El periodista J. J. Benítez (Pamplona, 1946) pasará a la historia por ser un ufólogo de referencia y el autor de la saga Caballo de Troya, once novelas en las que ha desgranado su singular versión de Jesús de Nazaret. Pero no aterriza aquí por eso. Lo hace por ser uno de los 1.831 pasajeros del Costa Deliziosa, el crucero que daba la vuelta al mundo cuando se declaró la pandemia -los pormenores, en La gran catástrofe amarilla (Planeta)-.

¿Estar a bordo fue una bendición?

Cuando empezaron a llegarnos las noticias sobre el coronavirus, pensé que habíamos tenido suerte: estábamos en una burbuja de seguridad. Hasta que empezaron a cancelar escalas y a no dejarnos tocar puerto. Aun así, no tuve miedo. Solo me asustan las mujeres guapas y los ordenadores.

No todo el pasaje debió de estar tan pancho.

No. Constaté que la gente no se quiere morir. Así que me dediqué a hablar con varios pasajeros. ‘Si lo peor que te puede pasar es morirte, tranquilo, vas a ir a un lugar increíble’.

¿Coló?

No. Y es lástima. Por las investigaciones que he hecho sobre el tema –y he reunido más de mil casos desde 1968–, sé que hay vida después de la muerte.

En la travesía, cuenta, oyó susurrar a la “chispa”. ¿Qué es eso?

Es la fracción del Padre Azul –la divinidad– que se instala en la mente de todos hacia los cinco años. En el barco, la chispa hizo hincapié en que cuidara de Blanca, mi mujer. Al llegar le descubrieron un cáncer.

(...).

Está en tratamiento.

Fuerza. En lo tocante al virus, exonera al murciélago y al pangolín.

Un contacto de Estados Unidos me mandó un informe de 14 páginas que le había enviado una militar de máxima confianza. Según ella, el virus fue fabricado en un laboratorio de EE UU y sembrado por los llamados corredores. El objetivo principal es hundir la economía europea.

Puestos a teorizar, la viróloga Li-Meng Yan atribuyó la paternidad a China.

El laboratorio de Wuhan tiene un nivel 4: imposible que entre o salga un virus. China ha sido utilizada como pantalla. Los militares estadounidenses son diabólicos. Volaron la Torres Gemelas y ya intentaron algo similar al Covid-19 con el sida, las vacas locas, la colza.

Ay. Entenderá que le acusen de conspiranoico, de difundir bulos.

A estas alturas me da igual. Como periodista mi objetivo es sacar la información que considere de interés y, sobre todo, ensanchar la mente de las personas.

Ensanchar y hundirnos. Sostiene que es el ensayo general del fin del mundo.

Ojalá esté completamente equivocado. En 2027 impactará en la Tierra un asteroide, Gog. En 48 horas producirá 1.200 millones de muertos, tsunamis de mil metros de altura y el planeta se quedará sin electricidad ni combustible durante nueve años. No habrá estado, ni policía. Reinará el caos. Esto de ahora es un ensayo general.

¿Le parece bonito asustarnos?

Es una información que me llegó hace mucho tiempo. En 2011 fui a un notario de Sevilla y le dije: ‘Señor Florit, ¿puede levantar acta de esta información que le traigo?’. Y lo hizo. Está documentado.

Usted, asegura, vivirá hasta el 2042. Puenteará la catástrofe.

Si fuera cierto lo de Gog, preferiría caer en la primera oleada. Todos firmamos un contrato antes de nacer. El mío dice que en mayo de 2042 “me llevarán cinco ángeles”. Pues muy bien.

Y eso que se reconoce como un “pecador”.

Soy pecador y tonto. Tengo prevista una tetralogía donde contaré las cosas que he hecho mal.

¿En qué tentación ha caído con insistencia?

En las señoras.

Sofía de Grecia incluida, según los cronistas del cuore.

Eso fue una maldad de Jaime Peñafiel y Pilar Eyre. Se dedicaron a propagar por ahí que yo estaba enamorado de la Reina. Yo tuve una relación cordialísima con Sofía, porque a ella le interesan mucho estos temas míos. Siempre le mando mis libros y ella lo agradece.

¿Su “chispa” le alertó del destino del Rey emérito?

No. Los que viajamos con ellos conocíamos los líos que tenía Juan Carlos, las comisiones y los barriles del petróleo, que es un tema que no ha salido. Me da pena porque en el fondo es una buena persona, ¿eh?