Es común a muchas culturas, o acaso un fenómeno universal, la presencia de tabúes en torno a variados temas que afectan a la vida social y familiar. La construcción del tabú puede obedecer a un mecanismo subliminal que desde el inconsciente colectivo provoca una suerte de autocensura de la expresión oral en el idiolecto de referencia. Autocensura que se manifiesta como reacción frente a ciertos temas que cuesta abordar y consiste en omitir determinadas palabras “claves” para evitar dejar al descubierto lo tabuado. Como mismo la etimología de la voz indica, “tabú” quiere decir ‘lo prohibido’, ‘lo intocable’. Pues bien, para evitar ‘tocar’ directa o abiertamente ciertos temas se recurre con frecuencia a la metáfora o al eufemismo, cuando no al disfemismo y al circunloquio. Son las situaciones en la vida cotidiana las que pueden contribuir a crear, alimentar o perpetuar el tabú. Por ejemplo, quién no ha presenciado alguna vez una escena en la que en medio de una conversación entre adultos se deja escapar la frase: “Cuidado que hay ropa tendida”.

El hablante sabe perfectamente que no se hace referencia a una labor doméstica, sino que con ello se está advirtiendo de la presencia de menores que no deben escuchar lo que se está hablando. La mayoría de las veces el tema de conversación celado es tabú, y muchos de estos tabús tienen que ver con la sexualidad sentida o vivida con culpa, vergüenza, excesivo pudor, cohibición o represión. Por tanto, para evitar llamar a las cosas por su nombre se recurre con frecuencia al lenguaje críptico de la metáfora. Se dice que toda metáfora surge de la intuición de una analogía entre cosas disímiles. Y esta construcción provoca una asociación inconsciente y automática entre la imagen que transmite y el pensamiento o concepto conocido por el receptor del mensaje. Uno de estos recursos es la “metáfora culinaria”, de la cual la expresión que comentamos (“Este huevo quiere sal”) supone un buen ejemplo. La metáfora culinaria o gastronómica puede poner en conexión el llamado “segundo cerebro” (el estómago) con el primero (el cerebro propiamente dicho) que actúa como caja de resonancia de sensaciones, experiencias o emociones que mueve este órgano corporal (el estómago). Resonancias que seguramente tienen que ver con la asociación subliminal entre la comida y el ánimo libidinoso. [No parece casual el uso indistinto del término “apetito” para referirse tanto a las ‘ganas de comer’ como al ‘deseo sexual’ (“apetito sexual”)]. La imagen que traslada la frase asocia implícitamente el huevo con la sal como el aliño necesario para hacerlo apetecible. Y trasladado a un sentido figurado puede referirse al sujeto que busca el “aderezo” adecuado que lo haga más “apetitoso”. Si bien puede tener un sentido general que hace referencia a la actitud de quien busca algo interesadamente y así lo delata su actitud lisonjera, su valor más extendido y usual denota claras intenciones libidinosas. Se dice “este huevo quiere sal” cuando alguien da muestras de claro interés “amoroso” por otra persona, ya sea cambiando sus hábitos de comportamiento por zalamerías o insinuándose y manteniendo una actitud de cortejo o galanteo, incluso puede llegar al extremo de “enralarse” y “echarse fuera del plato” por la pulsión incontenible que pone al descubierto sus claras intenciones.

La expresión no parece que sea genuina del español de Canarias sino común a varios países de América y algunos lugares de España, pero se trata de un registro recurrente en las islas que puede ser usado tanto para referirse “a la actitud de la hembra como del varón”. Podemos decir que nos encontramos, pues, en presencia de una expresión de “contenido libidinoso” o “picante” en forma de metáfora culinaria, formato este mucho más amable frente a su sinónimo “animalesco”, malsonante y grosero, que afirma: “esta cabra quiere macho”, para referirse a la mujer de talente o actitud licenciosa que muestra y da a entender sus claros deseos e intenciones amorosas.