El trabajo que realizan en Pallasos en Rebeldía mezcla la risa con la conciencia social y la defensa de los derechos humano. ¿Cómo surgió la posibilidad de aunar ambas facetas?

Pallasos en Rebeldía nace de un proyecto cultural de intervención social llamado Cultura Activa, hace ya 20 años, que tenía claro que la cultura es una herramienta de transformación social y que es nuestra manera de construir el mundo que queremos habitar. Dentro de esa filosofía pusimos en marcha el Festiclown en el año 2000 en Pontevedra y fuimos descubriendo, como si fuera un laboratorio artístico, todos los canales que se podían generar de integración social, de participación ciudadana, de denuncia, de creación de proyectos y de conexión con otros países. En 2002 viajamos a la Franja de Gaza y ahí descubrí la potencia de la risa y la alegría incluso en mitad de los bombardeos. Los niños tenían tanta necesidad de sentir la alegría y de disfrutar del payaso que, a pesar de que caían bombas, los niños se quedaban para ver nuestro espectáculo. Descubrimos todo el potencial que tiene el circo como herramienta de ilusión y esperanza, y la importancia de la risa como alimento para el alma, para la resistencia, para la alegría, y para la dignidad humana.

Queda de este modo demostrado que ni la risa, ni la cultura tienen fronteras para el lenguaje o las diferentes culturas.

El clown utiliza un lenguaje universal que es la estupidez humana y de eso tenemos riquezas inabarcables. Tenemos tanto en el planeta que si usas la propia estupidez para conectar con otros personas terminan surgiendo los puentes. El payaso tiene un poder chamánico de tocar con sus manos al más malo de la humanidad porque mirando a los ojos al público se conecta con el mundo de la posibilidad. Y todo eso lo hacemos desde el juego y la aceptación del fracaso. Esa mezcla puesta en el altar del teatro, que puede ser desde una carpa de circo hasta las ruinas de un edificio abandonado, acaba conectando con el público. Hemos trabajado con comunidades indígenas o con campos de refugiados y siempre hemos encontrado la misma respuesta de esperanza y humanidad.

Tras tantos años realizando esta función humanitaria, ¿ha cambiado en algo su percepción del espectáculo y cómo le da forma a sus propuestas?

Totalmente. Al principio solo contaba con una intuición dentro del universo que puebla el payaso pero, con el paso de los año y tras tantas experiencias vividas en condiciones tan distintas, acabé encontrando una receta parecida y un lenguaje común para mis espectáculos. Todo eso me ha servido para constatar muchas cosas que al principio eran solo una intuición. Sin embargo, el sentido de los espectáculos de clown es el de conectar con el público y las estrategias que utilices para lograrlo dan igual. Lo que siempre es igual es el impulso de conectar y, si lo logras, ocurre la magia. Al final no es tan importante la técnica o el argumento, sino que es más importante la mirada, abrirse en canal y dejar que las cosas acontezcan y unir el juego y el público.

Pallasos en Rebeldía ha participado en la creación de la primera compañía de clown indígena de México, son responsables del Festival Circe en Barcelona por los derechos humanos del pueblo palestino, colaboran el Festival de Cine del Sáhara y crearon el primer festival internacional de clown del mundo árabe, entre otros muchos hitos. ¿Se les ocurre algún nuevo reto dada la situación actual del planeta y la crisis sanitaria?

Con la pandemia hemos descubierto nuevas herramientas en el universo de internet. Hemos tratado de subirnos al streaming y a las redes sociales y ahí estamos desarrollando alguna estrategia nueva. También estamos inventando cosas diferentes, como formaciones a través de internet o exposiciones virtuales solidarias. Pero al final, como tenemos tanta dificultad para viajar, lo que estamos haciendo es fortalecer las redes locales de Pallasos en Rebeldía y colaborar en la distancia para que al menos se mantengan las actividades que ya tenemos en marcha. Tenemos focos en Palestina o en Brasil y no podemos abandonarlos en estos momentos.

Su labor no solo se limita a espectáculos sino que además ofrecen conferencias, talleres, cursos... Está claro que el clown va mucho más allá de hacer reír a la gente.

Al final, el payaso es una especie de espejo que le muestra a la sociedad que está hecha de posibilidades. Trabajamos a distintos niveles y colaboramos con payasos de hospital, tenemos una pequeña escuela de circo en Palestina, dirigimos algún espectáculo, hemos impulsado la creación de compañías, colaboramos con festivales y organizamos los nuestros propios y desplegamos todas las acciones que, desde el punto de vista humano, puede aportar el clown. Porque no somos solo un momento escénico ni nos centramos en la cuestión lúdica, sino que también apostamos por la reflexión de vida y planteamos una forma de estar ante la realidad.

Han tenido la oportunidad de colaborar con artistas de reconocido prestigio como Leo Bassi o Pepe Viyuela. ¿Es el mundo del arte un sector solidario?

El payaso vive del público, de su abrazo y de la risa, y no solo en el sentido económico sino desde el punto de vista emocional y técnico porque artísticamente dependemos siempre de la reacción del público. Nosotros no hacemos un trabajo basado en la excelencia técnica sino en la humana, así que siempre necesitamos del otro y eso es lo que te da una conciencia social y te hace estar en el mundo de una manera más sensible y empática, porque sin el público no podemos actuar y si al público lo están matando, lo están encerrando o quitándole la comida, al final todo eso te afecta y ese es el lugar del payaso, el lugar donde somos portavoces entre la gente de abajo y los poderosos.