En 1933, el poeta, escritor y surrealista tinerfeño Domingo López Torres –encarcelado en la prisión de Fyffes y posteriormente ejecutado–, anunciaba con una incontenible emoción la aparición de un nuevo talento artístico, cuyas atrevidas composiciones habían sorprendido en la exposición que se había celebrado en el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife aquel año, organizada por gaceta de arte. En 1928 había expuesto en la misma sociedad junto con la pintora francesa Lily Guetta, pero aquella era su primera individual, ya plenamente surrealista, aunque por entonces no formaba parte del grupo.

“A través de las turbias aguas de la psique, navegando entre altos complejos sexuales –la puerta entreabierta a la teoría freudiana– llega Óscar Domínguez, un joven pintor surrealista y una de las estrellas más prometedoras de esta isla”, elogiaba López Torres al artista. Y destacaba de aquella exposición cómo “logra tonalidades y transparencias inesperadas. Desde los rincones más oscuros, las formas más audaces se ensamblan prodigiosamente. Formas seculares deformadas por una fantasía exuberante. Figuras alargadas; formas sombrías”. Sobre las pinturas de aquel joven, señalaba; “Son silenciosas, frías, como una hoja en el pecho del espectador”, como recoge la publicación Óscar Domínguez Antológica, 1926-1957.

En 1933, Domínguez inaugura su primera exposición individual en la que muestra quince cuadros ya plenamente surrealistas de inspiración subjetiva y libre, donde la yuxtaposición de imágenes dislocadas, arbitrarias e inesperadas presenta esa nueva manera de entender la realidad, buscando su significado más oculto y onírico. Destacan el Souvenir de París, Los niveles del deseo o el estudio para Autorretrato, en el que se percibe cierta relación con la obra daliniana, pero, como dice Westerdahl en su crónica, “Óscar se aparta de la perfecta construcción objetiva, de las formas reales de Salvador Dalí. Dalí ama las formas. Óscar está más dentro del sueño”,

Isidro Hernández: "Esta obra representa la transición hacia el automatismo gestual, a la pintura cósmica"

Pintado apenas cuatro años después, el cuadro que lleva por título Madamme ilustra el impulso creativo único del arte de Óscar Domínguez en el apogeo de su participación en el movimiento surrealista, mostrando la mezcla única de asociación, sueños e imágenes misteriosas que caracterizaron su obra. Aunque en 1932 se había instalado en París, ya desde 1929 venía trabajando en su vena surrealista. Pero no sería hasta 1934 cuando Domínguez conoció personalmente a André Breton, el gran teórico del surrealismo, y con él al círculo de artistas, poetas y escritores que lo rodeaban, quienes atraídos por la inventiva y la enigmática imaginería de Domínguez, impregnada de recuerdos, colores y formas de su Tenerife natal, abrazaron la llegada de aquel joven talento isleño, incorporando varias de sus obras en las primeras exposiciones colgadas en el extranjero. Así, se convirtió rápidamente en un actor clave en el movimiento, como integrante de una importante nueva generación de artistas que André Breton consideraba podían ayudar a revitalizar el surrealismo en un momento en el que corría el peligro de perder impulso.

Apodado le Dragonnier des Canaries (el dragón de Canarias) por sus nuevos colegas, Domínguez aportaba una poderosa figura al grupo, consolidada tras el desarrollo de la técnica de pintura automática, conocida como decalcomanía. Los colegas surrealistas recibieron con júbilo aquella original técnica, estimando que era capaz de transferír los principios básicos de la escritura automática al proceso pictórico, introduciendo lo aleatorio y lo inconsciente en sus composiciones.

Domínguez, a su vez, se involucró de una manera plena con aquel movimiento, participando con encendido entusiasmo en sus discusiones y debates, y llegando incluso a organizar una exposición de pintura surrealista en su tierra natal, Tenerife.

Personajes amorfos

En Madamme, dos personajes femeninos de líneas amorfas se entrelazan en una danza misteriosa, con sus elegantes cuerpos estatuarios que aparecen a la vez sólidos y líquidos, estacionarios y fluidos, mezclándose entre sí mientras se funden en un abrazo. Utilizando las ondulantes franjas de tela para enfatizar esa materialidad fluida de sus formas, Domínguez permite que los colores azules profundos que luce la mujer de la izquierda se desangren en los pliegues de la tela blanca que se envuelve alrededor de la cintura de la otra figura, creando así la impresión de que están viviendo un proceso de fusión física. Visualmente, estas dos figuras centrales se hacen eco de los diseños del artista para uno de los maniquíes femeninos incluidos en la Exposición inteRnatiOnale du Surréalisme (EROS) de 1938, celebrada en la Galérie Beaux-Arts de París, donde se diseñaron una serie de provocativos maniquíes, vestidos como objetos eróticos por diferentes artistas del grupo. En la versión de Domínguez, el maniquí permanecía desnudo, salvo por un extraño tocado metálico, una hilera de brazaletes anillados o una cuerda firmemente enrollada a lo largo de la longitud de un brazo, más una tela pura que brotaba de un sifón en pie junto a ella.

En el óleo, la naturaleza viscosa e intermedia de las formas de las mujeres se hace realmente extraña. La figura blanca parece estar enraizada como un elemento más del paisaje, con sus pequeñas uñas negras fijadas en los alrededores rocosos; una de ellas, incluso, dibuja sangre mientras con el extremo afilado perfora su cuerpo. En el cielo, una nube permanece igualmente anclada, estática, lo que sugiere que diferentes partes de la composición están en peligro de disolverse ante nuestros ojos, deslizándose rápidamente desde los límites del lienzo hacia otro reino.

El paisaje circundante, en cambio, parece sólido y destila un aire monumental: formaciones rocosas estratificadas, la naturaleza singular de un endemismo como son los cardones y el océano, abierto y ondulado, que recuerda la geografía única de la isla de Tenerife. Si bien la calidad onírica de la composición, y en particular los cuerpos fluidos de los personajes femeninos, sugieren la influencia en el artista de la obra del genial Salvador Dalí, es en el cambiante sentido de la materialidad y el espacio donde esta Madamme atrapa el pensamiento de Domínguez en ese momento, cuando comenzaba a explorar un nuevo camino que, al año siguiente, lo conduciría al desarrollo de una nueva etapa: sus paisajes cósmicos.

La ensoñación isleña

El filólogo y catedrático de Historia del Arte José Carlos Guerra Cabrera, autor de la recientemente publicada monografía sobre el artista, que lleva por título Óscar Domínguez: obra, contexto y tragedia, destaca a propósito de esta pequeña joya pictórica esos rasgos de ensoñación isleña presentes “en la imagen de un endemismo como la euphorbia canariensis, el cardón, también en esos azules del mar y las nubes”. Recuerda el estudioso que la obra Madamme está fechada en 1937, cuando el artista llevaba ya cinco años de residencia en París, después de haber salido de su isla natal, Tenerife, y tras una breve estancia en Barcelona. “La nostalgia de los paisajes de Tacoronte y aquellas inolvidables puestas de sol en la playa de Guayonje se hacen patentes en este lienzo”, que considera una maravilla. A Óscar Domínguez no duda en calificarlo como “el pintor canario más universal”, siendo junto a Manolo Millares de los únicos que cuentan con obra en dos grandes templos del arte, como el MoMA y el Centro Pompidou, y en el caso del tinerfeño, también con tres piezas en The Getty Research Foundation, en Los Angeles (California). El historiador reivindica que su figura “debe ser una bandera permanente”, como también la importante colección que atesoran los fondos del TEA, “que deben convertirse en colección permanente”, dice. “Tenemos la obligación de divulgar y extender el conocimiento de su obra”.

Inercia en espiral

También el conservador de TEA Isidro Hernández se detiene a subrayar la trascendencia y la magnitud de esta Madamme, que ahora se subasta en la sala Christie’s, en el pulso vital de un artista de la talla de Óscar Domínguez. Considera que debería adquirirla un gran museo “No es sölo importante por tratarse de una de las obras que refleja la gran influencia de la naturaleza canaria en su pintura, sino porque representa la transición hacia el automatismo gestual”, señala el especialista, quien advierte de esa inercia en espiral “que va a llevarlo al desarrollo de la pintura cósmica de finales de la década de los 30 del pasado siglo”, reflexiona.