Se ha escrito mucho sobre Muerte en Venecia desde todos los puntos de vista, siendo siempre la música del filme parte importante de todos los análisis por variados que sean sus perspectivas o propuestas. Visconti, gran intelectual y artista, descansa de forma explícita durante buena parte del metraje en la música de Gustav Mahler, siendo imágenes y música los mensajeros de su narrativa en los momentos más importantes de la cinta. Gran productor intelectual y director artístico sin igual, Visconti había dirigido obras de teatro y operas, conociendo por tanto perfectamente el ambiente musical y estético en el que quería situar a sus protagonistas.

En el discurso musical malheriano y en las otras músicas que se escuchan o se interpretan en la película, se configura y complementa el paisaje interior imaginado por un Visconti, que quiere representar el mundo onírico de Thomas Mann, en un amplio sentido intelectual, musical y emocional. En el trasfondo, la recreación de las teorías de Theodor Adorno y la aparición de la sombra de Arnold Schoemberg (discípulo de Mahler) en el Doktor Faustus, del mismo Mann, que gira en torno a un músico que vende su alma y representado en la película como un amigo y colaborador (Alfred).

Me ceñiré pues para ser comedido a las músicas que se escuchan, evitando análisis sesudos y limitándome a comentarlos en su contexto más obvio y consensuado. Visconti se entrega directamente a Mahler desde el primer fotograma de la película con el comienzo del Adagietto (4º movimiento) de su 5ª Sinfonía, que al mismo tiempo que relaciona las imágenes cinematográficas van a configurar el leit motiv otras veces repetido en el filme. Malher, durante el parto de su quinta sinfonía en un retiro campestre acompañado por su esposa, la embarazada Alma Schindler, era consciente de haber creado un “monstruo”, una obra de proporciones colosales que se veía interrumpida por este Adagietto, en los que usando solo las cuerdas (en numerosos divisi) y el arpa, configura una ruptura en el discurso de la sinfonía. Gozó y goza de merecido reconocimiento esta bellísima página malheriana que este filme contribuyó sin duda a popularizar.

No es la única música de Mahler que vamos a escuchar, el 4º movimiento de la 3ª Sinfonía con textos de Friedrich Nietzsche (Así habló Zaratustra/Also sprach Zarathustra) va a tener su momento estelar; también el amigo le tocará al piano el comienzo del cuarto movimiento de su 4ª Sinfonía al tiempo que le dice: ”¿No la oyes? ¿No la reconoces? Es tuya, es tu música.” Es pues evidente el interés del director en ligar al protagonista de la novela (von Aschenbach), con la figura y la apariencia de Mahler. Mann tomó como referencia para su novela la figura de Mahler, pero a la muerte de éste modificó la profesión del protagonista por la de un escritor, con algo de trasunto propio, aunque manteniendo el nombre de pila de Gustav. Visconti restituye la idea “original” añadiéndole otros elementos y detalles en torno a la realidad del compositor: el Mahler director de orquesta, el protagonista con esposa e hija en el campo, los fracasos iniciales de algunas de sus obras; pero situándole en una inopinada e imposible estancia del austriaco en Venecia, en solitario y con un sorprendente perfil y situación. No obstante, la ficción resulta tan intrigante y fascinadora como para soñarla posible.

Nada más llegar al puerto de Venecia, la ensoñadora partitura que ha dominado todo el inicio del filme se ve brutalmente sustituida por los bramidos de las sirenas del vaporetto y por una corneta, mal tocada, que marca el paso de un regimiento militar. Ya en tierra firme el protagonista oirá de la orquesta del Hotel Lido (violín, viola, violonchelo y piano), una versión voluntariosa de una selección de la entonces afamada opereta La Viuda Alegre (Die lustige Witwe) de Franz Lehár, en sus más reconocidos éxitos.

En momento posterior ya en la habitación del hotel su amigo repasa al piano el comienzo del Adagietto mientras hablan, son varias las acaloradas conversaciones entre ambos en torno a la composición. En las escenas de la playa, tan cercanas a los cuadros de Sorolla, la música es sustituida por los pregones de los vendedores ambulantes que ofrecen fresas y limonada. El célebre comienzo de la no menos célebre inconclusa bagatela Para Elisa de Beethoven, liga la cándida interpretación de la famosa melodía —a cargo del joven Tadzio en el piano del hotel y con tan solo su mano derecha— a la que ejecuta con rusticidad una ilustrada trabajadora de un lupanar, en un flash back del protagonista. Con esa misma melodía sobrevolando la escena, también se habla de epidemias y de turismo, algo muy actual y que sirve de telón de fondo a la historia.

Un estrafalario y cómico grupo de músicos ambulantes interpretan en la atestada terraza del hotel una popular canción, Canti nuovi (1919) firmada por Armando Gill, considerado el primer cantautor italiano, y que presentaba sus composiciones de la siguiente manera: ”Letra de Armando, música di Gill, cantada por Armando Gill”; la otra pieza interpretada es la canción napolitana popularísima en ese tiempo A Risa (La Risata) [La risa/La carcajada], de Berardo Cantalamessa. El grupo (acordeón, violín, mandolina y guitarra/cantante) toca con sonido directo como puede comprobarse cuando el cantante (Antonio Apicella) deja de tocar la guitarra.

El último tramo de la película acentúa sus negros presagios, con el mencionado lied (Canción de Medianoche) de la tercera sinfonía y el canto trágico a capella y con sonido directo, que la lituana Masha Predit realiza de una de las Canciones y danzas de la muerte de Modest Mussorgski, sorprendentemente una desgarrada Canción de cuna. De nuevo el Adagietto pondrá punto final a la película.

Las interpretaciones de la Orquesta de la Academia Santa Cecilia de Roma, con Franco Mannino al frente y la cantante Lucretia West son excelentes, también Claudio Gizzi al piano. Los músicos populares y la orquesta del hotel en su papel de cierta rusticidad ponen un contrapunto musical muy creíble. En su conjunto, un placer musical y cinematográfico que merece una revisión si la vimos hace tiempo, y una deleitosa obligación si no la conocemos.

*Dionisio Rodríguez. Músico, articulista e investigador musical.