Faye Wong, en ‘Chungking Express’. | | ELD

Leslie Cheung y Tony Leung, en ‘Happy together’. | | ELD

Leon Lai y Michelle Reis, en ‘Fallen Angels’. | | ELD

Zhang Ziyi y Tony Leung, en un fotograma de ‘2046’. | | ELD

La idea de una retrospectiva dedicada a Wong Kar-wai tiene algo de irónico dado que, después de todo, la nostalgia es un tema esencial en la filmografía del hongkonés, y que sus mejores películas funcionan como recuerdos de sí mismas; incluso al verlas por primera vez, uno tiene la sensación de estar haciendo memoria.

A lo largo de once largometrajes, a menudo apoyado por los mismos colaboradores —el cinematógrafo Christopher Doyle, el diseñador de producción William Chang, intérpretes como Tony Leung o Maggie Cheung—, Wong ha creado un imaginario inconfundible e imitado durante décadas, basado en la experimentación y la fragmentación narrativa, y dotado de una sensibilidad que aúna el melodrama, el noir, la nouvelle vague y el videoarte. A ese mundo rinde tributo ahora Universo Wong Kar Wai, ciclo de siete películas remasterizadas y restauradas que se ha estrenado a la vez en Barcelona y Madrid, y que a partir del próximo 21 de enero viajará a más ciudades del país.

El acontecimiento coincide con el 20.º aniversario de Deseando amar (In the mood for love), la ficción más célebre de su autor y, para muchos, una de las más destacables de este siglo; en ella se sublima el tema central de la filmografía de Wong, el amor no correspondido, y se exploran otros asuntos adyacentes como las oportunidades perdidas, la soledad y la brutalidad del paso del tiempo.

Retrato de dos vecinos de un mismo edificio que desarrollan entre sí sentimientos prohibidos tras descubrir que sus respectivos cónyuges tienen una relación, la película da forma física a la represión emocional atrapando a los personajes en pasillos y callejones, espiándolos detrás de las puertas y a través de las ventanas mientras buscan consuelo mutuo, recreándose en los ajustados vestidos cheongsam que ella luce y en las corbatas firmemente anudadas que usa él. Acompasando las evoluciones de la pareja con una banda sonora llena de ritmos hipnóticos, Wong orquesta una danza llena de erotismo y melancolía que convierte un acto tan banal como bajar a comprar fideos en algo increíblemente sensual, y muy triste.

Rápida evolución

Cuando Deseando amar vio la luz hace dos décadas, fue percibida como un sumario de las inquietudes temáticas y estilísticas que su director había ido cultivando desde el principio de su carrera. Quizá la mejor forma de atestiguar esa evolución sea revisar su ópera prima, As tears go by (1988), en la que combinó las maneras del cine de gánsteres —que por entonces acababa de experimentar un resurgir en Hong Kong gracias al éxito de Un mañana mejor, de John Woo— con el romanticismo arrebatador y el estilo visual impresionista que posteriormente convirtió en sello. En todo caso, es la más convencional de sus obras.

Wong, eso sí, tan solo necesitó una película más para ofrecer una versión perfectamente definida de su sensibilidad artística, que privilegia las sensaciones y la atmósfera sobre la historia y los diálogos, y que recurre a la elipsis y a la textura de la imagen para evocar cuánto de vaporosos y alucinatorios tienen los recuerdos. Days of being wild (1990) es una viaje onírico a través de la Hong Kong de los 60 en compañía de un grupo de veinteañeros que se unen y se separan, y se buscan y se dañan. Una fascinante primera incursión del director en los misterios del tiempo, el deseo, la alienación y la búsqueda incansable de la conexión humana.

El empujón de Tarantino

Los personajes de Wong deambulan por las bulliciosas calles de la ciudad sintiéndose completamente solos. Siempre hay al menos un obstáculo que les impide alcanzar aquello que realmente desean, que no es sino la posibilidad de sentir proximidad genuina y de compartir siquiera un instante. Queda especialmente en evidencia en Chungking Express (1994), la película que lo dio a conocer a nivel internacional —en buena medida gracias al entusiasta padrinazgo que Quentin Tarantino ejerció sobre ella— y que convirtió las latas de piña en conserva y la melodía de California dreamin’ en iconos del anhelo romántico.

Mientras contempla en dos partes a sendos policías que han sido abandonados, y que se cruzan en un puesto de comida en el que trabaja una excéntrica camarera, hace gala de una jovialidad de la que el resto de películas de Wong carece aunque, ojo, eso no le impide derrochar virtuosismo técnico. La cámara convulsiona mientras persigue a los personajes calle abajo, el montaje recurre a los cortes abruptos y los planos congelados, la pantalla se llena de colores saturados, y ralentizados, e imágenes distorsionadas a través de la distancia focal.

Buena parte de esas virguerías están presentes también en Fallen angels (1995), que originalmente fue concebida como un tercer segmento de Chungking Express. A medida que traza los destinos levemente entrelazados de otro grupo de personajes solitarios, y combina en el proceso los modos del cine negro melvilliano con toques de slapstick, la quinta película de Wong se erige en una frenética y deslumbrante sinfonía urbana.

La ciudad interior

Desde el principio de su carrera, el hongkonés ha sido criticado por considerarlo un director que envuelve sus películas de rutilantes superficies con las que esconder la superficialidad de sus historias. Para rebatir ese argumento basta echar un vistazo a Happy together (1997), su obra de mayor consistencia narrativa. En ella, Wong contempla a una pareja gay desplazada a Argentina y atrapada en un destructivo ciclo de separaciones y reconciliaciones. A ratos devastadora y por momentos muy tierna, la película vio la luz justo cuando la soberanía de Hong Kong fue transferida a la República Popular China, y, por tanto, estaba claro que la comunidad LGTBI del territorio vería peligrar su libertad sexual.

Frágil identidad cultural

En realidad, casi todos los personajes de Wong Kar-wai pueden verse como metáforas de un espacio geográfico dotado de una identidad cultural tan polifacética como frágil, como manifestación de las ansiedades personales del director frente al acuerdo de mediados de los 80 según el cual el control de Hong Kong pasaría del Reino Unido a la China continental en 1997, con la promesa —eventualmente incumplida— de que la ciudad mantendría su funcionamiento social y económico intacto durante 50 años, justo hasta 2046.

Quienes conocen el cine de Wong Kar Wai conocen esa cifra. Da título a la más reciente de las ficciones que integran la retrospectiva, tercera entrega de una trilogía no oficial junto a Days of being wild y Deseando amar. 2046 (2004) fue resultado de uno de los procesos de producción más turbulentos que se recuerdan —tardó en rodarse cuatro años y llegó inacabada, y con 12 horas de retraso, a su propia premiere en Cannes—, y demostró que el tiempo no solo es uno de los temas de cabecera de Wong, sino también una herramienta creativa con la que mantiene una relación problemática: cuanto más emplea para completar sus películas, más parece alejarse de ese objetivo.

Su última ficción, The grandmaster —biopic del maestro de las artes marciales Ip Man—, data del pasado 2013; y a estas alturas solo los más optimistas se creerán que su nuevo proyecto, una teleserie llamada Blossoms, realmente estará lista este 2021. Aun así, la retrospectiva Universo Wong Kar Wai constituye un recordatorio perfecto de por qué merece la pena la espera, dure lo que dure.