En la vida y obra de Vicente Saavedra hay muchas más dimensiones que la arquitectura. Yo le conocí cuando para mi era “el padre de Cristina” (una de las mejores diseñadoras gráficas de las islas con la que tuve la suerte de trabajar muchos años) en relación con la Exposición de Esculturas en la Calle de Santa Cruz de Tenerife. Acababa de ser nombrada consejera de Cultura del Cabildo de Tenerife y era aún muy inexperta en la vida pública a la que me enfrentaba por primera vez. Recuerdo que me trató con mucha amabilidad. Vino a verme para reflotar esa exposición, para celebrar sus 20 años para los que ya íbamos con retraso, y para convencerme de que siguiéramos comprando esculturas contemporáneas, de esas que dan tanto valor a las calles y parques urbanos de nuestra ciudad.

Me gustó enseguida como persona, porque era didáctico, y tuvo la paciencia de explicarme todo lo que yo sabía de oídas y él conocía en profundidad porque lo había vivido. Hablaba desde dicho empeño, en el que él estuvo tan implicado, pues se puso en marcha incluso antes de llegar la democracia a Canarias, ya que desde 1973 un grupo de intelectuales y profesionales se empeñaron en crear un evento cultural de tan grandes dimensiones. Esta exposición internacional fue iniciativa de la Comisión de Cultura de la demarcación en Santa Cruz de Tenerife del Colegio Oficial de Arquitectos de Canarias. Presidida entonces por el propio Vicente Saavedra. Ahí aprendí otra cosa gracias a él: la importancia que tenía en la vida cultural de la isla el Colegio de Arquitectos, y la generosidad de dicha institución para con su ciudad y su isla.

De ahí surgió una relación (una más) de colaboración entre Colegio y Cabildo, y algunas esculturas más conseguimos comprar e instalar en la ciudad, como la de Jaume Plensa, su escultura Islas que llegó justo ese año en que le conocí, 1995, y se subió literalmente a los árboles de nuestra Rambla, con sus 73 cajas de aluminio negro, metacrilato y neón suspendidas por cables de acero en las ramas de los inmensos laureles de indias. En esa época, otras esculturas de nuestra Exposición Universal, más tardías, se distribuyeron por la isla como la blanca Tensei Tenmoku del escultor japonés Kan Yasuda, que, por otros avatares, tuvimos que instalar a Garachico.

Luego me encontré a Vicente Saavedra como arquitecto, en el proyecto del Auditorio Teobaldo Power de La Orotava. Él y su compañero de toda la vida profesional Javier Díaz Llanos. Aquel proyecto precioso no pudo salir adelante, pero participar en su forma de pensar y entender la arquitectura y las necesidades de la música clásica, de la que era tan buen aficionado, desde mi actitud de aprendizaje, fue otra de las fortunas que tuve la suerte de vivir.

Estas semanas estamos de luto, porque este gran arquitecto ha muerto. Quizás ha sido en democracia uno de los que más peso ha tenido en que la profesión de arquitecto fuera tan respetada en las islas, periodo que duró más o menos hasta en torno al año 2005, cuando por la propia división de los colegios profesionales todo comenzó a ir peor en esa profesión que luego ha tenido que enfrentarse diariamente a muchos problemas e incomprensión política y burocrática.

Especialmente singular y lleno de identidad es el propio edificio del Colegio de Arquitectos que él diseñó junto a Díaz-Llanos y que sigue impecable 50 años después de su inauguración. Junto con la plaza y, cómo no, la incorporación en la misma, de una de las esculturas más bonitas de la ciudad: la roja y deslumbrante Lady Tenerife de Chirino.

Era, además de un arquitecto con una visión muy completa de la realidad en la que le tocaba actuar en cada uno de sus proyectos, un apasionado de la cultura, y te transmitía esa pasión y esas ganas de que se hicieran más y mejores cosas. En esta isla no creo que hayan muchos arquitectos de los que pueda decir que me sentí, además de cómoda trabajando con él, escuchada, cuando le planteaba mis dudas sobre una y otra cosa. Le gustaba encontrar lugares de encuentro, incluso entre generaciones muy distintas y admiraba el trabajo de los demás, el trabajo bien hecho, sin envidias. Recuerdo la última vez que tuve la oportunidad de hablar con él, estábamos Fernando Menis y yo, creo que fue en el hall del Auditorio, era cerca de la crisis de 2008 y Fernando le preguntó en qué estaba metido y él le contestó con cierta tristeza que la crisis había sido tan fuerte que le había obligado a jubilarse. Sentí pena porque los arquitectos así de buenos, que construyen con tanta belleza y tanta calidad no deberían jubilarse nunca, esta ciudad y estas islas los necesitan. Gracias Vicente, a ti y a tu familia, por todo eso que dejaste a los que vienen detrás, por tus edificios, por tus ideas, por tu entusiasmo y tu pasión. Si es justo reconocerlo: gracias a Vicente Saavedra Santa Cruz es una ciudad mucho mejor de lo que era a principios de los años 70.

*Dulce Xerach Pérez. Abogada y doctora en Arquitectura. Investigadora de la Universidad Europea