Retrato generacional, Madrid y música subversiva

Retrato generacional, Madrid y música subversiva

Tercer Acto (Random House) es, o así lo parece, la novela de Félix de Azúa destinada a cerrar el ciclo que incluye el retrato de toda una generación de intelectuales que recorre la España contemporánea, desde el franquismo en Cataluña hasta la Transición y el presagio de una decadencia. En realidad, Azúa no ha dejado de analizar en ningún momento el mundo que le ha rodeado de manera lúcida y recurriendo en muchas ocasiones al humor cáustico que le caracteriza, desde aquella Historia de un idiota contada por él mismo o el Diario de un hombre humillado, con la que ganó el Premio Herralde. Todas con un inequívoco sesgo autobiográfico que les confiere valor y despierta la curiosidad por un escritor inteligente y mordaz, incapaz de morderse la lengua, que pertenece a todos y cada uno de los géneros literarios. El cóctel en Tercer Acto está de nuevo bien agitado, imágenes fugaces que no lo son tanto por su fuerza expresiva, reflexiones filosóficas y artísticas, encuentros con otros escritores, viajes, destellos de sabiduría, conversaciones con amigos, vida y muerte.

Madrid, de Andrés Trapiello, es uno de los libros más completos sobre una ciudad que he tenido la oportunidad de leer. Por regla general los mejores títulos sobre la historia de las grandes ciudades no los escriben los que nacen en ellas, sino los que siendo de otro lugar aterrizan en cualquier momento, el amor cuanto primero, para familiarizarse con ellas como si hubieran vivido allí toda la vida. Ha sucedido, por ejemplo, con A. N. Wilson y Peter Ackroyd, que no vinieron a este mundo en Londres y son, sin embargo, dos de los biógrafos que con mayor precisión y brillantez la han retratado. Con el autor de Madrid pasa otro tanto. Es de Manzaneda de Torío (León), nació en 1953, desde los 22 años vive en la Villa y Corte, y desde los 25, en la misma calle y misma casa.

Por las páginas de Madrid (Destino) desfilan la historia y la vida de una ciudad contada de manera magistral por alguien que llegó a ella hace casi medio siglo para buscar fortuna como tantos otros provincianos de su generación. El libro tiene de todo —historia, grandeza y miseria— cuanto el lector pueda buscar e interesarse sobre una ciudad que presume de ser hospitalaria y en la que ninguno se siente forastero, acogido bajo el deslumbrante cielo que a todos pertenece. En Madrid todo es de todos. Los madrileños son los primeros conscientes de que haber nacido allí no les da derecho a nada, como escribe Trapiello. “Esta ciudad nos sienta a todos como ropa de niño pobre, corta y larga”, escribe en el arranque de su relato para referirse a esa doble condición lugareña y de urbe de la capital española.

Ted Gioia, crítico y autor de algunos de los mejores libros de blues y de jazz, utiliza el esquema familiar del rejuvenecimiento cíclico a través de la transformación como mecanismo para analizar la historia de la música, desde los primeros sonidos hasta los sonidos electrónicos de discoteca, en su último libro, La música. Una historia subversiva, que publica Turner. Gioia observa detenida y cuidadosamente el Big Bang en sí, el origen de la fanfarria, como símbolo de los estallidos musicales, esos sonidos rebeldes que rompen el orden existente, causan turbulencias e incluso caos, y solo gradualmente se fusionan en una nueva estabilidad. De esa subversión de la música surgen los vínculos con el sexo, la violencia, la magia, el trance y otros asuntos de dudosa reputación, en realidad fuentes de poder que sirven como motores de innovación en la creación musical humana.

El autor describe cómo los chamanes se valieron de las fuerzas del ritmo para vender trascendencia; cómo el rock anglosajón de la worker class desafió la represión social glorificando el sexo y cierta destrucción; o cómo el canto de los esclavos contribuyó a dar forma a la música del mundo árabe y a la de Occidente en el Delta del Mississippi; y de qué modo, en la esfera clásica, figuras sobresalientes, Bach o Beethoven, fueron en su día inconformistas radicales tanto en aspectos sociales como musicales. Y que ya irradiaban entonces un significado cuya equivalencia resurgiría más tarde en el rock más subversivo.