Edward Carey era un joven aspirante a escritor cuando en 1992 entró a trabajar en el Museo Madame Tussauds de Marylebone Road, en Londres, con un contrato temporal de seis meses. Su tarea consistía en disuadir a los visitantes de importunar a las figuras de cera. “Fue una experiencia muy extraña —rememora el autor de Little—. Resultaba muy interesante ver la manera en que los humanos interactuaban con la representación de la celebridad. Al final, sentías un cierto respeto por las figuras de cera porque, de algún modo, parecían tener más dignidad que las personas. Estar solo con las figuras antes de que el museo abriera era sin duda la mejor parte del día”. A la postre, y pese a los desvelos del joven Carey, algunas personalidades de cera resultaron seriamente dañadas. No por el comportamiento irrespetuoso de los visitantes, sino por una bomba incendiaria que el IRA hizo estallar en el museo londinense el 17 de septiembre de 1992. “Por fortuna, en ese momento no había nadie en el edificio, pero en los días siguientes el hedor de pelo y cera chamuscados era absolutamente insoportable”.

Trabajando en Madame Tussauds, Carey conoció la “extraordinaria historia” de Marie Grosholtz, cuyo autorretrato de cera, “una anciana diminuta y decidida que parecía seguir estando al mando de todo”, le despertaba una comprensible fascinación. “En aquel momento ya tuve claro que algún día iba a escribir sobre ella”.