La revuelta social está presente en el cine desde los tiempos tan lejanos en el que los personajes no hablaban y no existía el sonido: la rebelión de los obreros en una sociedad futura en Metrópolis; la de los soldados descontentos y el pueblo hambriento ante la represión zarista en El acorazado Potemkin; las manifestaciones en plena Gran Depresión castigadas duramente por la policía en una comedia chapliniana como Tiempos modernos.

La lucha de clases ha sido una constante como gran tema cinematográfico, y la revuelta desde todas las perspectivas –social, estudiantil, antisistema, antibélica– ha estado siempre presente tanto en el llamado cine político como en la obra de los autores más comprometidos. La actualidad en Hong Kong, Estados Unidos, Birmania, Chile o en la Barcelona tensada por el encarcelamiento de Pablo Hasél nos devuelve a la realidad del cine como testimonio, cuando quiere, de la revuelta permanente.

La revuelta racial

Tras particulares películas de género (policiacas, vampiros, ciencia ficción), Kate Bigelow ha politizado su cine enfrentándose al tópico de que es una realizadora virilizada porque practica el cine de acción y rueda “como si fuera un hombre”. En Detroit se la jugó: una directora blanca sin aparente compromiso social explicando lo que ocurrió en esta ciudad estadounidense en el verano de 1967, cuando una redada policial y unos altercados posteriores convirtieron Detroit en el centro de las revueltas raciales. Spike Lee, desde la ficción y un posicionamiento más rotundo, pulsó los disturbios de un verano neoyorquino en Haz lo que debas. La crítica más reaccionaria dijo que Lee estaba incitando a la revuelta afroamericana. La crítica más conservadora arremetió contra Bigelow porque contaba algo que no conocía. Precisamente por eso, por situarse en la distancia racial, cultural y de clase, la mirada de la directora podía ser más objetiva. Además, su filme apareció en un momento muy oportuno.