¿No es sorprendente que habiendo escrito únicamente seis novelas, cuatro de ellas hayan sido el origen de tres memorables películas y de la serie Gambito de dama, de la que todo el mundo habla? ¿Y no es más sorprendente aún que Walter Tevis siga siendo casi un desconocido para nuestras librerías en estos tiempos de agitadas recuperaciones estando detrás de por lo menos dos obras maestras como El buscavidas, de Robert Rossen, y El hombre que cayó a la Tierra, de Nicolas Roeg, a las que hay que añadir El color del dinero, de Martin Scorsese?

Tevis (San Francisco, 1928– Nueva York, 1984) pisó tímidamente las librerías españolas en los 80 y en la actualidad tan solo siguen activas una edición de El hombre que cayó a la Tierra en el sello Contra y otra más antigua de Gambito de dama (que tradujeron impropiamente como Gambito de reina) en Alamut, pero todavía espera aquí un reconocimiento que en Estados Unidos es unánime.

Ciencia ficción

Jonathan Lethem lo tiene como uno de sus autores de cabecera y Michael Chabon leyó aproximadamente cinco veces Gambito de dama: “Cada vez que lo hago, me sobrecoge la admiración y el asombro por el control de su trabajo”. Entre sus 10 libros favoritos, seleccionados de un centenar, David Bowie incluía El hombre que cayó a la Tierra, no solo porque él encarnó el personaje titular en la adaptación cinematográfica, un extraterrestre que intenta salvar a la gente de su moribundo planeta, sino porque estaba convencido –ahora está muy claro– de que es una de las más profundas novelas de ciencia ficción, a la contra de lo que marcaban los tiempos paranoicos de la guerra fría.

Cuatro de sus seis novelas han sido el origen de tres memorables filmes y una serie

Lo curioso es que Tevis, que había publicado ese libro en 1963 después de su gran éxito El buscavidas (1959), no era consciente de haber escrito una novela de género. De hecho, no lo era, pero entonces, para los críticos, alguien que hablaba de alienígenas no podía tener consideración literaria. Fue un fiasco de ventas. Lo que en realidad había escrito Tevis disfrazado de fantasía es una velada recreación de su infancia de niño enfermo (padeció una afección cardiaca) apartado de los demás, lo que lo dice todo de cómo fue su niñez (otras infancias oscuras como la de Gambito de dama pueblan sus historias). Los críticos tampoco quisieron ver las semejanzas entre el solitario jugador de billar americano de El buscavidas (que ya siempre tendrá la apariencia de Paul Newman) y el extraterrestre. Ambos encajan en un único modelo que se repetirá en el resto de sus novelas: el personaje marcado a fuego por las inexpugnables espesuras de la soledad.

Luego está el juego. Tevis, naturalmente, fue un jugador que supo convertir esa actividad en la gran metáfora de la mística estadounidense, marcada por los ganadores y los perdedores. Sabía bien de lo que hablaba. A los 17 años, poco antes de alistarse y combatir en la segunda guerra mundial, descubrió el humo y la crudeza de los billares y sus hustlers (un hustler, el título original de El buscavidas, es un listo que se deja ganar para engañar a los apostadores). Pero fue en Okinawa, ya enrolado en la Marina, cuando se pasó 17 meses jugando al póker, dejándose alienar por las cartas, convertido ya en un adicto sin remedio. Como jugador de ajedrez nunca pasó de la medianía.

El fracaso de El hombre que cayó a la Tierra dejó a Tevis fuera de combate. Siguieron 14 años de silencio editorial literario dando clases en la Universidad de Ohio y alcoholizándose a conciencia. Hasta que en los años 80 regresó para escribir historias algo más luminosas que El buscavidas, la novela que le dio a conocer. Gambito de dama (1982) puede leerse como una variación de aquella, la contracara glamurosa de la sordidez de los billares, cuando los grandes del ajedrez, llámense Borís Spasski o Bobby Fischer, eran recibidos por el público como héroes tocados por un genio implacable o impredecible. Pero en esencia el jugador de billar y la jugadora de ajedrez están tocados por la misma enloquecida y asocial fijación.

La versión de Martin

El mismo año de su muerte, 1984, por un cáncer de pulmón Tevis publicaría El color del dinero, continuación de las andanzas de Eddie el rápido, el protagonista de El buscavidas. Tevis llegó a elaborar un guion para Scorsese, pero este, tras su muerte, pasó la adaptación a Richard Price, que se desmarcó de la historia original y eliminó el carismático personaje del Gordo de Minnesota que en la primera película fue interpretado por Jackie Gleason.

Casi 40 años más tarde, devuelto a la actualidad gracias a Netflix, quizá sea este el momento de devolverle al autor la consideración que se merece.