El calendario señalaba aquella fecha en rojo. Era un domingo, 8 de diciembre, puente en Madrid, cuando Marta Zubiría salió a la calle con paso decidido, esquivando la amenaza del virus, resuelta como estaba a encontrarse con Los días felices, de Mara Torres, un faro, toda una declaración de intenciones y un temómetro que marcaba la temperatura de su estado de ánimo. “Me lo leí del tirón, acompañada por la noche y hasta bien entrada la madrugada”. Tal fue la pasión con la que tomó a lectura que confiesa cómo ya cayendo la tarde y después de cenar, tumbada en el chais longue de su nuevo sofá (le pide perdón a don Benito Pérez Galdós por el galicismo, no pudo evitarlo), volvió a sentir lo que era la risa y también el llanto.

En aquel rincón dedicado a la venta de libros, situado en la tercera planta de un conocido centro comercial de la calle Callao, reconoció inmediatamente el suyo: ¡Hasta las estrellas! Allí estaba, entre otros muchos, asomando su vivo y colorista lomo amarillo. Se dirigió a la estantería y lo abrió como si fuera la primera vez, como si no lo hubiera escrito ella, como si fuera a comprárselo a alguien. Leyó la dedicatoria: a Naia, a Alba… Lo cerró y deletreó su nombre en la portada: “Pues aquí estamos todas”, se dijo para adentro suspirando de ilusión. mientras lo colocaba bien a la vista.

Fue la novelista británica Virginia Woolf quien afirmó que una mujer debe disponer de dinero y una habitación propia para escribir, algo así como ser ella misma. En el caso de Marta Zubiría, esa máxima se cumple, aunque descubre que sólo a medias. “Me falta algo más de dinero”, comenta entre risas, circunstancia que la obliga a buscarse las lentejas, como buenamente puede, oficiando de actriz en estos aciagos tiempos, con algunos bolos aquí y allá. Pero sí es verdad que cuenta con ese espacio íntimo que le procura la posibilidad de encerrarse en su propio universo, envuelta en su soledad creadora.

Este cuento, que en otoño del 2020 publicaba la editorial Kitsune Kids, nació hace cuatro años y lo hizo en forma de regalo, como un presente desprendido para su pareja y su sobrina. Confiesa Marta que con la pequeña siempre ha establecido una complicidad que, con el paso del tiempo, se ha ido cuajando de menudas confidencias, animadas por canciones infantiles como Estrellita dónde estás o con la presencia del personaje de Peter Pan, creado por James Matthew Barrie. “Yo resido en Madrid, ella en Las Palmas y no pasamos juntas todo el tiempo que nos gustaría”, y por tanto un libro es una manera de reconocerse, a pesar de la distancia.

El año en el que Marta empezó a dar vida a su por ahora inacabada novela, que permanece aún en la gaveta de los sueños, llegaba al mundo su sobrina. Y fue esa aparición la que provocó en ella el regreso al mundo infantil. “Volvieron los cuentos y mientras dormíamos, ella me pedía que le contara aquellas historias que guardaba en mi memoria”.

Precisamente, esa situación la condujo a convertirse en narradora y fue así como las palabras fueron despertando su vocación de niña, siempre presente. ¡Hasta las estrellas! habla de cooperación, de amistad, de coherencia, de perseverancia, de ingenio y también de acogida, un conjunto de sensaciones que animan a transformarnos y también a brillar.

Candela, que es luz, se acompañada de su perrito Luka. el iluminado, pero echa de menos una amiguita con quien compartir juegos en la aldea donde pasa el verano con los abuelos, para quienes es la Bolboreta, una mariposa. El deseo de la niña se cumplirá al conocer y ayudar a Cometa, una estrella náufraga, y al suplir la necesaria separación con la llegada de Naia (la deseada), ya al final del cuento. La anécdota es importante, desde el momento que genera el discurso, pero también lo es la manera en que se cuenta y las sensaciones que genera.

El efecto se multiplica gracias a la simbiosis perfecta entre el texto y las ilustraciones de Lyona. El trazo es sencillo, uniforme y enormemente descriptivo. Los colores predominantes del fondo (amarillo, azul y rosa), aplicados en tonos pastel, suavizan el escenario.