Releer el viejo libro del economista y pensador francés Jacques Attali, Une breve histoire de l’avenir, breve historia del futuro, publicada en 2006, hace 15 años, antes de la primera crisis económica mundial, produce escalofríos, porque parece que estamos ante visiones de profeta, aunque ejerce, como Yuval Harari, de prospectiva histórica. Tuvo puestos decisorios con Françoise Mitterrand en los años ochenta del pasado siglo y, por tanto, información privilegiada. Dice en el capítulo 4, titulado La primera ola del futuro: el hiperimperio, que el orden mercantil llegará a ser policéntrico, una especie de yuxtaposición de democracias de mercado en torno a algunas potencias dominantes, entre 2025 y 2035, y hacia 2050, “bajo el peso de las exigencias del mercado y gracias a los nuevos medios tecnológicos, el orden del mundo se unificará en torno a un mercado planetario, sin Estado. Comenzará lo que voy a denominar el hiperimperio, que desmantelará primero los servicios públicos, luego la democracia y finalmente los estados y las naciones”.

Attali intenta definir la evolución de todos los objetos humanos que denomina “objetos nómadas” hacia un objeto único, que introducirá la vigilancia y, posteriormente, la autovigilancia, y considera que dicho objeto es “sustituto del Estado”. Se desarrollarán nanotecnologías que ensamblarán moléculas y biomoléculas, que miniaturizarán los medios para informar, distraer o transportar, “aumentando enormemente la ubicuidad del nómada. El objeto nómada único será integrado en el cuerpo de una manera u otra. Servirá de sensor y de mecanismo de control”.

Esto ya lo estamos constatando con la Internet de las Cosas. Hacia el año 2040, sigue Attali, “nuevos objetos tomarán el relevo de los automóviles, las lavadoras, y los objetos nómadas, como motores de crecimiento. Serán los objetos de vigilancia que reemplazarán muchas de las funciones del Estado y a los que voy a denominar vigilantes”. Y es en este punto, donde Attali dice que “se sitúa la revolución más profunda que nos espera en el próximo medio siglo”. Su origen no estará en investigadores estrafalarios, sino en el propio orden mercantil. Attali calcula que esta potencia vigilante será aprovechada por las compañías de seguros que concentrarán esa visión global capitalista de los flujos financieros, y conquistarán gran parte del poder financiero mundial, y “no solo exigirán que sus clientes paguen sus primas, sino que verificarán además que se ajusten a unas normas para minimizar los riesgos que tendrán que cubrir llegando progresivamente a dictar normas planetarias… penalizarán a los fumadores, a los bebedores, a los obesos, a los que no puedan obtener un empleo, a los desprotegidos, a los agresivos, a los imprudentes, a los torpes, a los distraídos, a los derrochadores. La ignorancia, la exposición al riesgo, al despilfarro, la vulnerabilidad, se considerarán como enfermedad”.

Para todo ello, por tanto, habrá hipervigilancia, de los cuerpos, de la salud, de los ciudadanos que van por la calle, de los que entran en espacios privados o públicos, etcétera. Es la generación de castas inferiores, de homeless respecto al sistema planetario de vigilantes, lo que Attali define como “Infranómadas”. Entonces, “el objeto nómada único será localizable de manera permanente. Todos los datos que contenga, incluidas las imágenes de la vida cotidiana de cada cual, serán almacenados y vendidos a empresas especializadas y a policías públicas y privadas… el encarcelamiento será progresivamente reemplazado por la vigilancia a distancia de un arresto domiciliario. Nada quedará ya oculto; la discreción, hasta ese momento condición de la vida en sociedad, ya no tendrá razón de ser. Todos sabrán todo a cerca de todos”.

Llegamos a 2050, y curvada la testuz del humano sobre sí mismo, el individuo pasará a ser un sujeto pasivo de la vigilancia a autovigilarse para homologarse a lo que la sociedad planetaria exige de sí mismo: perder la libertad en nombre de la libertad: “Pulgas electrónicas subcutáneas registrarán constantemente los latidos del corazón, la presión arterial y el índice de colesterol”. Con toda esta información, originada en los vigilantes y los autovigilantes, dentro del ordenamiento del hiperimperio, habrá que reducir a la población, pues cuando el individuo cumple 60-65 años, deja de producir y se convierte en objeto de gasto, asimismo, los débiles y los inútiles representan también un gasto prescindible. Se dirigirá la eutanasia, pues, hacia estos grupos: “Encontraremos algo o lo causaremos; una pandemia que apunte a ciertas personas, una crisis económica real o no, un virus que afectará a los viejos o a los mayores, no importa, los débiles y los miedosos sucumbirán. El estúpido lo creerá y pedirá ser tratado. Nos habremos cuidado de haber planificado el tratamiento, un tratamiento que será la solución. La selección de los idiotas se hará, pues, por sí sola: irán solos al matadero”. En España, actualmente, vivimos hasta los 83, de media, lo cual, con una fertilidad de 1,23 hijos por mujer, nos dará, para 2050, un 40 por ciento de habitantes mayores de 65 años. Este tipo de preocupaciones malthusianas se ha reavivado con la explosión demográfica actual, y mereció un premio Nobel, por la vinculación entre demografía y consumo, para Franco Modigliani, en 1985, quien lanzó un teorema del ciclo vital, que vincula la longevidad con la disminución del consumo y la capacidad de producción. Por eso en Japón, otro país con los mismos problemas, en 2013, el ministro de Finanzas, Taro Aso, pidió a los ancianos de su país que se dieran “prisa en morir”, culpabilizándolos con que deberían sentirse mal por el costo de los cuidados paliativos, “sabiendo que mi tratamiento corre por cuenta del Gobierno”. En fin, la eutanasización de la sociedad a fin de lograr equilibrarla para una media global y planetaria con un bienestar asegurado, no será un tema resuelto por el derecho de los humanos, sino, por la inteligencia colectiva, que Attali, por fin, ha definido magistralmente hace muchísimos años: “La hiperdemocracia desarrollará un bien común que creará la inteligencia colectiva… la inteligencia colectiva de un grupo no es, por tanto, la suma de los saberes de sus miembros, ni siquiera la suma de sus aptitudes para pensar; es una inteligencia propia que piensa de un modo distinto a cada uno de los miembros del grupo. Así, una red neuronal compuesta de células se convierte en una máquina de aprender; una red telefónica cumple funciones distintas a las de cada una de las centrales; un ordenador reflexiona de manera diferente de cada microprocesador; una ciudad es un ser distinto de cada uno de sus habitantes; una orquesta es algo más que la suma se sus músicos...”. Se trata de ese Leviatán, ese ser superior que cada vez nos irá gustando menos a los librepensadores, que somos una casta a extinguir, porque, por lógica evolutiva, Eso, Leviatán, el ser superior, terminará ganando e imponiéndose.