Armando Alfonso (París, 1931) volverá a ponerse al frente de la Sinfónica de Tenerife este viernes. A sus noventa años, la formación de la que fue director titular entre 1968 y 1985 le rinde tributo. Él, a su vez, ha convertido este recital en un hermoso homenaje a su mujer, fallecida hace apenas dos meses.

¿Cuánto tiempo hace que no se ponía usted al frente de una orquesta?

Bueno, ahora ya hace varios años. No me acuerdo exactamente, al menos unos ocho o diez supongo. Normalmente cuando uno va cumpliendo años no es algo frecuente dirigir. Con 90 años son poquísimos los directores que lo hacen. Que yo recuerde, de los históricos estuvo Leopoldo Stokowski, que dirigía con 90 y 91 años. Toscanini también dirigió hasta muy mayor pero el último concierto que hizo fue con 87 años, murió con 90. Todos los directores famosos se han ido muriendo antes de los 89 o los 90 años.

Si un joven director le preguntara cuál o cuáles son las claves para que un maestro saque lo mejor de su orquesta, ¿qué consejo le daría?

Que conozca muy bien la obra. Si uno no está empapado de lo que contiene una partitura y no tiene una idea de lo que quiere hacer no va a salir bien. Puede ser correcto técnicamente y ponerse delante de la orquesta para hacer que toquen. Pero una cosa es eso y otra cosa es que la música diga algo. Para eso es necesario que se diga algo a sí mismo en presencia de la partitura. Si no la conoce bien, el resultado musical no es el mismo. El primer consejo es que se conozca muy bien la partitura.

El director, como el capitán de un barco, es el responsable último del concierto. Si hay fallos o problemas es su responsabilidad ¿Cómo se minimizan?

Bueno, fallos pueden aparecer. Yo he estado en conciertos con directores muy ilustres y si un instrumentista comete un fallo es una cosa que no se puede evitar. Se trata de entre noventa o más de cien personas –dependiendo de cada obra– tocando todas juntas. Son muchas cabezas pensando y cada uno carga con sus emociones. Para que se organice, basta con que un señor se despiste y en lugar de entrar en su momento entre en un compás más tarde. De hecho es algo que ya ha ocurrido con orquestas muy famosas. Pasan desastres de ese tipo porque un instrumentista puede confiarse porque se sabe muy bien la obra, por ejemplo. Basta con que se le vaya la cabeza y entre más tarde.

Usted de pequeño lo que quería era tocar el piano, ¿cierto?

Sí, estudié piano. Al principio uno no se plantea su futuro de una manera definida. Uno se mete en el mundo de la música y lo primero es aprender un instrumento. El piano permite acceder a más aspectos de la música. Un instrumento de viento, por ejemplo, toca una línea melódica. Con el piano se tocan acordes y armonías complejas. Para meterse en la música hay más posibilidades a través del piano. Aunque cada instrumento tiene sus virtudes y sus propiedades, claro. Pero para un entendimiento global, el piano es casi imprescindible. Todos los grandes compositores conocían el piano. Los actuales igual. Las circunstancias te llevan luego por otros derroteros. Desde el principio, desde jovencillo, me interesó la composición. Con ocho años escribí mi primera obra: una canción de cuna dedicada a una prima. Eran cosas malísimas escritas sin tener ni idea de la música pero ya hacía mis pinitos. Después de eso, me metí en serio y aprendí lo que es necesario para manejar el lenguaje. La música al final es un lenguaje como otro cualquiera, tiene su ortografía y su sintaxis. Se estudia a través de la armonía, el contrapunto y todo ese tipo de materias. Me marché a estudiar al conservatorio de París, estudié composición e hice también dirección de orquesta. Me fui metiendo en el mundo de la dirección y me surgió la oportunidad de hacer un viaje con un ballet español muy famoso. Así entré en la actividad profesional como director y me mantuve en ello. Pero siempre he seguido haciendo un poco de todo. Creo que no hay faceta de la música que yo no haya tocado. Además de tocar el piano, he dado clase de solfeo en el conservatorio de Madrid y en el conservatorio de aquí, en Tenerife, de muchas materias: armonía, contrapunto y composición. En general he impartido todas las materias relacionadas con la escritura musical. Además, me he dedicado a la dirección y soy también compositor.

Háblenos de esa faceta como creador.

No me he dedicado a ello con mucha intensidad porque la música es muy absorbente y siempre estuve entre la orquesta y el conservatorio. Desde que llegué a Tenerife, el conservatorio me propuso entrar como profesor y simultaneaba eso con la dirección de la orquesta. La composición lleva mucho tiempo, tienes que estar dándole vueltas a las obras, corregir y cambiar constantemente. Pese a ello, tengo obra. Recientemente se presentó un libro con creaciones mías en la Academia de Bellas Artes. Han hecho una edición donde hay un poco de todo: canciones de voz y piano, canciones con orquesta, obras al piano, al violín y al piano, una sinfonía, un cuarteto, etcétera. No tengo una creación muy extensa pero sí he ido escribiendo mis cosas. A parte de todas estas actividades, también he dado clases de piano a pesar de que oficialmente he sido profesor de armonía y composición. Pero he tenido alumnos particulares de piano y alguno ha resultado ser muy bueno y está en activo ahora mismo. También, para completar, me he dedicado a la investigación musical. Es otro aspecto que cuando uno se mete en ello resulta ser apasionante. Al llegar a Tenerife conocí el nombre de Carlos Guigou. Me habló de él un familiar, un bisnieto, y cuando vi su obra observé que sabía lo que se traía entre manos y que era un señor muy competente. Me intrigó y empecé a indagar. Las noticias que obtenía me animaban a continuar. Estudié sobre su vida y estuve 21 años detrás de las huellas de Carlos Guigou. Fui a bibliotecas, a todo tipo de archivos e investigué en los periódicos de la época. Nació en Francia y estuvo en París, luego vino a España, me llamó la atención y quise saber cómo y por qué llegó a Tenerife. Se decía que se había embarcado en Lisboa para ir a Brasil como músico de la Capilla Imperial. En el libro que finalmente publiqué con su historia pongo una relación de todos los lugares que he visitado para informarme sobre él y hay una lista interminable, tanto en Francia como en España. Descubrí que la investigación es apasionante, sobre todo cuando uno opera sobre un terreno tan poco conocido como fue la vida de este señor.

Cuando le llamaron para dirigir la entonces Orquesta de Cámara de Canarias, precursora de nuestra Sinfónica, ¿con qué tipo de formación se encontró?

Era como todas las orquestas de España en aquella época. Estaba formada con algunos músicos profesionales y muchos aficionados. Había gente que simplemente había aprendido a tocar un instrumento, particularmente en la cuerda. En los instrumentos de viento había más personas que eran miembros de la banda municipal o de otras bandas, como las militares. Había un poco más de profesionalidad en los instrumentos de viento pero entre los instrumentistas de cuerda había algunos profesionales que se dedicaban a la música pero otros tenían otras profesiones. Uno era funcionario del Ayuntamiento, otro del Cabildo, otro era delineante y otro tenía una barbería. Había de todo. Dentro de ese conjunto variado intentábamos hacer música lo mejor posible. Era gente con buenísima voluntad a la que le gustaba mucho la música.

Durante esos 17 años en los que usted fue director titular hubo un paso muy importante: el cambio de nombre a Orquesta Sinfónica de Tenerife. Fue una época de resurgimiento para las orquestas del país.

La cosa fue escalonada. Me hice cargo de la orquesta en 1968 y propuse el cambio de nombre en 1970. Seguí siendo el director hasta 1985. Es decir, pasaron 15 años con el nuevo nombre pero seguía siendo la misma orquesta con la que yo había tenido contacto desde el principio. Era la misma pero íbamos añadiendo lo que se podía, como alumnos que salían del conservatorio. Ya en la última etapa se incorporó un cuarteto checoslovaco. Vinieron a hacer un concierto, les propusieron entrar en el conservatorio y ocupar los primeros puestos en la orquesta: los violines, la viola y el violonchelo. Esa fue una inyección interesante pero la plantilla seguía teniendo limitaciones. Cuando se produjo realmente el gran cambio fue después de que el Cabildo de Tenerife se hizo cargo de ella. Vino otro director, dijo que había que traer músicos extranjeros y así empezó la cosa. La orquesta profesional, tal y como lo es actualmente, nace a partir de 1986.

¿Es necesario estar en buena forma para ponerse al frente de una orquesta? ¿Es un reto físico para usted?

Sí, claro, por supuesto. Si estuviera aquejado de dolores reumáticos y me costara trabajo levantar el brazo, no podría. Efectivamente hay que estar en forma y que el brazo no pese (risas).

Como director invitado ha escogido el programa y ha decidido que la primera pieza, la Suite nº3 en Re Mayor (Aria), sirva de homenaje a su esposa, recientemente fallecida. ¿Por qué ha decidido tocar para ella esa pieza?

Porque este aria de la tercera suite está considerada una de las melodías más bellas que se han escrito a lo largo de la historia de la música. Casi todo el mundo la ha oído, todo el mundo la conoce y se han hecho versiones para toda clase de combinaciones instrumentales. Es una pieza de una gran belleza, una belleza que es además intemporal. No es una cosa del siglo XVIII, es de una belleza eterna. Representa todo lo que uno pueda imaginar, da una sensación de tranquilidad y de una belleza distendida. Para una ocasión como esta es como un sustitutivo de este minuto de silencio que siempre se pide para recordar a una persona que acaba de desaparecer. En lugar de ese minuto de silencio, le he querido dedicar a mi esposa seis minutos de música maravillosa.

Desde su experiencia, ¿cree que ha ido cambiando esa idea que asocia la música clásica al elitismo?

No lo sé. Hasta hace muy poco he seguido oyendo esto que usted comenta: que la música clásica es para una minoría. La cultura, por desgracia, es para minorías. Lo ideal sería que no lo fuera, que todo el mundo tuviera una cultura enciclopédica y que todos supiéramos mucho de arte, de música y literatura. Como la realidad no es esa ni lo ha sido nunca a lo largo de la historia, desde ese punto de vista sí es elitista. Pero bueno, también es elitista ser ingeniero porque no todo el mundo lo es. Todo eso son calificaciones gratuitas. ¿Qué es eso de elitista? La música nunca lo ha sido, siempre ha sido accesible a todos. Ahora se hacen conciertos en las salas pero en el siglo XVI o XVII los grandes compositores escribían para la orquesta y su música se tocaba en las iglesias, que son de acceso público. Todo el mundo, desde el más depauperado en todos los aspectos, podía entrar a la iglesia y escuchar a los grandes. Es elitista cuando uno se excluye de la élite y para disfrutar de la música no hay más que entrar en una sala y escuchar. Ahora hay conciertos de todas clases, gratuitos o con entradas baratísimas. ¿Cómo se puede decir que es elitista un concierto donde la entrada cuesta cinco o diez euros?