El director español estrenó ayer su última película ‘El olvido que seremos’, que celebra al médico y activista colombiano Héctor Abad Gómez, que trabajó por mejorar la vida en las barriadas más empobrecidas de su país y que fue asesinado por un sicario en la ciudad de Medellín en el año 1987. Su llegada a los cines se produce después de haber triunfado en la pasada edición de los Premios Goya.

El 17º largometraje de Fernando Trueba, El olvido que seremos, adapta la aclamada novela autobiográfica de Héctor Abad Faciolince con el fin de celebrar a un hombre imprescindible: el médico y activista Héctor Abad Gómez, padre del escritor colombiano, que en 1987 fue asesinado por un sicario en Medellín. Tras ganar el Goya a la Mejor Película Iberoamericana, ahora llega a las salas de cine.

¿Por qué decidió llevar la vida de Héctor Abad Gómez a la pantalla?

Si te ofrecen la posibilidad de contar la historia de un hombre como él, no puedes decir que no. Fue alguien que dedicó su vida a ayudar a los demás, y que se metió en problemas por ello. Luchó para llevar el agua potable a las chabolas, para extender las medidas de higiene entre la población, para que se llevaran a cabo campañas masivas de vacunación, para imponer el concepto de salud pública en Colombia y en toda Latinoamérica. Es, como digo, un hombre que merece ser celebrado, a través de una película o una estatua conmemorativa. Alguien de quien es necesario hablar. Y ahora es más necesario que nunca.

De hecho, algunas escenas de la película funcionarían a la perfección en una película sobre el covid-19...

Es cierto. Por supuesto, cuando hicimos la película no éramos conscientes de ello. Yo me empeñé en incluir varias escenas en las que el protagonista insiste en el lavado de manos, y recuerdo que la gente me preguntaba: “Fernando, ¿es esto realmente necesario para la película?”. Y, ahora, fíjate...

El olvido que seremos, decimos, es una película sobre un hombre bueno. ¿No le parece que la bondad es un valor que el cine ningunea?

Desde luego. La mayoría de películas actuales se dedican a la glorificación del mal y de la violencia. Yo no quiero ser puritano, y soy consciente de que la violencia es consustancial a la ficción porque es consustancial a la vida. Pero, en la Ilíada, Homero no glorifica la ira de Aquiles sino que la usa para situarse en contra de la violencia. En cambio, el uso que muchos directores actuales hacen de la violencia es despreciable. En realidad, el 90% del cine que se hace es de una estupidez inconcebible.

Durante su vida, Abad Gómez también dignificó el oficio de la política. ¿Deberían aprender nuestros representantes de él?

Tal vez ni siquiera necesitarían fijarse en él; les bastaría con pasar algún tiempo en un hospital público. Ojalá nuestros políticos pensaran en todo momento en mejorar la vida de la gente. Isaiah Berlin dijo una vez que el primer deber de un político es provocar el menor sufrimiento posible, y que los que no dan prioridad a eso son unos traidores. Hay asuntos, como la sanidad y la educación, que deberían estar por encima de tendencias políticas. Y es cierto que algunos de nuestros líderes han estado trabajando y han sacado leyes muy importantes como la de la eutanasia, pero también hay otros que solo quieren acaparar minutos de televisión para gritar e insultar, y esos son los únicos que interesan a los medios de comunicación.

Solía decirse que el covid-19 nos haría mejores. ¿Lo cree usted? ¿Lo creyó alguna vez?

Al principio sí pensé que íbamos a aprender algo de ello, pero no hemos aprendido nada, y me siento decepcionado de verdad. Yo intento no perder nunca la esperanza del todo, pero no se ha hecho nada para mejorar la sanidad ni las condiciones de los médicos, y tampoco hemos hecho avances en lo que respecta a la protección del planeta. Y, aunque creo que llegado el momento empezaremos a ir en la buena dirección y a ser capaces de reconsiderar nuestra actitud ante todo eso, probablemente será demasiado tarde. A veces es inevitable sentir que todo es una gran mierda. Estamos en una sociedad cada vez más ocupada en el insulto, y en el vocerío, y en el ruido. Yo intento protegerme de todo eso. Dedico mi atención a Sófocles, a John Ford y a Preston Sturges, y no pierdo el tiempo en gilipolleces.

Si hablamos de nuevo de la película, podría decirse que funciona como reivindicación del ejercicio de la memoria, de la reconfiguración de los recuerdos. ¿La concibió con esa intención en mente?

Para mí la memoria es la base de todo. Sin ella no existen ni la inteligencia, ni el progreso, ni la cultura, ni la ciencia. Sin la memoria tampoco puede existir el arte, y por eso me irritan esos cineastas que ni conocen a los clásicos ni se preocupan por hacerlo. El ejercicio de la memoria ya fue la base del libro de Héctor Abad Faciolince en el que se basa la película. Tardó 20 años en escribirlo porque, durante mucho tiempo, el recuerdo de su padre perdido le dolía demasiado. Pero sintió que necesitaba hacerlo para sus propios hijos, para que tuvieran una imagen de su abuelo asesinado.

El olvido que seremos habla de la relación entre un padre y un hijo. ¿Hasta qué punto pensó usted en su propio padre mientras la hacía?

A decir verdad, mi relación con él no fue muy parecida a la relación paternofilial que aparece en la película. Mi padre era muy conservador, muy religioso y muy autoritario. Dicho esto, también era un tipo cariñoso, divertido y simpático. Yo en su momento llegué a odiarlo, y a los 19 años me tuve que ir de casa. Después, cuando ya no tenía que soportarlo a diario, me reconcilié con él.

Además de la memoria personal, en todo caso, la película habla también de la memoria histórica de un país...

Sí, pero he preferido centrarme en lo humano. Yo no soy quién para hablar de los problemas de Colombia. Cada uno debe hacer aquello que sabe hacer. Si eres filósofo filosofas, si eres médico cuidas a la gente, y si eres cineasta haces cine, que no es lo mismo que hacer películas.

¿Cuál es para usted la diferencia?

Hoy en día el 95% de las películas que se estrenan han sido fabricadas como productos. Y algunos de esos productos están muy bien hechos, pero yo no fabrico nada. Yo hago cine, y eso significa que me dejo llevar por impulsos, instintos y emociones, y no por estrategias de mercado. A menudo ves una película y te das cuenta de que no la han escrito con una máquina de escribir sino con una calculadora. Yo no trabajo así.

¿Cuánto le afectó el fracaso de su anterior película, La reina de España (2016)?

A mí me encanta esa película, me sentí feliz al hacerla y me siento feliz al recordarla. Por supuesto, uno siempre espera que sus películas gusten, pero si tengo que escoger entre hacer una película que tenga éxito o hacer una que me haga feliz, siempre elegiré lo segundo. Hay otras películas mías que no me generan tanta alegría, pero no diré cuáles.

Muchos auguran la muerte del cine o, al menos, de una forma de entenderlo. ¿Está preparado?

Si muere algún día, morirá de éxito. Hoy el cine vive su momento de mayor auge. Todo el mundo tiene un home cinema en el salón, y hemos convertido nuestras casas en filmotecas. Cierto, ahora el streaming se está imponiendo frente a las salas de cine, pero hay que asumir el cambio tecnológico. Pase lo que pase, seguirán surgiendo autores con miradas personales, y quienes manejan el negocio de la producción y la distribución nos seguirán necesitando. Como Billy Wilder dijo una vez: “Ellos tienen el reino, pero nuestro es el poder y la gloria”. Por supuesto, estoy de acuerdo con él.