Se trata de una frase hecha que se puede escuchar de un comerciante cuando, al acabar la jornada en la que ha vendido muy poco, haciendo balance del día, exclama: “Hoy no sacamos ni pa(ra) chuflas”. Lo mismo ocurre cuando se prevén malos o pésimos resultados en un negocio que alguien se trae entre manos: “Con eso no sacas ni para chuflas”. También pude referirse al resultado de una actividad laboral mal remunerada: “No ganar ni para chuflas”.

“Chufla” parece ser una deformación dialectal del término castellano “chufa”, voz de origen incierto y que entre otras acepciones se refiere a un tubérculo cultivado predominantemente y desde antiguo en el Levante español. De esta raíz se extrae la horchata, pero en las islas se conoce popularmente sobre todo como “golosina” que venden en los “ventorrillos” de las fiestas de los pueblos, y que, además de las chuflas servidas en un “cobucho” o cucurucho de papel, se pueden encontrar “chochos”, “garrapiñadas”, calamares secos, “pipas”, castañas asadas, garbanzos tostados o “pirulís”, entre otros productos que hacen las delicias de chicos y adultos.

Desde tiempo inmemorial, y con mayor rotundidad desde los albores de las primeras civilizaciones preindustriales, ha sido motivo de preocupación central la supervivencia en épocas de carestía, como lo es hoy el procurar bienestar económico frente a las estrecheces en cualquier familia. Lo que guarda una angosta relación con los antónimos: escasez/abundancia, pobreza/riqueza o adversidad/prosperidad. Conceptos estos que están ligados en las sociedades agrícolas a los excedentes de producción y, por ende, a la abundancia “versus” escasez. El fantasma de la carestía parece subyacer en el inconsciente colectivo como una amenaza a la propia supervivencia (originariamente asociada a la ruina de las cosechas) y que precipitan en la escasez y las hambrunas de un pasado no muy lejano en la historia de la humanidad. Este temor soterrado a lo largo de siglos o milenios en el ser humando representa un elemento basal y arquetípico en su estructura mental y tiene un claro reflejo en el idiolecto. Y es lo que explica en gran medida la abundancia o riqueza léxica en esta área semántica —valga la expresión— de voces y locuciones que directa o indirectamente se refieren al dinero o la prosperidad económica y a sus antagonistas más severas: la pobreza y el hambre.

En el español de Canarias son numerosos los modismos, frases hechas y dichos en general que hacen referencia a la pobreza o situaciones consustanciales a esta y a las dificultades económicas en general. Muchas de ellas adoptan la forma irónica o el gracejo como un recurso subliminal que seguramente busca el aligerar el peso de las dificultades y hacerlas más llevaderas. Así por ejemplo se dice “estar endrogado” cuando alguien está de deudas hasta el cuello; “estar enterrado” (o “enterrarse”) para referirse a quien atraviesa graves aprietos o dificultades económicas; “estar desplumado como un pollo” que se dice de quien está sin dinero (“sin un duro”); o en el mismo sentido se puede “estar más limpio que una escopeta” o “más limpio que un escoplo”; “quedarse en pelete” además del sentido literal puede significar también ‘arruinarse, quedarse sin dinero’; “no dar/sacar ni pa(ra) (e)l viaje” para querer decir que no se ha obtenido beneficio alguno de una empresa; o la misma locución comentada: “No ganar/sacar ni pa(ra) chuflas”. Presumiendo que la chuflas son (otrora lo eran) un producto de escaso valor, resulta evidente que se trata de una hipérbole para expresar que se ha ganado muy poco dinero. De la locución se pueden escuchar hoy formas dialógicas como esta: “— ¿Y cómo la cosa? / —Pues mira, entre que el bar está cerrado, la terraza a la mitad de ocupación y encima tengo que pagar (e)l autónomo, no sacamos ni pa(ra) chuflas, ¿oíste?”.