Para ser honestos, todos aquellos que pasan en España por cronistas de la Casa Real e informadores de cuanto acontece en la familia Borbón-Ortiz en lo que se refiere a la Reina Letizia (Oviedo, 1972) deberían echar mano de la célebre cita de Sócrates y admitir: solo sé que no sé nada. Así lo viene a reconocer uno de los principales seguidores y expertos en la mujer de Felipe VI, Carlos García-Calvo, en su obra póstuma Letizia de la A a la Z (La Esfera de los Libros), un compendio de píldoras, datos, historias, referencias y leyendas (muchas leyendas) en torno a Su Majestad que harán las delicias de los aficionados a la prensa “sonrosada” (como la llama el propio García-Calvo) y seguidores de la vida cotidiana en Zarzuela.

Porque para desgracia de sus watchers o seguidores (otro término acuñado por el autor del libro), apenas se sabe nada de los gustos, aficiones y preferencias, bien sean artísticas, literarias, musicales, gastronómicas, etcétera, de la Reina. Por no saber no se sabe a ciencia cierta ni siquiera cuál es su estilismo (peinado, ropa, complementos) favorito. Porque los constantes cambios de Letizia en sus apariciones públicas -que van desde una perfecta working girl a una moderna institutriz, sin olvidar el street style, el low cost o el total look de royal con tiara y banda incluidas- hacen dudar de en qué faceta se siente ella más cómoda.

De ahí que todo lo que Carlos García-Calvo cuenta de la Reina se asiente en dimes y diretes, en historias que alguien ha contado, unos han oído y de las que otros se hacen eco, y que corren como la pólvora en la calle. Son cuestiones, lamenta el periodista, más bien negativas (que si Letizia tiene anorexia) y tendentes a menospreciarla (que si masca chicle en las recepciones o confisca los móviles de los que se acercan a sus hijas), porque proceden principalmente de las “lenguas anabolenas”, esas lenguas “alocadas y trapisondistas” llamadas así en (dudoso) honor de Ana Bolena, mujer símbolo de la maldad en España al provocar que el rey Enrique VIII de Inglaterra echase de su lado, y además con malos modos, a la puritana Catalina de Aragón.

La muerte sorprendió a Carlos García-Calvo este verano de forma inesperada, a los pocos días de haber enviado su libro a la editorial, así que han sido sus amigos más cercanos y mejor enterados de su pensamiento (el diseñador Lorenzo Caprile, su prologuista, y la periodista Marta Robles fueron los encargados de presentarlo a principios de noviembre vía telemática) los responsables de transmitir el mensaje que hay detrás de Letizia de la A a la Z, que no es otro que contribuir a mejorar la imagen de la Corona y, concretamente, de la Reina. Para esto último es muy conocido que el periodista argentino -gran experto en moda, estilo, protocolo y joyas, y reconocido por su gran cultura y sus ricas y documentadas crónicas con empleo constante de anglicismos y galicismos– nunca ha ahorrado críticas, reproches y apuntes cargados de ironía y acidez.

Letizia, un misterio que enerva 
a las “lenguas anabolenas”

Letizia, un misterio que enerva a las “lenguas anabolenas”

Una queja va, precisamente, a lo dicho: a la falta de informadores “oficiales” de Zarzuela que pongan en su sitio a esas lenguas denominadas ‘anabolenas’ y cuenten el origen de un vestido, de unos pendientes o de un peinado sin dar pábulo a elucubraciones vanas o dañinas.

Monárquico convencido, no veía bien ese afán de los spin doctor zarzuelinos en mostrar una monarquía low cost, cuando muchos españoles sueñan con ver “más ceremonial, más plongeons, más peinetas, mantillas y trajes de noche” en palacio. En resumen, más ambiente royal, porque -recalca García-Calvo- “lo que añoran es presumir de reina que rivalice no solo con las damas de la casa Windsor, sino con las de otras cortes europeas”.

Es por esto por lo que la cita anual de la Reina de España en Oviedo “da la vida” a los Letizia watchers. Los premios Princesa destilan “cierto glamour internacional”. Explica el escritor que es cuando la Reina estrena un par de trajes de cóctel, pero al tiempo lamenta que los firme un diseñador que no disfruta de sus parabienes, como es el caso Felipe Varela, quien a su juicio “rara vez acierta y el resultado es decepcionante”.

En el transcurso de las páginas de Letizia de la A a la Z hay mucha moda, historia y también mucho marujeo popular en base a las variopintas leyendas que giran en torno a la monarca: lo de la anorexia, lo del anillo de boda que le compró Urdangarín, lo de que no toma azúcar ni alcohol o que sí fuma, lo del desprecio a su familia política y al resto de familias reinantes europeas, lo de los horteras cisnes de hielo de adorno en su primera boda... Todo conocido y todo, pues eso, posiblemente leyenda. O no.

Letizia es un mystique (por utilizar una expresión tan del gusto de Carlos García-Calvo) aún a estas alturas de su llegada a Zarzuela aquella tarde-noche fría de noviembre de 2003. Para bien o para mal, para tristeza de sus seguidores y cabreo de sus detractores, el misterio rodea a la Reina de España en su faceta más íntima y personal. Y, quién sabe, quizás ahí resida su fortaleza.