Más que una banda corriente al uso, se trata de la unión de cuatro talentos procedentes de algunas de las formaciones independientes, aún activas, más interesantes que hay ahora mismo en el entorno de Nueva York y Pensilvania. Así, nos encontramos con el cantante Travis Johnson y el batería Steve Levine, que militan del grupo de slowcore Grooms, a los que se unen para este experimento de lo más estimulante la bajista Zoë Browne, del fenomenal combo de shoegaze Field Mouse, y la guitarrista Jess Rees, de los magnéticos Russian Baths, quizás el mejor grupo de rock gótico que hay ahora mismo sobre el planeta. Si a esto le sumamos la producción de nada menos que el experimentado ingeniero Jeff Berner, exintegrante de los pioneros del rock industrial Psychic TV, el resultado tiene que ser, como es el caso, maravilloso y multidireccional.

Y así ocurre con un álbum que requiere de una escucha sosegada y atenta, en el que cada canción es un universo en sí misma puesto que la obra es el resultado de conjugar los tres géneros antes nombrados de una forma sobria, precisa y coherente. La sorpresa ya llega con el tema inicial, un In motion adictivo y etéreo, por el que suspirarían los mismísimos Cocteau Twins, con las voces celestiales de Zöe y Jess en primer plano. Le sigue un Calls your name no menos cautivador en el que, al igual que más adelante The heartbeats, parecen revivir los primeros Christian Death de Ross Williams a través de un after-punk tan inquietante como arrebatador. Pero la primera joya llega con la embriagadora Spring low life, el mejor ejemplo de cómo adaptar los cánones de la música alternativa de los últimos 40 años a los tiempos que corren y en la que Travis Johnson parece emular a un Tom Verlaine o Lou Reed con la esencia del siglo XXI. Un tema que conecta, más adelante, con la delicada Looming que resume la esencia de los primeros Velvet Underground. Más sorpresas llegan con las enigmáticas Nude prince y Earth angel en las que, en la primera, el cuarteto parece revivir el ambiente opresivo de los últimos Bauhaus con un manto de noise a lo Pixies cautivador, y en la segunda, la oscuridad de los magníficos Savages con un manto del grunge de los mejores Smashing Pumkins.

Y, curiosamente, los grandes momentos se encuentran en la recta final. Así, I like the boys es un potente y envolvente tema que surge de unir las esencias entre Sugarcubes y The Fall con unas guitarras neopsicodélicas. Le sigue un Violent and vivisect, no menos seductor, y con ese aroma siniestro que tanto se hecha en falta a los actuales The Cure. Y concluye con un Auto sand que roza el post rock de los primeros Sigur Ross, y con la casi krautrockiana Psychich-fence. Lo dicho, una obra maestra para los oídos más exigentes.