Su voz suena a ritmo de allegro vivace. Y no es para menos. A Paula Hernández Dionis (Santa Cruz de Tenerife, 1986) este tiempo de pandemia le ha regalado un registro único: la publicación de su novedoso método didáctico titulado From the cello to the bass (Del chelo al contabajo), editado en dos volúmenes. Sus notas ya han provocado contagio. Aquí, en Tenerife, se está utilizando en conservatorios y escuelas de música, como también en diferentes puntos del territorio español, y la melodía ha traspasado fronteras, llegando a países como México, Alemania, Colombia o Lituania.

Admite la autora que, como en todo, “hay aspectos y detalles que se pueden mejorar” y con ese talante recibe las propuestas de varios expertos en docencia musical sobre su trabajo. “Me encanta escucharlos porque supone dar un paso más en mi proceso de aprendizaje. En general, considero que el resultado del lanzamiento está siendo muy positivo”.

En apenas un mes, desde que se conoció la publicación, ya ha participado en un congreso internacional y la han invitado a formar parte del plantel de maestros del primer festival de contrabajo infantil, que va a tener carácter internacional. “A raíz de la presentación del libro me han surgido muchas oportunidades que me hacen entrever que la gente está muy interesada porque a nivel mundial no existe nada parecido”. Pero asegura no sentirse descubridora de nada. Simplemente dice aportar otra visión a la enseñanza y al aprendizaje de estos instrumentos. “Es verdad que hay muchos chelistas que tocan el contrabajo y viceversa, pero nadie había enseñado ambos instrumentos a la vez ni tampoco se había diseñado una metodología para ellos”.

Con plaza fija como profesora en la Escuela de Música y Danza de La Orotava, cuando Paula Hernández se incorporó a la docencia, allá por el año 2011, contaba con una clase de siete alumnos y su jornada laboral debía completarla con la disciplina de Música y Movimiento. “Siendo un trabajo bonito, siempre consideré que no era para mí. No estaba preparada para eso”, confiesa sin emitir falsete alguno. De ahí que se empeñara en buscar fórmulas para que su magisterio se centrara en la enseñanza del chelo y eso requería incorporar a un mayor número de alumnos a su clases. “De ahí que empezara a organizar conciertos didácticos, a promocionar la práctica del instrumento por diferentes colegios de la Isla”.

Del ‘chielo’ al contrabajo

El primer compás de esta historia, en clave de Fa, surgió con un inocente acorde. Un alumno le pidió un día a Paula por qué no le daba una clase de contrabajo. “Yo, siendo chelista, agarré sin más el instrumento y ese mismo día salí tocándolo. De hecho aquel año entré en el Conservatorio Superior para realizar estudios de contrabajo”. Esa experiencia personal la llevó a pensar que el tránsito de uno a otro, tal y como ella lo había experimentado, podía trasladarlo a los alumnos. “Creí que de esta forma les abría una nueva puerta a su formación y a su futuro, de manera que vivieran y sintieran lo mismo que yo”. Eso derivó en una investigación que se ha prolongado durante años y que ha dado como resultado la publicación de este novedoso método.

Pero ese viaje del violonchelo (cuyo nombre procede del italiano violón del cielo) al mundo del contrabajo no tiene por qué suponer una odisea a los infiernos. Son instrumentos muy afines, hermanos de la familia de la cuerda frotada, si bien cada uno aporta algo distinto. “A menudo me suelen preguntar cuál de los dos es mi favorito y siempre respondo que me gustan ambos por igual. Sobre todo considero que se deben conocer sus diferencias y no tanto las similitudes”. Y precisamente esas diferencias son las que Paula expone en conferencias y en los cursos que va impartiendo a profesores para introducirlos en las claves de su método.

Aparte de la distinta morfología, que resulta evidente a simple vista, el vibrado no es el mismo. Además, en el contrabajo no se utiliza el tercer dedo, cuando en el chelo se usan los cuatro. Asimismo, en el contrabajo, entre el primer y cuarto dedo hay un tono, mientras en el chelo hay medio tono; la forma de coger el arco es distinta; la posición de los dos, también...

Del chelo adora su tesitura. “Encierra matices bonitos y tiene el registro más amplio que existe, que el contrabajo amplía a una tesitura más grave”. Sostiene además que se complementan, como buenos hermanos, si bien uno suele tener un papel más solista y el otro más de acompañamiento, “aunque un contrabajo solista es una maravilla, si bien el público lo suele asociar siempre a un músico de jazz”. Para terminar rendida: “El chelo es uno de los instrumentos más bonitos de cuantos existen”.

Esta intérprete y docente subraya que no se precisa ser mayor, ni más alto, para pasar de uno a otro. Existen instrumentos acomodados a niños desde los 7 años y en el Conservatorio se imparte la enseñanza del contrabajo ya desde los 8, explica, y sostiene que se pueden dar clases a niños ya desde muy pequeños. “Lo ideal es que empiecen con el chelo durante un año y, cuando ya lo dominen, pasen al contrabajo”.

Ella reconoce que estudió el chelo con el método tradicional, iniciándose con un maestro de la escuela de la antigua Checoslovaquia. “Para el aprendizaje del contrabajo, como lo hice ya de mayor y en grado superior, puse en práctica mi propia metodología”. Y funcionó.

Paula Hernández reivindica que todo profesor “debe tener alma de niño. Si no es así, no vas a conectar con ellos”. Hay que inventar continuamente. Precisamente, una de las bases de su método pone el acento en el juego como fórmula para el aprendizaje. “Es importante, porque si no se aburren y abandonan”.

El primero de los alumnos con el que aplicó ese método, de carácter plenamente experimental, fue David Valentín Domínguez, quien actualmente, a sus 20 años, “es un formidable contrabajista y está estudiando en la Guildhall School of Music de Londres”. El resto, sobre todo alumnas, se están preparando para el Conservatorio, y además lo hacen en ambos instrumentos.

Las bondades del método se reflejan, asimismo, por las calificaciones que han ido obteniendo sus alumnos a lo largo de estos años, con una media de sobresaliente, y también en la receptividad que han manifestado los profesores de contrabajo en España y el resto del mundo. “Estamos recibiendo las primeras respuestas oficiales de los profesores que están aplicando el método y el balance es muy positivo”, dice.

Paula percibe que, con la complicidad de la música, esas generaciones de alumnos van a contar “con mayores posìbilidades, con un horizonte más abierto porque estos dos instrumentos lo dibujan amplio”. Pero la música , sobre todo, nos hace más humanos y mejores. “Lo que conseguimos es que la disciplina y las pautas, la armonía y el contrapunto se trasladen a sus vidas diarias, a su comportamiento”, dice. Unos compases que los ayudan a ser más felices, además de que aprenden a socializar, a trabajar en grupo... Un montón de valores bien afinados que buscan hacer sonar la felicidad. Ella, mientras tanto, sigue impartiendo clases y se afana en terminar su tesis doctoral, basada precisamente en este método.