El autor de ‘Por los buenos tiempos’ revisa 30 años de conflicto en Irlanda del Norte desde la irreverencia y la carcajada. En las páginas del libro, cuatro jóvenes, miembros del IRA Provisional, se involucran en la lucha callejera de Belfast mientras leen cómics y escuchan música en el transcurso de esas tres décadas. La novela ha tenido una excelente acogida en Irlanda y en el Reino Unido. “Una de las claves ha sido el humor, pero también mi enfoque en la microhistoria, en contar el día a día de esos jóvenes anónimos”, considera el escritor escocés de raíces irlandesas.

Dos décadas después del Acuerdo de Viernes Santo (1998), cuya firma asentó la paz en Irlanda del Norte, viene anudándose una cadena de libros que descomponen, ya sea desde el ensayo o desde la ficción, el tuétano de aquellos 30 años de contienda, un periodo que allí se conoce como The Troubles (los problemas, el conflicto). Entre los últimos panes de la hornada, la muy crujiente Por los buenos tiempos (Sexto Piso), de David Keenan (Glasgow, 1971), una novela de iniciación orgiástica a un mundo en el que la locura es el único principio vertebrador. Violencia, sexo, masculinidad, música de la buena y rabia.

Crítico durante muchos años de la revista musical The Wire, David Keenan, escocés de raíces norirlandesas, da voz a cuatro jóvenes residentes en Ardoyne, un barrio católico y obrero al norte de Belfast, cuatro colegas, mezcla de matones y estrellas de rock, que se abren camino hacia la vida adulta como provos; o sea, miembros del IRA Provisional, una escisión de los auténticos. O más bien como aprendices chapuceros de la extorsión y el ajuste de cuentas. En las páginas conviven la carcajada y la tristeza.

Su estilo se ha comparado al de Irvine Welsh (Trainspotting), y a películas como las de Quentin Tarantino o Uno de los nuestros.

Visual y temáticamente, quizá tenga algo en común con Uno de los nuestros, Malas calles y Los Soprano, pero lo que hago es ficción experimental. Trabajo en la tradición literaria modernista, a la que incorporo cualquier tipo de referente pop, incluidos los estilos del rock’n’roll.

Entonces, sus referentes literarios, ¿cuáles son?

Me encantan Malcolm Lowry, Clarice Lispector, Blaise Cendrars y Patrick Modiano, pero no sé si su lectura se refleja en mi trabajo.

El registro oral es sobresaliente.

En realidad, todos mis libros son relatos performativos. Me encanta la voz en primera persona porque me permite entrar en el personaje usando diferentes estrategias de ritmo y gramática.

Sus personajes encuentran una especie de refugio en la música y los cómics. ¿Sucedía así en Irlanda del Norte en los años 70 y 80?

¡Oh, sí! ¡Había tantas subculturas juveniles esos años! Un aspecto muy interesante que he querido plasmar es que la gente de clase obrera de Belfast disponía entonces de televisor por primera vez, y al mismo tiempo que se entretenían con una película de John Wayne en la tele, podían verse a sí mismos en el noticiario de las seis, en las manifestaciones, arrojando piedras contra la policía o cócteles molotov. Ese glamur seductor los excitaba.

La violencia ejerce un efecto narcótico sobre los personajes. ¿Ese era su mensaje?

Yo no impongo ideas a los personajes; se mueven y reaccionan, con valentía y confianza, según las cartas que les he entregado. No los juzgo. Nadie eligió crecer a uno u otro lado de la línea divisoria [católicos o protestantes]; es más, me atrevo a decir que la mayoría de nosotros no habríamos podido resistir el reclamo de la violencia en cualquiera de los bandos.

Su familia paterna proviene de Irlanda del Norte. ¿Le influyeron sus vivencias durante los Troubles?

Absolutamente. Mi padre y sus hermanos eran analfabetos, pero tenían una fe increíble en el poder del lenguaje para redimir el sufrimiento. Me conmovió, durante años, su extraordinaria creatividad con el lenguaje, la manera en que representaban historias -más que contarlas- y cómo mezclaban los relatos locales con la sintaxis del chiste irlandés. Y, por supuesto, su coraje y su saber estar mientras crecían en una zona en guerra. Sabía que algún día contaría sus historias, que iba a redimirlos de alguna manera.

No hay ética en Por los buenos tiempos, ni una tesis política fuerte. ¿Le han criticado por ello?

El arte y los artistas están por encima de los juicios morales. Me niego a pasar dos años escribiendo una novela solo para dejar claro que la violencia es mala. No creo en ideas totalizadoras como el mal. Creo en seres humanos individuales, nunca en identidades agregadas. Sí hubo una especie de genio que se quejó de que no dejé lo suficientemente claro que a mí no me gusta la violencia. ¿Pero qué esperaba? ¿Que pusiera un paréntesis al lado de cada cosa mala que hace un personaje, aclarándole al lector que yo no soy de esa cuerda?

Entiendo.

Me parece una forma infantil de acercarse a los libros y al arte. Si alguien pretende eso, le sugiero que vaya a preguntarle a su mamá si hay hombres malos en el mundo y mame de su teta.

Y sobre sus personajes femeninos, ¿le han dado palos? ¿Le cansa la corrección política?

Todos tenemos un lado oscuro; no hay santos. Como dice Dylan, “si mi pensamiento pudiera verse, probablemente me meterían la cabeza en la guillotina”. También a usted. Además no es mi tratamiento, sino el trato que dispensan los personajes a otros personajes. ¿De verdad cree que aquellos jóvenes de Belfast, sin educación, iban a tener ideas progresistas sobre las mujeres?

En absoluto.

Sería ridículo. Se me atraganta la idea de una vigilancia moral sobre el arte. Bueno, a eso se dedicaba históricamente el sacerdocio, la puta policía sexual, a la que siempre desprecié y a la que solíamos ridiculizar desde la izquierda. Supongo que esa es la izquierda que ha quedado, vigilantes del sexo y la moral, como los teólogos de la salvación en los que se han convertido. Es trágico. Pero me importa un carajo. Nunca dejaría que una sola consideración me condicionara mientras escribo. Solo me inclino ante las exigencias que impone cada libro; es mi santo deber.

¿Cree usted factible que apareciera en España una novela similar sobre ETA? Con ese humor, sin lecciones morales… ¿Cuántos años han de transcurrir para ese enfoque?

Se necesita un lapso, cierto espacio antes de poder interrogarnos sobre esas cuestiones en una novela. Sentí en mi interior que había llegado el momento para abordarlo, porque habíamos alcanzado en Irlanda del Norte cierto grado de verdad y reconciliación, que los sentimientos no estaban tan a flor de piel. Y no me equivoqué: la respuesta al libro en Irlanda y el Reino Unido ha sido increíble, en ambos bandos. Creo que una de las claves ha sido el humor, pero también mi enfoque en la microhistoria, en contar la vida realel día a día de jóvenes anónimos durante los Troubles, en lugar de relatar los grandes hechos políticos.