, la proyección del tráiler de La Notte (1961), de Antonioni, me resulta más que pertinente ya que esta película, que llegó a ser calificada de cubista, la entiendo tratada, en la pared de TEA, como imagen de la posmodernidad que llegaba y de la necesidad, como espectador, institución o artista.... de salir de los discursos comodones y evitar las apuestas seguras que, como digo, es lo que intenta Gravedad y órbita.

En la misma sala destaca una pieza realmente inspiradora, La museografía (2001), una fotografía de Perejaume, apuesta audaz que pone en crisis que la memoria o conocimiento de los lugares puedan reflejarse en su representación pictórica. Tan inspiradora me resulta esta obra que casi veo al «ángel del pincel» corriendo hacia el disparador de la cámara del artista aunque, personalmente, estimo que este trabajo, lo mismo que el vídeo de Carneiro da Cunha, tendría más peso, en la sala siguiente, dedicada a la autorreferencia artística.

Esta última estancia nos remite, en un recorrido conceptualmente circular, al inicio, esto es, a las vanguardias —realmente, es difícil dejar el suelo—, solo que esta vez interpretadas y repensadas por artistas posvanguardistas. Se justifica así la inclusión de Rose (1997), de Imi Knoebel, figura clave de la abstracción geométrica posmoderna, que explora la relación entre espacio, soporte y color con planteamientos formales propios del suprematismo y el constructivismo. Es Ubay Murillo quien despliega la pieza más reciente, ¿Es esto Europa? La demolición (2021), un buen ejercicio de pintura expandida que trata, con procedimientos irónicos característicos del détournement situacionista o, su versión más reciente, la culture jamming asuntos serios como las crisis económicas. No tengo ni idea si TEA lo pretendía, pero me gustó ver a Knoebel y Murillo inmersos en ese diálogo entre dos artistas que, aun considerándose pintores, abordan la tridimensionalidad; el primero con contención y, el segundo, desbordándose plenamente.

Gravedad y órbita, en fin, nos permite disfrutar de obras de calidad a la vez que nos invita a discurrir, al menos, un poco (nunca olvidemos que las instituciones artísticas son adoctrinantes en origen, siempre nos quieren llevar a algún sitio). Finalizo volviendo a lo dicho por Coco Fusco a propósito de la forma en que se autorretratan las instituciones culturales a través de sus programaciones. En este sentido, destacaría de “Gravedad y órbita” haberla visitado justo a mi salida del taller organizado por TEA, dos plantas más abajo, dedicado al postporno (a cargo de los artistas Mike Batista y Maï Diallo). Este poder transitar entre sus pisos, picando culturalmente entre contenidos tan divergentes me resulta infinitamente más interesante que dedicar tiempo a ángeles pintores.