Esta paremia antigua nos sitúa ante la disyunción “abundancia y escasez”, expresada aquí con los verbos “sobrar”, en el sentido de ‘exceder(se)’, ‘abundar’, ‘hatar(se)’ y “faltar”, con el significado de: ‘acabar(se)’, ‘carecer’, ‘terminar(se)’. Este principio de valor universal tiene un sentido inminentemente práctico. La situación más usual en que suele escucharse se da, de sólito, cuando se va a cocinar para un número determinado o indeterminado de comensales, ante las dudas que puedan suscitarse sobre la cantidad de alimento a cocer, se tiende a hacerlo en proporción superior, a veces desmedida, esto es, a “hacer más de la cuenta”; y ello en base la consabida máxima de madres y abuelas que reza: “Vale más que sobre que no que falte”.

El dicho puede ser extrapolado a cualquier otra situación ordinaria que exija ponderar o mesurar los preparativos de una labor artesanal o manual. Es decir, cuando se trata de aportar una determinada cantidad de material o de cualquier producto, lo aconsejable es que exceda a las necesidades aparentes. Se opta, pues, por la demasía ante la insuficiencia. Siendo preferible la abundancia aun cuando pueda parecer un despilfarro. Se abraza así la generosidad frente a la parquedad, aun a costa del derroche, pues es mejor que quedarse corto. Cuando esto sucede —cuando “nos quedamos cortos” en nuestros cálculos o previsiones— podemos escuchar a modo de lamento: “Siempre falta una peseta pa(ra) el duro” (frase irónica que se usa también para referirse a la actitud tacaña de una persona).

El refrán —creemos— bordea el omnipresente “principio de escasez” que trata de explicar comportamientos humanos y alimenta teorías económicas. Y seguramente desoye la máxima que pregonan algunos que “la búsqueda de la abundancia provoca escasez”. Su semántica se sustenta en elementos más simples que seguramente hay que buscar, además de en las propias vivencias, en el inconsciente colectivo que sedimenta imaginario, hábitos culturales e idiolecto. El dicho evoca subliminalmente en el oyente/dicente tiempos pretéritos de escasez y necesidad, de miserias y de hambre… Muchas personas mayores lo asocian —consciente o inconscientemente— al hambre y a las penurias que pasaron durante los periodos de guerra y posguerra. Y este fantasma pervive en cierto modo en la sociedad isleña [como lo ponen de manifiesto algunos episodios relativamente recientes en los que una muchedumbre amedrentada se lanza a adquirir productos de primera necesidad y vacían literalmente las estanterías de los supermercados ante cualquier conato que sugiera desabastecimiento]. Esta memoria del pasado que sigue presente en la colectividad inspira el dicho comentado, y que pronunciado por quienes antaño han padecido estrecheces, se convierte en cierto modo en una especie de “conjuro” a la escasez figurada, como tratando de prevenir la precariedad porque —como expresa otro dicho— “el hambre es (muy) fea”. Y así se explica esta máxima que hace bandera de la abundancia y que parece hundir sus raíces etimológicas en aquel aforismo latino melius est abundare quam deficere.

De este sentido práctico de la vida que incita a la satisfacción a través de la prodigalidad da prueba aquel otro dicho presente en el español de Canarias que dice: “Muera gato, muera harto” y que suele contestar el tragaldabas que se atiborra cuando es recriminado por su voraz apetito, aún en situaciones comprometidas.Y en sentido similar, este otro registro que dice: “Lo que se ahorra, se lo lleva el diablo” que no hace del ahorro una virtud y pone al descubierto sus inconvenientes.