Coincidiendo con las protestas masivas originadas por casos como el de George Floyd, muerto por la asfixia provocada por un oficial de policía en mayo del 2020, la firma Disney empezó a revisar su propia producción de la era clásica rastreando aquellos detalles abiertamente racistas que, si bien pasaron desapercibidos –o no se tuvieron muy en cuenta– entre la década de los 40 y la de los 70, hoy resultarían inadmisibles.

La plataforma Disney + vela por su catálogo y la corrección del mismo, aunque el creador del estudio, Walt Disney, no fuera, ideológicamente, un dechado de virtudes democráticas. En octubre del año pasado, el estudio ya anunció que había añadido advertencias en dos de sus títulos clásicos, Peter Pan (1953) y Los aristogatos (1970), para informar a los espectadores de que estos filmes tenían clichés racistas.

También estaba en el punto de mira de estas correcciones otra película, El libro de la selva (1967), esencialmente porque el rey Louie es un orangután que canta dixieland. Por supuesto, no aparece en la novela original de Rudyard Kipling .

La fórmula empleada no deja de resultar original, al menos para ganarse adeptos. En la advertencia en cada película puede leerse que se trata de estereotipos que eran erróneos entonces y lo siguen siendo ahora. Disney prefiere hacer hincapié en los errores culturales del pasado antes que eliminar las escenas en cuestión, lo que no deja de ser un estratégico reclamo publicitario.

¿Mismo criterio?

De este modo, el espectador puede seguir viendo en Los aristogatos a Shun Gon, el gato siamés de ojos rasgados, advertido de que es un cliché racista –toca además el piano con palillos de comer–, y en Peter Pan a un grupo de habitantes del País de Nunca Jamás denominados pieles rojas, que entonces era una forma absurda y común de llamar a los nativos americanos y hoy resulta totalmente despectivo.

La pregunta es si se aplicará el mismo criterio al cine de imagen real, porque son millares los wésterns en los que se dice explícitamente pieles rojas en vez de apaches, comanches, sioux o navajos. Estos personajes de Peter Pan hablan además una lengua ininteligible, error ridículo y forzado que también se produjo en la versión española de Fort Apache (1948), de John Ford, en la que el caudillo apache Cochise parlotea en un idioma extraño, cuando en la versión original habla español: el doblaje también ha hecho mucho daño en este sentido.

Ahora Disney ha llevado más lejos lo que anunció el pasado octubre: Peter Pan, Los aristogatos y Dumbo (1941) dejan de estar disponibles en el catálogo al que dan acceso los perfiles de usuarios menores de siete años y pasan directamente al catálogo para adultos, aunque cuesta imaginar a un adulto viendo en casa sin sus hijos cualquiera de estas películas. Los filmes siguen manteniendo la advertencia de que tienen escenas de maltrato a personas y culturas.

De todos, el caso más flagrante es sin duda el de Dumbo, donde el estereotipo racista resulta brutal: además de algunas escenas de humillación de los esclavos afroamericanos, el líder de la bandada de cuervos se llama Jim Crow, que es el nombre que recibieron las leyes estatales y locales destinadas a reforzar la segregación racial que no serían derogadas hasta 1964.

Disney sabe de qué va la historia. No es la primera vez que tiene que advertir o recular. Y posiblemente no será la última. Posee en su historial una mancha indeleble llamada Canción del sur (1946), una mezcla de animación e imagen real en la que los esclavos son felices de serlo y las plantaciones son poco menos que un edén para ellos. El filme no se exhibe en salas desde la década de los 80, tampoco ha sido editado nunca en DVD y no aparece en el catálogo de Disney +. La plataforma ha decidido en este caso borrar antes que advertir.

En su caso, además, Disney también tiene que lavar la imagen de sus parques temáticos. La veterana atracción Jungle cruise, inaugurada en 1955 y publicitada como “alta aventura en un pintoresco y cómico recorrido en barco por exóticos ríos de Asia, África y Sudamérica”, va a cambiar de contenidos: sin haber estado nunca, uno puede imaginarse cómo debe ser ese “pintoresco y cómico” itinerario por tan “exóticos” ríos que no son estadounidenses.

Veremos si los cambios ya son efectivos en la película inspirada en la atracción que ha realizado Jaume Collet-Serra con Dwayne Johnson y Emily Blunt, con estreno anunciado en España para agosto próximo.

Por supuesto, la controversia racial y el revisionismo cultural no atañen solo a los estudios Disney en Hollywood, y en cuanto al cine de animación se refiere, algunos cortos de Tex Avery (Metro y Warner Bros.) o de Chuck Jones (Warner) no pasarían el corte o serían susceptibles de ser eliminados, aunque no solo por temas raciales.

El pasado junio, HBO retiraba sutilmente Lo que el viento se llevó (1939) por algunas de sus secuencias abiertamente racistas, aunque la película en su globalidad no pueda considerarse un manifiesto de la supremacía blanca como sí lo fue en su momento El nacimiento de una nación (1915), cuya consideración de clásico entre los clásicos –por motivos de lenguaje cinematográfico, no ideológicos– la mantiene preservada de otras consideraciones: pese a su argumento –el héroe es miembro del Ku Klux Klan, mientras que los sádicos villanos son todos de raza negra–, la película de David W. Griffith fue considerada en 1992 por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos una obra “cultural, histórica y estéticamente significativa”. ¿Hasta cuándo?

En los tiempos de El nacimiento de una nación triunfaban los espectáculos denominados blackface, en los que actores blancos se pintaban la cara exageradamente de negro y los labios de rojo intenso para interpretar personajes afroamericanos y ridiculizarlos. Spike Lee dedicó hace dos décadas un brillante e infravalorado filme al tema, Bamboozled (2000), que hoy, visto el panorama, tendría mayor repercusión. Conviene recordar que la primera película con sonido sincronizado de la historia, El cantor de jazz (1927), fue protagonizada por un actor blanco, Al Jolson, con la cara tiznada de negro y los labios blancos.

El cine contemporáneo combate la afrenta: con el mismo título de El nacimiento de una nación, Nate Parker realizó e interpretó en 2016 un filme sobre Nat Turner, el esclavo que lideró una revuelta en 1831. La mayor parte de los estudios, a buen seguro, seguirán o empezarán a revisar su material antiguo en un proceso de urgente y lícita (pero también delicada) reescritura histórica, cuyos efectos son impredecibles.