Usted es un arquitecto que le gusta estar a pie de obra, ¿no?

Sí, me gusta pisar la obra... Un encargado cuando pasa por delante de una obra no dice ese edificio lo diseñó Menis; lo que cuenta es que esa obra la acabó él. Lo mismo ocurre con el albañil, el electricista o el fontanero... Todos consideran que la obra es cosa de ellos.

¿Hay más presión cuando el jefe está por los alrededores?

Eso depende de las dimensiones del proyecto porque, a veces, estás y no te ven... Los encargados de obras son personas de las que puedes aprender los oficios que conviven en ella. Cuando era joven aprendí mucho de un encargado que se llamaba Teodoro.

¿El proyecto que tiene entre manos en Las Chumberas es un “encargo divino”?

No llega a ser una obsesión, pero sí algo en lo que ya llevo invertido mucho tiempo... El obispado se ha implicado desde el principio y los párrocos, el que estuvo durante años y su relevo, han realizado una intensa labor con los vecinos de un barrio en el que se percibe una intensa sensación de desarraigo por cómo nació Las Chumberas, con unos bloques de viviendas levantados en la periferia de La Laguna. Ocupar un espacio en un perímetro que tiene una elevada densidad comercial va a crear cohesión social en la zona. Esta es una idea que destila centralidad, es decir, que lo más sencillo hubiera sido ejecutarla en un lugar céntrico. Ahí es donde hay que identificar el valor de una construcción pensada para unir a los vecinos... Su dimensión es infinitamente superior ubicándola en Las Chumberas que si se hubiera construido en la Plaza de España de Santa Cruz.

¿Es algo más que una parroquia?

Sí que lo es... Es un proyecto sólido que está creciendo con aportaciones populares –venta de rifas y otras iniciativas vecinales– y que se convertirá en algo más que en un espacio para una misa. La parte que está acabada es un punto de reunión para las vecinas que vienen a tomar café por las tardes. El sentimiento que existía antes de empezar a construirla es que en la zona faltaba este elemento de integración social.

Fernando Menis lleva tiempo apostado por el Harching.

Es un proceso de investigación que he incorporado a mi obra desde que proyecté el Magma (Adeje). El Harching busca crear arquitectura con respeto al medio ambiente y tratando en cada proyecto de utilizar más y más las energías naturales que nos rodean, como los vientos alisios, el sol, el mar...

¿Se está notado la “crisis del cemento”?

¿La crisis del cemento? (Silencio)... Lo que se nota es el mal momento económico que envuelve a la sociedad y en ese apartado incluyo el ciclo nefasto que vive el mundo de la cultura. No estamos en un estado de guerra, pero cuando pasen unos años los analistas hablarán de una situación próxima a un escenario bélico.

¿Alguna vez cambió una idea por una imposición?

Escuchar es una virtud que en ocasiones puede ser una ayuda para resolver una situación, pero nunca permito que una mala idea destruya un proyecto. Los arquitectos trabajamos para que la gente pueda vivir mejor.

¿Nunca deja que un político condicione sus decisiones?

Si César Manrique no hubiera tenido la complicidad del presidente del Cabildo la visión que tenemos hoy de su obra y de Lanzarote sería distinta. Miguel Ángel también tuvo muchas discusiones con los papas, pero hizo lo que quiso. Cuando yo planifiqué la Plaza de Adeje, que es un proyecto muy premiado, el alcalde me dio carta libre. Me dijo, “haz lo que quieras”... No, nunca he dejado un proyecto a medias.

¿Un concurso de arquitectura genera distancia, envidias, ocultismo...?

Los griegos ya hacían concursos de arquitectura y entonces las relaciones no eran las mejores... En Canarias hay buenos arquitectos, pero el trasvase de información en forma de vasos comunicantes nunca ha funcionado. Los médicos son más generosos que los arquitectos. Ellos consiguen un avance científico y en una semana lo comparten en internet. En arquitectura se manejan otros tiempos y códigos.

Usted decidió alejarse de Canarias para que nadie cayera en la tentación de unir su “obra” con la de su hermano, Adán Martín.

Sí, eso fue lo que pasó. El estudio de Tenerife permaneció cerrado 10 años. Apagamos los ordenadores y cerré la puerta para buscar otras oportunidades lejos de aquí. Era yo o él y ante esa tesitura jamás hubiera permitido que él renunciara a trabajar en favor de algo tan querido por él como era Canarias. Él sufrió mucho aquella separación. Lo que muchos podrían interpretar como una desgracia, para mí fue una etapa de retos en Valencia. Empecé a ganar concursos y la vida me dio cosas que aún estoy disfrutando.

¿Qué cosas?

Amigos... No tengo muchos, pero sí están repartidos por el mundo. Sobre todo, puso a mi lado a una mujer segura (Dulce Xerach) que valoro por su inteligencia, su creatividad, su lealtad... No tengo quejas de lo que me ha dado la vida.