Los periodistas Diego Talavera y Salvador Sagaseta entrevistaron en 1986 y 1988 a Pedro Moreno, o a Xayo. O a los dos a la vez. En los albores de la democracia y con España en el parvulario, ya el artista marcaba los primeros conceptos que, 35 años después, a la sociedad aún le quedan por comprender.

“Xayo es un hombre-frontón, un hombre sobre el filo de la navaja, un diario hablado, un hombre esclavo voluntario de su necesidad de comunicarse y dar todo lo que tiene”. Corría el año 1988 cuando el irrepetible periodista Salvador Sagaseta cogía en una terraza del Derby a Pedro Moreno, Xayo, para hacerle al artista entre un güisqui y una coca cola una radiografía de rayos X express en vísperas de un viaje de quince días a Nueva York.

Lo sentó a la mesa de la terraza pocas horas antes del vuelo y de que el guiense ofreciera una función en el pub Utopía, es decir, cuando Moreno trasponía en fase de crisálida para volver a resurgir en otro formato. Sagaseta resumía el proceso en una suerte de suicidio y vuelta a la vida, una “ceremonia interminable de un arte que es la negación de la muerte”.

Dos años antes, en febrero de 1986, el también periodista de La Provincia, Diego Talavera, se colaba en el camerino del club Tam-Tam para someterlo a un tercer grado mientras pasaba de Pedro Moreno a Massiel con cuatro brochazos de maquillaje y dos líneas de rimmel.

Talavera, a la vista de la metamorfosis, le preguntaba: ¿Eres transformista por naturaleza, por convicción o por una pedrada?

Y resultó que no lo era. Ese señor que se amanecía como un hombre como un castillo y finalizaba el día cantando el La la la, y que en vez de batín se calaba una bata de cola, era otra cosa. Entonces, “¿cómo definirías tu trabajo en escena?”, le inquiere Talavera.

“Opino que no se trata de buscarle etiquetas al trabajo que realizo. Si lo hago es, sencillamente, porque de esa forma es como llego a comunicarme con los demás. El pintor utiliza el lienzo como medio de expresión, el escultor la materia, el cineasta las imágenes y yo, modestamente, transformándome gracias a la magia del maquillaje y los atuendos”.

De esa frase a día de hoy, en el que se lamenta su fallecimiento, han pasado 35 años. En aquél 1986, España estaba en el parvulario continental. En ese enero era cuando entraba en vigor el acta de adhesión de España en la entonces Comunidad Económica Europea y en marzo se celebraba el referéndum de la OTAN, y lo propio del imaginario común de ese periodo del último tercio del siglo XX eran los casetes con chistes de gangosos y mariquitas de Arévalo, o la inefable caterva filmográfica de la época tipo Agítese antes de usarla y Haz la loca…, no la guerra, por no hablar de cintas de mayor profundidad e intelectualidad como se aprecia en títulos como Si Fulano fuese Mengano.

De vagos y maleantes

Después del infierno vivido por los vagos y maleantes de la dictadura franquista, personas como Paco España o Xayo seguían siendo políticamente incorrectos para las generaciones que vivieron más años dentro del régimen, y eran objeto de chanza generalizada, sin entender que con el tiempo se convertirían, como hoy lo son, en guerreros de vanguardia de una sociedad a la que aún le queda por perfilar y asimilar del todo que el género lo elige el individuo independientemente de la física corpórea.

Sagaseta a su modo, también hila fino, cotemporaneizando más con este presente del 2021 que con el pasado de 1988 en aquella terraza del Derby. Dice de Xayo, que aparece junto al periodista con una sonrisa de oreja a oreja y unas gafas Bond, que “únicamente en la ambigüedad encuentra su concreción”.

Y Xayo le explica que en realidad Pedro Moreno son “dos formas que consigue una simbiosis dispuesta a variar”. A Talavera, para mayor dato biológico, ya le había dado más pistas, aseverando que “fisiológicamente soy un hombre y quiero seguir siéndolo con mis inclinaciones naturales. No se puede tratar de conducir un río contra corriente”. Se extiende en el concepto de nuevo con Sagaseta: “Apenas nací comprendí que iba a ser diferente. La cuestión era lograr la síntesis entres las dos formas que iban a lograr el resultado final”.

No era pues, Xayo, fruto de una broma, ni de ganas de fiesta. Ni siquiera de la transgresión. De hecho, y al contrario de lo que se estilaba como el gran recurso de los humoristas de aquella era postfranquista en la que el desparrame se prodigaba en chanzas de sexo barato como cuando al champan agitado y cautivo en una botella pierde el tapón, Xayo no hacía ni teatro chino, ni “chistes picantes”, como puntualiza Sagaseta, sino que eleva “a la categoría de arte con mayúsculas lo que antes era gracioso, es decir, el transformismo”.

Pero pensar que el transformismo era fruto de un momento político o un estado de ánimo era errar con Pedro Moreno. “A mí personalmente no me gusta mucho ese término, y no porque a nivel semántico suene un poco a coña o algo por el estilo. Creo que el transformismo existe desde que el hombre tuvo capacidad de pensar. Ahí están los orígenes de la fiesta del Carnaval u otro tipo de fiestas rituales donde la transformación del hombre en un ser ambiguo se daba con frecuencia, tanto en las culturas avanzadas como en otras más primarias”.

Su propósito era, en su forma de entender, ofrecer unos pases pues algo más ilustrados. “Hay espectáculos de travestis que son auténticas aberraciones”, subraya en el 86, “que carecen de contenido artístico y donde prevalece el lucimiento por el lucimiento. Yo, por ejemplo, para hacer mi trabajo tengo que estar al día, leyendo prensa diaria, viendo televisión y estando informado de cualquier tipo de movimiento de carácter artístico o social, todo ello, como es obvio, sin olvidar la estética a la hora de salir a escena”.

Esto implica una meta por sí misma, le sentencia Talavera. “Sin duda alguna, mi intención es llegar a la perfección más absoluta y que mi espectáculo sea respetado como trabajo artístico. Afortunadamente, los tiempos han cambiando y la llegada a este país de las libertades, junto a las transformaciones de los hábitos sociales, ha hecho posible que podamos realizar nuestro trabajo con dignidad”, contesta. Eso sí, con precariedad de recursos, en una Gran Canaria no muy dada al artisteo profesional en aquellos albores de la democracia. Talavera, a raíz de esa ambición perfeccionista de Pedro Moreno le incidía en la gran pobreza de medios existente, que Xayo califica de un “problema bastante generalizado”, al punto de que locales que habían sido referentes años atrás habían acabado de la forma más insólita posible.

“La verdad es que en la actualidad no existe en Las Palmas una sala que reúna unas características especiales para el espectáculo en directo”. Y ahí va la traca: “Un local como el Altavista, por poner un ejemplo, ha acabado convertido en iglesia coreana. Y eso es triste…”.

Esto no lo decía una persona que no hubiera salido de un teleclub isleño. Xayo, si en la entrevista con Sagaseta estaba a punto de salir pitando para Nueva York, en la de Talavera estaba preparando los bártulos para ir a Berlín. Un cosmopolitismo que también marcaba su retranca en las tablas, pero sin perderle un ojo a sus islas, de la que se consideraba profeta en su tierra. “¿Y por qué no? Desde que comencé a actuar en 1977, en una sala que se llamaba Las Brumas, en el sur de Gran Canaria, me he considerado profeta en mi tierra, aún teniendo en cuenta que en aquellas primeras actuaciones formaba parte de un grupo. Luego, en 1980 fueron las primeras actuaciones en Berlín y a partir de ahí Asturias, Galicia, Puerto de la Cruz y otras ciudades españolas”.

Salvador Sagaseta, en la entradilla de aquella entrevista sin desperdicio lo describe cómo sólo él sabía hacerlo, y que más que una puesta al día para el lector de aquél ejemplar de periódico, publicado el domingo 29 de mayo de 1988, hoy pudiera ser el epílogo del artista, sin remendar una letra.

“Se llama Pedro Moreno, alias Xayo o Xayo alias Pedro Moreno pero que tiene la fortuna de no saber en realidad quién es, quién está encima, si Pedro Moreno, aquel chico de 36 años (no he dicho del «36») nacido en Guía, o el ’doble’ que se inventó para sí mismo”.