Yo, asesino (Norma Editorial) abrió el camino de lo que sería finalmente una sugerente trinidad de obras que analizan la sociedad y su dependencia del ego humano como elemento catalizador de su evolución. Si en la primera de las entregas, Keko y Antonio Altarriba entraban con hacha afilada en el mundo del arte y de la academia —bien conocido por su guionista, que fue catedrático de universidad— inspirándose en Thomas de Quincey y su Del asesinato como una de las Bellas Artes, en su siguiente entrega, Yo, loco, sería el mundo de las farmacéuticas el elegido como diana para sus dardos envenenados, como paradigma de un capitalismo salvaje que adora la venta a modo de becerro de oro que justifica cualquier método como válido para conseguir el ansiado rendimiento económico.

Para terminar de cerrar su indagación, la pluma quirúrgica de Altarriba se dirige al dominio por antonomasia de la ambición personalista: la política. Yo, mentiroso (Norma Editorial) es un thriller en sus formas, una ficción detectivesca sobre los extraños asesinatos de unos políticos, pero que sirve tan solo como barroco escenario para una despiadada crítica de la política que ha vivido y vive este país. No hay clemencia alguna hacia la realidad que recuerda esta ficción, no hay vía de escape ni atisbo de esperanza. El verde que acompaña a los brutales blancos y negros de las tintas de Keko ya no expresa una pincelada de fe en el futuro, sino el brillo esmeralda de la mentira, de la ambición desmedida y la corrupción. Con habilidad, el guionista se vuelve a introducir en el relato, recuperando a su protagonista de Yo, asesino y cerrando así el círculo con un mensaje desolador de descreimiento ante una política que olvidó sus objetivos para ser solo reducto de luchas de poder.

Comentario aparte se merece el espectacular trabajo de Keko, creador de atmósferas cortantes y de contundentes masas de negro, que se adapta a las exigencias de su guionista para lograr ese milagroso maridaje donde uno y otro se diluyen para conseguir una autoría única donde es imposible separar el trabajo de dibujante y guionista.

Resulta curioso que, en apenas unos meses, hayan sido los tebeos los que se hayan atrevido a construir el discurso más demoledor y contundente sobre la política española de la última década. Yo, mentiroso resulta tan lúcido en su denuncia como Primavera para Madrid, de Magius (Autsaider), en el que se compone otra brutal ficción de las corruptelas políticas que protagonizaron las primeras páginas de los periódicos españoles en los últimos años. Los nombres, las formaciones políticas, los lugares, son lógicamente inventados, pero la realidad alternativa imaginada es tan familiar y próxima que su discurso se nos antoja inquietante y perturbador, incluso terrorífico. Tanto por lo que cuentan como por el poco margen que dejan para un posible final feliz, olvidado ya por una sociedad que asiste resignada al espectáculo como si fuera una ficción teatralizada, con un guion escrito sobre el que no tiene ningún poder.

Y no han sido estas las únicas obras que han tratado la política desde el noveno arte: no se pierdan estos días las redes sociales de Álvaro Ortiz (@alvaroortiz_ en Twitter y @alvaro_ortiz_ en Instagram), donde retoma el formato de tira improvisada (que tanto nos deleitó durante el confinamiento con El murciélago sale por birras, luego publicada por Astiberri) para construir un sorprendente relato de la política española a golpe de delirio surrealista donde cabe todo, desde viajes en el tiempo hasta monstruos gigantes, pasando por exclusivas de prensa rosa entre el presidente del gobierno y famosas cantantes sicalípticas ex Disney.

Lo paradójico es que, contra más loco se vuelve el relato, más extrañamente plausible se nos antoja. Aunque quizás es que la realidad se asemeja demasiado a la ficción. O al revés.