Veamos dos casos. Lidia Falcón, 85 años, pensadora histórica de izquierdas y presidenta del Partido Feminista, denunciada por la Federación de Plataformas Trans y la Generalidad de Cataluña, protegidas por el Ministerio de Igualdad de Podemos, dirigido por la mujer de Pablo Iglesias. Lidia Falcón, expulsada de Izquierda Unida por rebelarse contra el fluidismo transgénero, se enfrenta a una pena de entre uno a seis años por esas denuncias, calificadas por los denunciantes como delito de odio. No acudió a la manifestación contagiante del 8 de marzo de 2020. Recién manifestó en el programa de radio de Dieter Brandau: “Tuve que ir a declarar el 14 de diciembre pasado porque consideran que odio a estos personajes, que ya no sé cómo llamarles. Mutantes. Les voy a llamar mutantes”. Califica la situación de Distopía, e informa Falcón: “Un vídeo que se ha difundido por redes sociales en el que aparecía un enorme señor orinando en un váter de señoras, con las mujeres pasmadas mirándole con ojos redondos; y muy agresivo además decía: pues sí, porque yo soy transgénero, ¿comprendes?”. De forma que: “un personaje con la musculatura, la estatura y la fuerza masculina, se presenta a halterofilia femenina y gana el primer premio, o a salto con pértiga”. Y el colmo: “El Partido Verde de Alemania ha presentado como dirección bicéfala, porque tenían que ser paritarias las direcciones, a un hombre y a un tipo que se llama trans”. O refiriéndose al Grupo Prisa: “Los premios Ondas de hace unos meses en el sector femenino se los han dado a dos trans. Estamos en un mundo de fantasía, esto sólo la literatura lo puede aceptar”.

La queja de Falcón va porque esas exigencias de reconocimiento identitario se conviertan en punibles: “Uno no cambia de sexo nunca, nunca. Desde que te fecundan en la primera inseminación del óvulo ya tienes el sexo determinado y lo tienes hasta que te mueres. Y al cabo de siglos te desentierran los restos y el ADN de tus huesos es masculino o femenino… Lo que es inaceptable es que desde este disparate se promulguen leyes y se obligue a la sociedad a admitirlas”. Y da Falcón un ejemplo aplastante: “Oiga, es que ahora me gustaría a mí abolir la Ley de la Gravitación Universal, me encantaría, porque a mí cuando se me caen las cosas me da mucha rabia y, en consecuencia, yo decido que no es vigente”. Pone más ejemplos, como el de niños de 12 años que cambian de sexo y se hacen mastectomías dobles, y señala que en la Ley de la mujer de Pablo Iglesias, se incluye la figura del defensor judicial que puede quitar la custodia a los padres si no dejan al niño decidir.

Dejando a Lidia Falcón, asaetada por los suyos, sepamos que estas propuestas vienen del extranjero, no son de la mujer de Pablo Iglesias. En los hospitales de Brighton y Sussex, Reino Unido, se ha cursado a sus funcionarios una circular para entenderse con el público y no ofender: a los servicios de maternidad se les llamará “servicios perinatales”, leche materna será “leche de pecho”, “leche humana” o “leche de los progenitores”, y mujer será “persona menstruante”.

Ahora cambiemos de tercio. Nos vamos con el catedrático Dan-el Padilla, de la Universidad de Princeton, especialista en la clase senatorial de la Roma antigua. Siguiendo la estela de su mentor, el historiador Walter Scheidel, propuso en The New York Times el derribo de la disciplina clasicista de Roma y Grecia, dado que ha colaborado a la estructura de dominación racial blanca, la esclavitud y la estética fascista del siglo XX. Padilla propone “reventar el canon” y rehacer la disciplina desde cero, haciéndola desaparecer de las universidades, con un enfoque como el de la denominada corriente Woke, la misma que hizo retirar el clásico Lo que el viento se llevó de HBO.

Uno de los pensadores que más clarifican estos hechos es James Lindsay, matemático y crítico cultural (uno de los tres autores de un experimento feminista de mucho éxito, que reproducía textos del Mein Kampf de Hitler en contexto feminista, y que resultaron aplaudidos por varias especialistas feministas). Lindsay, en su texto Cynical Theories (agosto 2020) explica que esta corriente puede denominarse “leninismo 4.0”, y entran en ella los Antifas y los Black Lives Matter, y las señala como un problema de futuro e inminente totalitarismo, una modificación del comunismo, basado en que la verdad es relativa, el paradigma escéptico que pusieron de moda los postmodernistas franceses (Foucault, Derrida y Lyotard), con un método deconstructivo que hacía perder toda referencia a una verdad objetiva, con lo que las dicotomías hombre/mujer, humano/animal, humano/máquina, quedan difuminadas, y de aquí se regeneran las ideologías de agravio y victimismo que los estudiantes identifican, definen y son premiados por una corriente universitaria global, lo cual a su vez es admitido por el mundo empresarial por el evidente nicho de ganancias que produce. Se trata del cinismo deconstructivo, en la acepción de Lindsay.

Esta extensiva forma de ser tan cambiante marca, en nuestra opinión, un ciclo evolutivo de la especie humana, en la época del transhumanismo, equivalente a cuando la eusocialidad determina entre las hormigas, las avispas, los termes, o los camarones, como dice Edward O. Wilson, en su crucial The Social Conquest of Earth (2012), que existen cambios genéticos y fenotípicos que mudan los comportamientos de forma global, para todos los individuos, como si fueran robots, todos a la vez, en el ejemplo de las hormigas: “El gen de la eusocialidad que comparten con la reina madre los ha transformado en robots, expresando un estado de su propio fenotipo flexible. En este sentido la colonia primitiva es un superorganismo. Es esencialmente un tipo de organismo en el que las partes funcionales no son las células usuales, sino organismos presubordinados”. Es muy largo de contar, pero, en resumen, los superorganismos eusociales se transforman como si se tratara de un solo organismo, y los individuos obedecen a cambios en masa anatómicos y conductuales. Lo que ocurre ahora entre los humanos, seres eusociales por naturaleza, es eso: la concepción de los metarelatos ha sufrido un shock, la inteligencia ha descubierto por sí misma que la verdad es un constructo relativo, no objetivo, que cambia, y los individuos son atacados por un ansia de igualitarismo parecido al de las marabuntas o las langostas que son presa del locustol y se hacen devoradoras gregarias, y como un solo hombre, nunca mejor dicho, se ponen a actuar como si siguieran el hipnótico dictado del Gran Hermano o Leviatán, que ordena a cada una de sus células cómo tienen que pensar, cómo tienen que vivir y cuándo tienen que morir.